El Hallazgo (Despuès de las diez y cuarto. parte II)

Por la noche, cuando me toca caminar, veo con tristeza las miradas de aquellos que no tienen forma segura de regresar a casa, porque el transporte público ya no pasa y lo obligan a caminar largos caminos oscuros inseguros. Y me pregunto dos cosas, ¿No vale la pena arriesgarse y hacer cuanto puedes por ayudarles? ¿Acaso quien dirige no escucha su silencio y temblar de dientes cuando camina viendo trás el hombro si no lo sigue un extraño?

Pensando en ello ocurrió esto que te cuento, ocurrió una noche cuando yo regresaba a casa, hasta ese momento, nada especial había ocurrido, pero en ese instante algo sucedió: No fue un evento extraordinario, sino todo lo contrario, sencillo y simple, como todas las cosas lindas, a tal grado que nadie fuera de mí lo pudo ver. Y no lo digo para enorgullecerme, simplemente deseo compartirte aquel hallazgo.

Esa noche el taxi se detuvo en una esquina, todavía no era muy tarde, algunos comercios continuaban abiertos, por las anchas aceras caminaban las últimas personas preocupadas por alcanzar el transporte que las llevara a casa. ¿Has visto con tristeza la mirada de aquellos que se preocupan porque no habrá transporte que los lleve a casa? En esa esquina, una empleada de farmacia comenzó a cerrar, pero antes, arrojó por la puerta un adorno grande hecho con globos de color azul y blanco, viejo, pues ya no flotaba.

Justo en aquel momento un par de niños venían por la acera jugando a unos cuantos metros delante de su madre, entonces vieron el adorno de globos en el suelo, justo donde la empleada los había lanzado con desprecio. Al tener delante suyo semejante tesoro, sus ojitos se abrieron contentos por el hallazgo, inmediatamente su imaginación los llevó a planear mil y un maneras de cómo usarlos al día siguiente para tener tiempos de diversión. El más pequeño de los dos, un niño no mayor de cinco años, tomó entre sus bracitos cuantos globos puedo, los acercó a su rostro para que sus morenas mejillitas sucias por el rico chocolate que venía comiendo, pudieran rosar con aquel tesoro.

El semáforo pronto cambió de color, me raptó de aquella tierna escena, nada supe del destino de aquel adorno hecho con globos color azul y blanco, viejo, pues ya no flotaba. No supe si se convirtió en diversión para aquel par de niños durante el camino a su casa y al día siguiente, o si su madre les prohibió llevarlo con ellos. Cuando el auto se movió, intenté ver por el espejo lateral para despejar mi curiosidad, pero un puesto de revistas y un vendedor de elotes cocidos enteros y en vaso, me impidió verlo. En fin, también ocurrió después de las diez y cuarto....

Comentarios

Entradas populares de este blog

Navidad y los universitarios cristianos

¿Por qué soy cristiano? De John Stott

Hay tantas cosas en el corazon