Reino de Dios y las bestias de la historia: Mantener la fe, la esperanza y el amor en tiempos de nacionalismo cristiano
Introducción
Desde hace unas semanas, particularmente desde el 20 de enero, reconozco en mi corazón frustración, impotencia y angustia. No es solo el nuevo presidente en EUA sino la maquinaria evangélica que lo sustenta acríticamente. Es vergonzosa la irresponsabilidad y ligereza con la cual líderes y pastores se apresuraron a elogiar y ungir durante la campaña a cierto candidato al punto de rayar en proclamarlo casi como “salvador” una vez que asumió el cargo oficialmente.
Aquí no importa si el compromiso se va con la derecha, la izquierda, los conservadores, los libertarios o los progresistas. El error es el mismo. El compromiso acrítico e irresponsable nos seduce al suponer que apoyar determinado proyecto político e ideológico es equivalente a la causa del Evangelio. Así entonces, la oposición política es vista como oposición al Evangelio. Y el otro que piensa distinto es un enemigo de la fe, Dios y la patria.
Al leer las noticias de nuestros vecinos, y también algunos casos nacionales. Uno puede reconocer que hay un sector evangélico que ha confundido a Jesús y el cristianismo con el proyecto político e ideológico que representa el nuevo presidente en EUA. La pastora Paulina White, asesora de la Casa Blanca lo resumió de la mejor manera: “To say no to President Trump would be saying no to God”, que en buen español significa: “«Decir no al presidente Trump sería decir no a Dios»”.
Por otro lado, allá también en EUA, tenemos a la obispa Mariann Edgar Budde, que en su sermón en la Catedral Nacional de Washington, expresó: “En nombre de nuestro Dios, le pido que se apiade de las personas de nuestro país que ahora tienen miedo.”
White está en la Casa Blanca, Budde fue blanco de la crítica. Ambas apelan a Dios para dos cosas completamente opuestas. Hemos llegado al punto de encontrarnos ante dos cristianismos distintos. Uno comprometidamente nacionalista, aliado al poder en turno del cual se beneficia, pero que ha confundido su lealtad a Jesús el Mesías tal como lo revelan las Escrituras, con un proyecto político-personal particular y otro cristianismo que, anclado en la revelación de las Escrituras, se rehusa a hacerlo.
Nacionalismo cristiano
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Imagen tomada de Christianity Today |
Es posible que para muchos el término “nacionalismo cristiano” sea una exageración, ofensivo o lo sientan como una posible discriminación a la vivencia de los valores cristianos en la vida pública o la participación de los cristianos en la política. No se trata de eso.
Los evangélicos incursionan en el espacio público, aún algunos compiten para puestos de elección popular o son designados para ocupar cargos en los distintos niveles de gobierno según lo estipulado por la Constitución. Por ejemplo en México, los ministros de culto registrados ante la Secretaría de Gobernación, no pueden competir por un cargo de elección popular, sino hasta 5 años después de dejar de serlo y tampoco pueden ocupar un cargo público. No obstante, quedan en una zona gris todos los pastores sin registro ante Segob ni liderando una congregación de fe, pero que sí ejercieron o ejercen el ministerio pastoral con reconocimiento de congregaciones y que sí ocupan cargos públicos.
Dejemos de lado a los pastores, registrados como ministros de culto o no. Pensemos en un ciudadano evangélico promedio en ejercicio de un cargo público. En ese sentido, como burócratas o funcionarios de gobierno, sus acciones están sujetas a las leyes y a la Constitución, forman parte de la discusión pública y sus errores u omisiones pueden ser en algunos casos penalizadas. Los evangélicos en funciones no pueden suponer que gozan de fuero divino ante el Estado o la opinión pública por ser creyentes. Debe responder ante la ley y los ciudadanos.
El nacionalismo cristiano no se trata de que una persona viva sus valores cristianos en la sociedad. David Frenche lo explica con más detalle en su artículo “¿Qué es el nacionalismo cristiano exactamente?” Aunque Frenche retoma definiciones de la academía como las siguiente:
Los sociólogos Samuel Perry y Andrew Whitehead definen al nacionalismo cristiano como un “marco cultural que difumina las distinciones entre la identidad cristiana y la identidad estadounidense, pues considera que entre ellas hay una relación estrecha y, por lo tanto, intenta mejorar y preservar su unión”. El escritor y pastor Matthew McCullough define el nacionalismo cristiano como la “forma en que los cristianos conciben la identidad estadounidense y el sentido de lo estadounidense, una noción según la cual la nación desempeña un papel central en los propósitos históricos en el mundo del Dios cristiano”.
Su interés es comprender cómo se ve el nacionalismo cristiano en la práctica. Frenche comenta:
“Pero el nacionalismo cristiano no solo está arraigado en la ideología, sino que también tiene raíces profundas en la identidad, la creencia de que los cristianos deben mandar (...) Entonces, ¿qué es la política de identidad cristiana sino otra forma de supremacía cristiana? ¿Qué hace a una persona, por el simple hecho de identificarse como cristiana, una mejor candidata para ocupar un cargo? (...) Ese fervor puede hacer muy ingenuos a los creyentes e incluso potencialmente peligrosos. Su dinámica de combate entre el bien y el mal puede hacer que los cristianos crean que sus opositores políticos son capaces de cualquier cosa, incluso de amañar las elecciones.”
Tenemos la responsabilidad de desmarcarnos del nacionalismo cristiano estadounidense y resistir cualquier intento de recrearlo en América Latina. No podemos suponer que un personaje o partido representen en su totalidad el Reino de Dios. Cada cual tendrá sus preferencias políticas y sus razones, que son cuestiones a discutir en el espacio público como una buena señal de civismo y democracia. Pero dejar que los políticos usen la fe para su conveniencia política y pretendan definir qué es el Evangelio, es una cuestión que nos corresponde a todos nosotros como iglesia. Se trata de no divinizar la política ni a los políticos y sobre todo de ser fieles al Evangelio. El nacionalismo cristiano pretende volver al gobierno o a un político incuestionable a partir de una justificación religiosa. Lo cual no podemos aceptar, no como ciudadanos ni como cristianos. Cuestionar y exigir al gobierno es un ejercicio ciudadano y democrático. Corregir las herejías es tarea de la iglesia en comunidad bajo la guía del Espíritu cuando recurre a las Escrituras.
¿Cómo hacer frente en este capítulo de la historia de la iglesia? Hace apenas un par de años suponíamos que el mayor riesgo a la fe, el que representaba un verdadero riesgo de cisma era el tema de la diversidad sexual. Algunos sectores de la iglesia enarbolaron la causa de la lucha contra la “ideología de género” como bandera y plataforma que legitimaba su incursión en la arena pública y su deseo de llegar al poder. Para este grupo, la misión es alcanzar los puestos de gobierno y desde ahí, “corregir” el rumbo, “defender” valores e “imponer” una única visión cristiana del mundo para todos, creyentes, no creyentes y miembros de otros cultos. Pero ahora que esos grupos han llegado al poder en EUA se ve con mayor claridad que el riesgo principal para el mundo y para la iglesia es precisamente el nacionalismo cristiano.
¿Dónde encontramos alguna esperanza en este momento donde los poderosos se mofan de ser creyentes y de su aparente fuerza indestructible? ¿Cómo seguir siendo fieles a Jesús en un contexto donde cierto grupo de la iglesia exige lealtad al César?
Vivimos un tiempo icónico donde los poderes políticos y económicos se cansaron de llevar la máscara y nos dejan ver su verdadero rostro. La Biblia al referirse a ellos siempre los ha denominado bestias (Dn 7 y Ap.13).
Los profetas
Considerando esta mezcla de religión y política, recordé a los profetas. Como saben, estos personajes fueron llamados por Dios y enviados a predicar el mensaje de Dios. Como sabemos el mensaje fue de juicio y los profetas impopulares, cuando no odiados. Los profetas predicaron el juicio de Dios en momentos de esplendor, hablaban de destrucción en tiempo de paz o de derrota cuando la amenaza enemiga estaba a la puerta. Los profetas en su mensaje proporcionaban al pueblo una lectura de la realidad desde la óptica de Dios, que desnudaba la hipocresía, la injusticia, la rebeldía y la brutalidad de su pueblo.
El pueblo de Israel no podía vivir como bien le pareciera, estaba sujeta a un pacto. Israel debía mostrar al resto del mundo quién era Dios (Is. 49) y lo que él estaba haciendo en la historia.
Por la relación especial entre Dios y el pueblo de Israel, el pueblo debía vivir conforme al carácter de Dios y seguir sus mandamientos, solo así gozaría de las bendiciones de ese pacto, a decir, habitar un territorio en paz bajo el cuidado, la defensa y provisión de Dios. No obedecer a Dios equivalía a romper el pacto y sufrir las consecuencias.
Pero la obediencia a Dios no se entiende en términos contemporáneos. Para nosotros esto puede tratarse de un asunto privado, personal y moral. Pero se trata de convicciones y acciones. Se trata de relacionarse, con Dios, con uno mismo, con las demás personas y con el medio ambiente, según el carácter amoroso, misericordioso, santo y justo de Dios.
Israel dejó de adorar a Dios según como Él lo manifestó en su ley y comenzó a hacerlo según su conveniencia. Y en otros casos, lo abandonó e intercambió por los ídolos de los pueblos vecinos. Los profetas les recordaron al pueblo cuando obraron así rompieron el pacto de Dios y que debían arrepentirse y volver a él. De lo contrario, sufrirían las consecuencias. Los profetas se referían a esa desobediencia como infidelidad, la imagen más recurrente es la del cónyuge que es infiel a su pareja y rompe pacto matrimonial. Israel fue infiel al adorar a otros dioses y practicar un sincretismo religioso.
Cuando Israel abandonó a Dios, rindió culto a otras deidades y eso generó transformaciones en la manera de cómo debían vivir y relacionarse unos con otros. Por ejemplo, en la ley de Dios hay innumerables llamadas de atención en contra del soborno, la sobreexplotación de los recursos naturales, el trato justo y muchas otras áreas de la vida que hoy en día no le atribuimos al campo de la religión sino del Estado. Por eso cambiar al Dios vivo traía efectos sobre toda la realidad social y no únicamente en el aspecto personal o espiritual. Si Yahweh no es Dios del pueblo, entonces hay otra antropología: los seres humanos no son iguales y se les puede explotar; si Yahweh no es Dios, la justicia en las relaciones sociales se deja de lado y la ley del más fuerte impera; si Yahweh no es Dios no hay razones para preocuparse de los vulnerables; si Yahweh no es Dios la tierra es un recurso disponible para la explotación y no un don recibido que se debe cuidar según el carácter de Yahweh.
Dos ejemplos tomados de la predicación del profeta Jeremías:
Jeremías 2:34 “Tienes la ropa manchada de sangre, de sangre de gente pobre e inocente, a los que nunca sorprendiste robando. Por todo esto 35 te voy a juzgar: por alegar que no has pecado, por insistir en tu inocencia, por afirmar: “¡Dios ya no está enojado conmigo!”.
Jeremías 7: 5-8 :” 5 Si realmente corrigen su conducta y sus acciones, si realmente practican la justicia los unos con los otros, 6 si no oprimen al extranjero ni al huérfano ni a la viuda, si no derraman sangre inocente en este lugar ni siguen a otros dioses para su propio mal, 7 entonces los dejaré vivir en este lugar, en la tierra que di a sus antepasados para siempre. 8 ¡Pero ustedes confían en palabras engañosas, que no tienen validez alguna!”
La otra cara de la infidelidad religiosa es el abandono de la ética del Dios del pacto: la explotación, la violencia y la injusticia. La condición social es un reflejo de la condición espiritual del pueblo.
Y donde hay infidelidad también hay falsos profetas para calmar las conciencias y legitimar el status quo. La religión organizada se acomodó a las nuevas realidades y proveyó un marco espiritual para sustentar prácticas que de otra manera merecían ser condenadas. Y no solo eso. Beneficiaría de la circunstancias, se dedicó a callar las voces disidentes que recordaban el juicio de Dios y proveyó falsas seguridades. Al disfrutar de los beneficios de la alianza con el poder, la religión se convirtió en cómplices de las desgracias sociales. Los sacerdotes perdieron su rol profético y defendieron la maquinaria política en lugar de guardar y enseñar la Ley.
De nuevo un pasaje de Jeremías:
Jeremías 23:9-15: “Mi corazón está destrozado debido a los falsos profetas, y me tiemblan los huesos.Me tambaleo como un borracho, como alguien dominado por el vino, debido a las santas palabras que el Señor ha pronunciado contra ellos. 10 Pues la tierra está llena de adulterio, y está bajo una maldición. La tierra está de luto; los pastos del desierto están resecos. Todos hacen lo malo y abusan del poder que tienen. 11 «Aun los sacerdotes y los profetas son hombres malvados que no tienen a Dios. He visto sus hechos despreciables aquí mismo en mi propio templo —dice el Señor—. 12 Por lo tanto, los caminos que toman llegarán a ser resbaladizos. Serán perseguidos en la oscuridad y allí caerán. Pues traeré desastre sobre ellos en el tiempo señalado para su castigo. ¡Yo, el Señor, he hablado! 13 »Vi que los profetas de Samaria eran tremendamente malvados, porque profetizaron en nombre de Baal y llevaron a mi pueblo Israel al pecado. 14 ¡Pero ahora veo que los profetas de Jerusalén son aún peores! Cometen adulterio y les encanta la deshonestidad. Alientan a los que hacen lo malo para que ninguno se arrepienta de sus pecados. Estos profetas son tan perversos como lo fue la gente de Sodoma y Gomorra». 15 Por lo tanto, esto dice el Señor de los Ejércitos Celestiales acerca de los profetas: «Los alimentaré con amargura y les daré veneno para beber. Pues es debido a los profetas de Jerusalén que se ha llenado esta tierra de maldad».
Para Dios, la infidelidad del pueblo de Dios se sustentó en la maquinaria religiosa organizada, que a los ojos de Él, se encontraba igualmente corrupta. Los sacerdotes de la época tampoco escaparían del juicio por venir.
Las consecuencias de abandonar el pacto
Israel no se arrepintió y enfrentó el juicio de Dios. Primero el reino del norte, Israel, sería invadido y destruido por el imperio asirio en el 721 a.C. Después, Judá, el reino del sur, sufriría el mismo destino a manos de Babilonia en el 587 a.C. Judá sería destruida y sus habitantes exiliados.
La caída de Jerusalén no fue solamente una victoria militar atribuible a la evidente superioridad militar de Babilonia. No. El profeta Jeremías nos da una interpretación teológica de los acontecimientos para que el pueblo entendiese que no se trataba de una simple victoria sino de la entrega de la ciudad por parte de Dios a sus enemigos:
Jeremías 32: 27 — Yo soy el Señor, Dios de todo viviente; ¿crees que algo me resulta imposible? 28 Por eso, así dice el Señor: Voy a entregar esta ciudad en manos de los caldeos y en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, que la conquistará.
En la predicación de Jeremías, Babilonia aparece invencible. Nadie puede frenar su avance. Todo Medio Oriente cae bajo su control. Jeremías lo comunicó así:
Jeremías 5: 15 Pueblo de Israel, voy a traer contra ustedes una nación lejana, una nación fuerte y antigua, una nación cuyo idioma no conocen, cuyo lenguaje no entienden», afirma el Señor. 16 «Todos ellos son guerreros valientes; su aljaba es como un sepulcro abierto. 17 Acabarán con tu cosecha y tu alimento, devorarán a tus hijos e hijas, matarán a tus ovejas y vacas, y destruirán tus viñas y tus higueras. Tus ciudades fortificadas, en las que pusiste tu confianza, serán pasadas a filo de espada.
Como podemos notar, en los últimos dos pasajes, la invasión babilónica debía comprenderse como obra de Dios, quien entregó la ciudad y quien trajo a los invasores. No solo eso, Jeremías llega al colmo de decir que Nabucodonosor era siervo o instrumento de Dios mismo:
Jeremías 43:10: “Luego comunícales que así dice el Señor de los Ejércitos, el Dios de Israel: “Voy a mandar a buscar a mi siervo Nabucodonosor, rey de Babilonia; voy a colocar su trono sobre estas piedras que he enterrado, y él armará sobre ellas su tienda real.”
En Daniel 2, años después de la destrucción de Jerusalén, leemos como Nabucodonosor tuvo un sueño que nadie pudo interpretar. Pero Dios dio a Daniel, uno de los exiliados de Jerusalén, la sabiduría para interpretar el sueño. En dicho sueño Nabucodonosor vio una gran imagen compuesta de diferentes materiales. Daniel interpretó el sueño:
Daniel 2: 36 »Éste es el sueño. Pero también haremos saber a Su Majestad la interpretación del mismo. 37 Su Majestad es rey de reyes porque el Dios del cielo le ha dado el reino, el poder, la fuerza y la majestad. 38 Dios ha puesto en manos de Su Majestad a la humanidad entera, lo mismo que a las bestias del campo y a las aves del cielo, con lo que ha dado a Su Majestad el dominio sobre todas las cosas, en todo lugar habitado. Su Majestad es la cabeza de oro.
Los autores bíblicos comprendieron bien el lugar especial de Babilonia en la historia de Dios y su trato con su pueblo Israel. Nabucodonosor su rey es llamado siervo de Dios y rey a quien Dios le ha dado el poder.
La esperanza del juicio al imperio
Hasta aquí podría no haber relación entre el nacionalismo cristiano al que hice referencia al inicio y el tema del pueblo de Judá, los profetas y el juicio de Dios. ¿Cómo la llamada de atención de Dios a su pueblo, vía los profetas, puede ofrecernos alguna esperanza? Y sobre todo, ¿qué alternativa se nos ofrece en este momento?
Todavía en conversaciones sobre los acontecimientos recientes en EUA y el rol de las iglesias nos llegamos a preguntar: ¿cómo fue posible que la mayoría de evangélicos apoyara al nuevo presidente? ¿Cómo debemos entender esto cuando vemos el mal que desencadena no solo para su propio país sino para el mundo entero?
Yo sugiero, con temor a equivocarme y en apertura al diálogo, que lo experimentado debe ser entendido a la luz de la obra de Dios. No me malinterpreten, no sugiero que tal o cual presidente o partido es “elegido” especialmente por Dios para formar un gobierno en su nombre. Permítanme extenderme en las visiones de los profetas y reconsiderar un aspecto pasado desapercibido, al menos para mi hasta ahora.
La esperanza del mensaje de Jeremías, radicó en la promesa de Dios de que el exilio a Babilonia no sería definitivo ni detendría la promesa a Abraham. Dios mismo regresaría a su pueblo a la tierra de dónde los sacó y los reestablecería. Eso suponía que el pueblo, en el exilio, reconsiderara su historia, asumiera su responsabilidad y buscara el perdón de Dios. No en vano gran parte del AT terminaría por confeccionarse en el exilio.
La promesa del retorno sería cumplida parcialmente cuando Ciro permitió el retorno de los judíos con algunos artefactos del templo en el año 538. Pero la promesa de Dios también trataba del problema profundo del ser humano.
Los profetas Ezequiel y Jeremías lo señalan así:
Ezequiel 36:26 “’Además, les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes; quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne.”
Jeremías 24:7 Les daré un corazón para que me conozcan, porque Yo soy el Señor; y ellos serán Mi pueblo y Yo seré su Dios, pues volverán a Mí de todo corazón.
Israel no podía ser fiel al pacto en definitiva por sus propios méritos, necesitaba la ayuda e intervención de Dios para andar correctamente el camino. Israel fallaría de nuevo una vez en tierra y fallaría al reconocer a su Mesías. Porque es en Jesús donde se cumplen todas las promesas de Dios y por su muerte en la cruz, se establece un nuevo pacto de Dios con los seres humanos y la resurrección lo confirma:
Mateo 26: 28 porque esto es Mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados.
Pasarían muchos siglos hasta el 70 de nuestra era, cuando el imperio romano arrasó Jerusalén y destruyó el templo, dejando a los judíos sin tierra hasta la fecha.
¿Pero qué más? ¿Nos resignamos ante la secuencia de imperios que parecen indestructibles? ¿Será este el tiempo del festín de las bestias y no hay quien las somete?
No. Babilonia sufriría también lo que el viejo refrán mexicano dice: en el pecado lleva la penitencia. Los abusos de Babilonia no pasarían desapercibidos por Dios. Ella misma después sería juzgada. De hecho, en la predicación de Isaías (cap. 13 y 14) y Jeremías (cap. 50 y 51) también se dicta juicio a la poderosa e imparable Babilonia.
Jeremías 50:22 Se oye en la tierra estruendo de guerra y de gran destrucción. 23 ¡Babilonia, que desmenuzaba a otros pueblos como un martillo, ahora ha sido totalmente desmenuzada! ¡Se ha convertido en motivo de horror para todas las naciones! 24 El Señor te tendió una trampa, Babilonia, y caíste en ella. Sin darte cuenta, quedaste atrapada, porque lo desafiaste. 25 Abrió el Señor su arsenal, y en su furia sacó sus armas. Esto lo ha hecho el Señor, el Dios de los ejércitos, en la tierra de los caldeos. 26 ¡Vengan contra ella desde los confines de la tierra! ¡Abran sus graneros, y conviértanla en un montón de ruinas! ¡Destrúyanla, que no le quede nada! 27 ¡Maten a todos sus novillos! ¡Llévenlos al matadero! ¡Ay de ellos, pues su día ha llegado! ¡Llegó la hora de su castigo!
Sí. La Babilonia que Dios levantó para castigar a su pueblo. El “siervo” Nabucodonosor también es sometido, juzgado y castigado. Porque después de todo, la brutalidad y el exceso los detesta Dios. Por ejemplo, en 1940 en Alemania, igualmente cuestionable, se pudo, por decir de algún modo, expulsar a las minorías no deseables y no llevarlas a las cámaras de gas. Hoy también en EUA, donde se deportan a las personas no deseables podría suceder sin la mofa y la deshumanización. Es precisamente esto, el exceso, violencia, la brutalidad, la deshumanización con la que los poderes ejercen su dominio, la que atenta contra la imagen de Dios en los seres humanos y Dios simplemente no puede permanecer neutral ni avalar estos actos.
Babilonia cayó en manos de los Medos y Persas alrededor del 550 a.C. Según la interpretación del sueño de Nabucodonosor por Daniel, otros reinos sucederían a Babilonia en la antigüedad. Los expertos han interpretado a estos otros reinos como Persia, Grecia y Roma.
Pero en la imaginación del pueblo de Dios, Babilonia se convirtió en un símbolo que representaba la oposición del sistema humano organizado en contra de Dios. Desde Babel en Génesis hasta Babilonia en Apocalipsis. No es extraño que Apocalipsis, escrito en el contexto del imperio romano, haya también una profecía contra Babilonia (Ap. 18).
Las profecías contra Babilonia en el contexto de la destrucción de Jerusalén nos son un consuelo, un ancla de fe para nuestros días porque nos recuerdan que los poderes imperiales que se erigen aparentemente invencibles tienen sus días contados y que sus aspiraciones globales y de dominio eterno siempre terminan en ruinas. Sea que nos toque atestiguar su cumplimiento o no.
Como mencioné también antes, la infidelidad a Dios requiere una religión corrupta. En Apocalipsis también vemos esta persistencia de manera clara en la relación existente entre la bestia que surge del mar y la bestia que surge de la tierra (Ap.13). La primera recibe poder del dragón y la segunda recibe autoridad de la primera bestia.
Juan de Patmos dice de la segunda bestia:
Apocalipsis 13: 12 Ejerce toda la autoridad de la primera bestia en su presencia, y hace que la tierra y los que moran en ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada. 13 También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra en presencia de los hombres. 14 Además engaña a los que moran en la tierra a causa de las señales que se le concedió hacer en presencia de la bestia, diciendo a los moradores de la tierra que hagan una imagen de la bestia que tenía la herida de la espada y que ha vuelto a vivir.
La mayoría de estudiosos concuerdan que la segunda bestia hace referencia a la religión imperial romana, que proclamaba el culto al emperador. La función de esta segunda bestia es que las personas rindan culto no a Dios sino a una bestia. Religión y poder juntos en su hambre de dominio.
En la interpretación del sueño de Nabucodonosor, Daniel dijo de la piedra que destruye la estatua:
Daniel 2: 44 »En los días de estos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que jamás será destruido ni entregado a otro pueblo, sino que permanecerá para siempre y hará pedazos a todos estos reinos. 45 Este es el significado de la roca que fue cortada de la montaña no por manos humanas, que hizo añicos al hierro, al bronce, al barro, a la plata y al oro.
Dios conduce la historia no a la grandeza de una nación sino al cumplimiento de su misión: la de reconciliar consigo mismo todas las cosas por medio de Cristo Jesús (2 Cor. 5:1 y Col 1:15-20). No hay otra alternativa, se trata de el Reino de Dios y no del imperio en turno. Y no podemos caer en la tentación de confundir al imperio en turno, con su bestia al mando, con el Reino de Dios y su Mesías y Señor. Jesús es el Señor, no Nabucodonosor, ni César ni ningún presidente en turno o por venir.
El Reino de Dios
Tenemos la urgencia de revisar nuestras representaciones del Reino de Dios. El reino de Dios no debe estar mancillado por nuestra imaginación caída sino nutrido en la revelación de las Escrituras. Por el contrario, el Reino de Dios debe inspirar y modelar nuestra imaginación. El Reino no es la descripción de un imperio ni del bully del vecindario. Es la poética exhalada de la boca de Dios con la cual recrea el mundo ya sin los efectos del pecado. Es la presencia de Jesús resucitado, vencedor de la muerte. El cordero de Dios que nos enseña qué es realmente la vida y cómo se vive en plenitud. Por eso los profetas no se cansaron de tejer imágenes para desarticular nuestras representaciones de cómo se ve la obra de Dios.
Aquí algunas:
La justicia y la paz se besarán (Sal. 85:10).
El lobo y el cordero pastarán juntos (Is. 65:25)
El ternero y el potro estarán seguros junto al león, y un niño pequeño los guiará a todos (s. 11:6).
No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús (Gal. 3:28).
Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado». (Ap. 21:4).
La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que la iluminen, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Las naciones andarán a su luz y los reyes de la tierra traerán[p] a ella su gloria (Ap. 21:23-24)
La bondad y la justicia de quién es Amor no cabe en el corazón humano y lo que apenas vemos es una postal remitida por el Amado viajero de Belén.
¿Con cuál imperio compararemos el Reino de Dios? ¿Con Babilonia, Roma o América? Con ninguno. Todos se sostienen en la explotación y el expolio. Tienen sangre en las manos. Son bestias. Son la encarnación de Babilonia destinada a caer.
Nuestra lealtad no es a la bestia sino al Cordero inmolado de Dios.
Hoy más que nunca debemos recuperar la declaración de los primeros cristianos: Jesús es el Señor. El Reino de Dios luce completamente distinto a lo que el nacionalismo cristiano nos quiere vender.
¿Cuál es entonces nuestro llamado en medio del escenario donde las bestias se jactan de su arrogancia? ¿Cómo cultivar la fe, la esperanza y el amor en tiempos de nacionalismo cristiano?
Comunidades de discípulos de Jesús el Mesías
La respuesta no es sencilla ni fácil. No pretendo ser exhaustivo ni definitorio. De primera instancia diría que la Palabra, la comunidad, el arte y el sentido del humor son dos disciplinas requeridas en este momento. Pero me atrevo a proponer lo siguiente:
Comunidades del Reino de Dios.
Necesitamos ser comunidades de discípulos fieles a Jesús, el Mesías de Dios, que encarnan en sus relaciones y forma de vida. Comunidades que en el poder del Espíritu Santo, viven el Reino aquí y ahora en la manera en la que se aman y aman al mundo que Dios ama.
En términos teológicos, comunidades que no adoran a la bestia y sufren las consecuencias, comunidades e individuos bienaventurados porque son perseguidos a causa de la justicia.
Para cuestiones prácticas, me refiero a comunidades comprometidas con Dios y su misión, que se rehúsan a denigrar a otros seres humanos a partir de sus preferencias, origen étnico o religioso. Comunidades que se preocupan por los más vulnerables y rechazan convertir en enemigo a quien Dios les llama a mostrar su amor y proclamar el Evangelio. Comunidades que rechazan el ejercicio de la violencia en nombre de Dios y buscan la paz. Comunidades que rechazan identificar sus privilegios con una ciudadanía en específico sino que asumen su ciudadanía celestial para comprometerse en el mundo de la manera que Dios lo hace.
Denuncia profética
Si las bestias andan aparentemente libres en el horizonte no podemos suponer que nuestro papel en la historia es el silencio cómplice. Todo lo contrario, es a la vivencia de la fe, a la radicalidad del Evangelio que se expresa en amor (Jn 3:16). Son comunidades que deciden obedecer a Dios antes que a los poderes. Comunidades donde hay un ejercicio de revisión de la práctica a la luz de las Escrituras para reconocer los errores, pedir perdón y corregir el rumbo con ayuda del Espíritu.
Comunidades proféticas que denuncian la maldad e hipocresía de la religión organizada que pacta con el poder. Comunidades que denuncian los excesos de un poder político que aspira a la lealtad de nuestros corazones y la explotación del poder económico que devora seres humanos y el medio ambiente en beneficio de un puñado.
Personas por encima de virtualidad
Las tecnologías de la información prometieron libertad y democracia pero en realidad vemos que hacen lo contrario. Los grandes magnates de las empresas de tecnología de EUA se alinearon con el nuevo gobierno. Es lo que algunos han denominado “tecnofascismo”. De ahí la urgencia de salir a la calle, conocer a los vecinos, conversar con las personas distintas a nosotros y reconocernos seres humanos en esas interacciones cotidianas. Debemos abandonar la cámara de eco y escuchar diferentes opiniones, aunque no estemos de acuerdo. Urge ejercitarnos en la práctica de escuchar y comprender al otro, reconocer dónde estamos de acuerdo, dónde no y por qué no. ¿Nos sorprenderemos si encontraramos a más personas más cercanas al Reino fuera de la iglesia que dentro?
Comunidades que colaboran en busca de la paz
Las comunidades de discípulos no habitamos en el vacío social. Formamos parte de sociedades. Por lo tanto, debemos colaborar con otros más que procuran la paz, la justicia y el resto de la dignidad de todas las personas. Se trata de la sobrevivencia del planeta, no solo de la comunidad imaginada y construida históricamente que conocemos como nación.
Cultivar el arte y el sentido del humor
El arte y el sentido del humor son dos disciplinas que pueden ayudarnos en la jornada de atravesar este valle de desinformación, sobresaturación, propaganda y desensibilización. El arte nos ayuda a ver lo que está ahí pero es imperceptible a la razón. El arte nos escupe a veces a la cara para señalar la hipocresía y falsas seguridades. La música, la poesía, la escultura y otras disciplinas más tienen la ventaja de ayudarnos a imaginar un mundo distinto y a reconocer la nimiedad de nuestros valores.
Por otro lado, el sentido del humor nos deja ver las incoherencias del consenso al querer tapar el sol con un dedo y otros malabares insostenibles. Además, reírse tiene ventajas terapéuticas. Pero sobretodo, el humor nos ayuda a ver la realidad con ojos nuevos y reconocer que los gigantes enfrente de nosotros, en el fondo, en lo profundo, están hechos de cartón y qué a pesar de los dientes y rugidos de las bestias, hay algo claro: ¿quién nos puede separar del amor de Dios en Cristo Jesús? Si algo está claro, es que los tiranos odian el arte y el humor, prefieren domesticarlos. “Vean el emperador está desnudo”, gritó el niño en la historia El traje nuevo del emperador.
Estas comunidades de discípulos han sobrevivido siempre y lo seguiremos haciendo. ¿Dónde está Roma, el Nazismo, la URSS o América? Ya no están. Han sido juzgados y entregados a sus enemigos. Pero estas pequeñas comunidades de discípulos permanecerán hasta que Jesús regrese.
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