El Amante traicionado
El presente ejercicio fue el trabajo final que entregué para la materia de Novela Histórica. La actividad consistió en leer la novela EL SEDUCTOR DE LA PATRIA, de Enrique Serna, y después responder a la pregunta: Quién fue Santa Anna? Por supuesto que responderíamos tomando como cierto lo que Serna dice en la novela, únicamente lo que aparece en la novela, sin considerar otra información.
A manera de advertencia les digo que es un poco largo pero espero que puedan terminar de leerlo y en la medida de sus posibilidades, que tú también puedas leer EL SEDUCTOR DE LA PATRIA, si no quieres comprar el libro, puedes pedirmelo prestado. Espero sus comentarios.
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¿Qué quién fue Antonio López de Santa Anna? Usté querra decir, el general presidente don Antonio López de Santa Anna. Pues yo, fíjese lo que le voy a decir, lo conocí mejor que nadie, y por eso, sí le puedo decir, él fue un cabrón. Pero no un cabrón cualquiera, un cabrón de esos que está por encima de todos, porque déjeme le digo, que si a mi general ya se lo haya llevado la muerte, sigue vivo en el pueblo, que siempre lo quiso con mucho respeto y cariño. Tanto lo quiso Dios nuestro Señor, que dispuso que México no lo olvidara jamás, por eso, los mexicanos nunca podremos olvidar a quien fue Santa Anna.
Cuando voy a la taberna del Romeral escucho como uno que otro general veterano fanfarronea “una noche le gané dos mil pesos en los gallos a mi general Santa Anna”. Hágame usté el favor, de ser eso que dicen cierto, seguro me lo hubiera mandado fusilar el general. Porque Santa Anna nada más se las llevaba con cuidado con aquellos que lo podían hacer destantear, con los aduladores y sus soldados se portaba como dios todopoderoso, haciéndole como mejor se le venía en gana sin importarle otra cosa más que su propio interés.
Por ejemplo, a mí, que lo conocí desde chiquillo, el general nunca me trató con privilegios, no me hizo general ni coronel, menos diputado cuando podía hacerlo, y eso era porque él no ganaba nada si a mí me iba bien, además, también déjeme decirle, yo tampoco estaba entre la multitud de sus aduladores que le encendían cirios. En parte, porque nos odiábamos tanto el uno al otro que no podíamos vernos ni en pintura y yo, que tanto odio le tenía, no podía andar lejos de él, porque uste ya sabe, donde andaba el general Santa Anna andaba México, y yo, que soy un patriota, procuraba andar bien junto a la nación.
Conocí a Santa Anna en Veracruz, cuando tenía doce años, yo hacía mandados en el puerto para ganarme algo con las propinas, por eso andaba todo el tiempo en la calle y fue ahí donde lo ví por primera vez, caminaba con un porte orgulloso, actuando como si todos deberíamos estar admirados y agradecidos por su sola presencia, parecía un Napoleón chiquito. Él paso de largo y yo, chingaquedito que era, tomé una piedra y se la lancé, golpeándolo justo en la cabeza. Cuando volteó a ver quien fue el que le pegó, le vi una cara como de diablo, no estaba enojado por el golpe en la cabeza, sino por el que recibió en el orgullo. Entonces se dejó venir y nos peleamos como dos perros callejeros. Tuvo que venir un gendarme a separarnos, a él lo soltó por ser hijo de notario, a mi no. Después, ya que se iba, volteó a verme, y con aires de grandeza le dijo al gendarme, casi ordenándole: “dele un castigo ejemplar a ese lépero”. Desde ese momento juré vengarme. Pero pasó el tiempo y a mí se me olvidó y a él también.
Santa Anna y yo nos volvimos a ver en Orizaba, cuando yo era cabo en el ejército de las Tres Garantías y acompañé al coronel Herrera el día que pidió entrevistarse con Santa Anna, que por aquellos tiempos se entendía muy bien con el virrey Apodaca. Herrera me dijo, cuando íbamos al convento del Carmen, que Iturbide le mandó convencer a Santa Anna para que se pasara de nuestro lado, “a tipos como ése nada más hay que hablarles blandito y darles por su lado, todos tenemos uno, Santa Anna sólo quiere que lo traten bien, hoy se entiende de mil amores con el virrey, pero quiere serlo también del que gané en esta guerra, por eso nos recibe, nada más por eso, para ver que le ofrecemos”. El coronel tenía razón, Santa Anna nada más escuchó el grado de coronel y le brillaron los ojos.
Mi general Santa Anna fue el hijo olvidado de España, se quería abrir camino bajo el dominio de los españoles porque el mismo se sentía la mitad de uno, pero cuando las vio perdida por ese lado, prefirió volverse el padre de todos los mexicanos y hacer dar sus primeros pasos a México. Pero hacerlo no le resultó fácil, la patria en aquellos tiempos era una mujer joven que no daba sus amores a cualquiera, entonces Santa Anna, terco como era, no se cansó hasta seducirla con sus mentiras, hasta que un buen día, cuando México despertó, Santa Anna estaba en su cama y no se salió de ella hasta que él quiso.
Yo me encontré con Santa Anna muchas veces cuando pasaba revista a las tropas, porque yo era de sus soldados, y cada vez que me veía de reojo. Algunas veces me preguntaba si él se acordaba de mí, pensar eso me daba miedo porque me podía mandar fusilar. Al paso del tiempo me olvidé de eso, pero un mal día él se detuvo frente a mí y sonriendo con esa perversidad muy suya me entregó una piedrita, “a mano”, me dijo y se fue de largo, yo me quedé helado. Todavía hoy conservo esa piedra en mi casa como viejo recuerdo del general. Desde entonces le tenía miedo aunque nunca me reclamó ni tomó venganza de aquel incidente de niños. Santa Anna era como un padre para nosotros, sabíamos que si hacíamos las cosas mal y él resultaba afectado, no nos la íbamos a acabar. Por eso, cuando a él le fue mal todos le dimos la espalda, como hijos ingratos, pero como dice el dicho, uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. Pensamos que sin Santa Anna estaríamos bien, pero nos salió el tiro por la culata, cuando Santa Anna se fue, México se quedó solo y todos nos chingamos.
Yo abandoné el ejército en San Jacinto, cuando los texanos nos tomaron por sorpresa cuando dormíamos por órdenes del mismísimo Santa Anna, tiempo después dijo el muy ladino que lo hizo porque los hombres mandados por el general Filisola desde San Felipe, al mando del general Cos, dizque venían cansados, pero no es cierto, el cabrón quería tomar la siesta como siempre acostumbraba hacerlo. El General Castrillón, encargado de la guardia, no dijo nada cuando supo que los texanos estaban muy cerca, porque se puso a jugar a los naipes. Al escuchar tronar los primeros disparos de los texanos tomé mi fusil y salí corriendo a reunirme con el resto de los veteranos, porque en aquella ocasión traíamos a muchos nuevos que levantamos en el camino. Pero como yo la vi perdida y vi que hasta Santa Anna salió huyendo, y como le dije que donde estaba Santa Anna estaba México, yo corrí tras la patria. Fue difícil, pero fui de los pocos que lograron regresar San Felipe y después desertar por Saltillo, donde me metí a trabajar en un rancho.
Le seguí la pista a Santa Anna por los periódicos, por ahí supe que había firmado la paz con los texanos y que se iban a separar de México, con lo mucho que le importaba en aquel tiempo Texas a los mexicanos, ese era una región grande, llena de herejes protestantes y bien poquitos mexicanos, nunca me he sentido tan fuera de México como en Texas, tal vez por eso perdimos la guerra con ellos. Yo no volví entrar al ejército hasta el cuarenta y ocho, con la invasión yankee y el sesenta y dos otra vez como voluntario cuando vinieron los franceses y pusieron a Maximiliano como emperador de México. A Santa Anna nunca lo volví a ver en mi vida, todo lo que supe de él fue, como le digo, por los periódicos, pero me quedaba el gusto de haberlo conocido como nadie más.
Yo sí conocí a Santa Anna, cada quien cuenta una de sus mascaras, pero yo sí le digo como era el de a de veras. Yo le pegué con una piedra allá en Veracruz cuando éramos niños, yo me puse una noche borracho con él en la Ciudad de México y yo huí junto con él en San Jacinto. Santa Anna no era ni santo ni diablo, era un hombre, pero no un hombre cualquier, sino no, no hubiera sido el hombre que fue. Yo siempre lo odié por eso, como todos, porque reconocíamos en él algo, una chispa que nos seducía, lo mismo a mujeres, soldados, generales, políticos y partidos, sabíamos que nunca podríamos llegar a ser como él, y por eso lo queríamos, aunque no le toleráramos sus aires de grandeza, por más que odiáramos a Santa Anna todos lo necesitábamos. Fue el timonero del barco que se llamaba México, que queriéndolo salvar siempre lo llevó a las playas de sus intereses, odiaba a todos, nada le importaba más que él, era egoísta, pero ¿Qué le podíamos decir nosotros?
El verdadero Santa Anna fue el de los primeros años, el joven aprendiz de mañas, si alguien quiso detener su poder y fama tuvo que hacerlo cuando fue joven y apenas era un pollo, porque una vez que le salió cresta y espolón nadie le pudo ganar. Santa Anna hizo a México, él ya estaba amañado y tenía colmillo cuando las instituciones de la nación apenas y sabían gatear, a él le tocó cambiarle los pañales llenos de mierda al país y cuando éste creció lo mandó al exilió. Santa Anna fue un desentendido, nadie lo entendió, lo juzgamos mal, ahora lo conocemos por lo que dicen de él los liberales que tanto lo odiaron, pero nadie habla ya de la batalla de Tampico o del Álamo, dos gloriosas victorias de la historia militar mexicana.
Mi general Santa Anna es el anciano a quien le han negado su derecho natural de sentarse en sus piernas a los mexicanitos y contarles su historia y la historia de México como un abuelo cuenta cuentos a sus nietos. Si Santa Anna llegara a ser un mismo hombre sería Santa Anna, pero como no lo es, es al mismo tiempo el hijo olvidado de España, el padre autoritario y amoroso de los mexicanos, no de la patria, de los mexicanos, es el seductor traicionado por su verdadero amor, la patria le entregó sus amores pero cuando ya no tenía talento para regalare lo abandonó como una puta, mi general Santa Anna fue el viejo general olvidado que murió sin gloria, tal vez porque se empalagó con tanta en vida que no guardó nada para la eternidad.
Ya le digo joven, ese fue Santa Anna, odiado por todos pero tan necesarios. ¿Porqué me pregunta usté que hizo Santa Anna por México? a ver, porqué mejor no pregunta que hubiera hecho México sin Santa Anna, ¿O qué, le da miedo?
A manera de advertencia les digo que es un poco largo pero espero que puedan terminar de leerlo y en la medida de sus posibilidades, que tú también puedas leer EL SEDUCTOR DE LA PATRIA, si no quieres comprar el libro, puedes pedirmelo prestado. Espero sus comentarios.
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¿Qué quién fue Antonio López de Santa Anna? Usté querra decir, el general presidente don Antonio López de Santa Anna. Pues yo, fíjese lo que le voy a decir, lo conocí mejor que nadie, y por eso, sí le puedo decir, él fue un cabrón. Pero no un cabrón cualquiera, un cabrón de esos que está por encima de todos, porque déjeme le digo, que si a mi general ya se lo haya llevado la muerte, sigue vivo en el pueblo, que siempre lo quiso con mucho respeto y cariño. Tanto lo quiso Dios nuestro Señor, que dispuso que México no lo olvidara jamás, por eso, los mexicanos nunca podremos olvidar a quien fue Santa Anna.
Cuando voy a la taberna del Romeral escucho como uno que otro general veterano fanfarronea “una noche le gané dos mil pesos en los gallos a mi general Santa Anna”. Hágame usté el favor, de ser eso que dicen cierto, seguro me lo hubiera mandado fusilar el general. Porque Santa Anna nada más se las llevaba con cuidado con aquellos que lo podían hacer destantear, con los aduladores y sus soldados se portaba como dios todopoderoso, haciéndole como mejor se le venía en gana sin importarle otra cosa más que su propio interés.
Por ejemplo, a mí, que lo conocí desde chiquillo, el general nunca me trató con privilegios, no me hizo general ni coronel, menos diputado cuando podía hacerlo, y eso era porque él no ganaba nada si a mí me iba bien, además, también déjeme decirle, yo tampoco estaba entre la multitud de sus aduladores que le encendían cirios. En parte, porque nos odiábamos tanto el uno al otro que no podíamos vernos ni en pintura y yo, que tanto odio le tenía, no podía andar lejos de él, porque uste ya sabe, donde andaba el general Santa Anna andaba México, y yo, que soy un patriota, procuraba andar bien junto a la nación.
Conocí a Santa Anna en Veracruz, cuando tenía doce años, yo hacía mandados en el puerto para ganarme algo con las propinas, por eso andaba todo el tiempo en la calle y fue ahí donde lo ví por primera vez, caminaba con un porte orgulloso, actuando como si todos deberíamos estar admirados y agradecidos por su sola presencia, parecía un Napoleón chiquito. Él paso de largo y yo, chingaquedito que era, tomé una piedra y se la lancé, golpeándolo justo en la cabeza. Cuando volteó a ver quien fue el que le pegó, le vi una cara como de diablo, no estaba enojado por el golpe en la cabeza, sino por el que recibió en el orgullo. Entonces se dejó venir y nos peleamos como dos perros callejeros. Tuvo que venir un gendarme a separarnos, a él lo soltó por ser hijo de notario, a mi no. Después, ya que se iba, volteó a verme, y con aires de grandeza le dijo al gendarme, casi ordenándole: “dele un castigo ejemplar a ese lépero”. Desde ese momento juré vengarme. Pero pasó el tiempo y a mí se me olvidó y a él también.
Santa Anna y yo nos volvimos a ver en Orizaba, cuando yo era cabo en el ejército de las Tres Garantías y acompañé al coronel Herrera el día que pidió entrevistarse con Santa Anna, que por aquellos tiempos se entendía muy bien con el virrey Apodaca. Herrera me dijo, cuando íbamos al convento del Carmen, que Iturbide le mandó convencer a Santa Anna para que se pasara de nuestro lado, “a tipos como ése nada más hay que hablarles blandito y darles por su lado, todos tenemos uno, Santa Anna sólo quiere que lo traten bien, hoy se entiende de mil amores con el virrey, pero quiere serlo también del que gané en esta guerra, por eso nos recibe, nada más por eso, para ver que le ofrecemos”. El coronel tenía razón, Santa Anna nada más escuchó el grado de coronel y le brillaron los ojos.
Mi general Santa Anna fue el hijo olvidado de España, se quería abrir camino bajo el dominio de los españoles porque el mismo se sentía la mitad de uno, pero cuando las vio perdida por ese lado, prefirió volverse el padre de todos los mexicanos y hacer dar sus primeros pasos a México. Pero hacerlo no le resultó fácil, la patria en aquellos tiempos era una mujer joven que no daba sus amores a cualquiera, entonces Santa Anna, terco como era, no se cansó hasta seducirla con sus mentiras, hasta que un buen día, cuando México despertó, Santa Anna estaba en su cama y no se salió de ella hasta que él quiso.
Yo me encontré con Santa Anna muchas veces cuando pasaba revista a las tropas, porque yo era de sus soldados, y cada vez que me veía de reojo. Algunas veces me preguntaba si él se acordaba de mí, pensar eso me daba miedo porque me podía mandar fusilar. Al paso del tiempo me olvidé de eso, pero un mal día él se detuvo frente a mí y sonriendo con esa perversidad muy suya me entregó una piedrita, “a mano”, me dijo y se fue de largo, yo me quedé helado. Todavía hoy conservo esa piedra en mi casa como viejo recuerdo del general. Desde entonces le tenía miedo aunque nunca me reclamó ni tomó venganza de aquel incidente de niños. Santa Anna era como un padre para nosotros, sabíamos que si hacíamos las cosas mal y él resultaba afectado, no nos la íbamos a acabar. Por eso, cuando a él le fue mal todos le dimos la espalda, como hijos ingratos, pero como dice el dicho, uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. Pensamos que sin Santa Anna estaríamos bien, pero nos salió el tiro por la culata, cuando Santa Anna se fue, México se quedó solo y todos nos chingamos.
Yo abandoné el ejército en San Jacinto, cuando los texanos nos tomaron por sorpresa cuando dormíamos por órdenes del mismísimo Santa Anna, tiempo después dijo el muy ladino que lo hizo porque los hombres mandados por el general Filisola desde San Felipe, al mando del general Cos, dizque venían cansados, pero no es cierto, el cabrón quería tomar la siesta como siempre acostumbraba hacerlo. El General Castrillón, encargado de la guardia, no dijo nada cuando supo que los texanos estaban muy cerca, porque se puso a jugar a los naipes. Al escuchar tronar los primeros disparos de los texanos tomé mi fusil y salí corriendo a reunirme con el resto de los veteranos, porque en aquella ocasión traíamos a muchos nuevos que levantamos en el camino. Pero como yo la vi perdida y vi que hasta Santa Anna salió huyendo, y como le dije que donde estaba Santa Anna estaba México, yo corrí tras la patria. Fue difícil, pero fui de los pocos que lograron regresar San Felipe y después desertar por Saltillo, donde me metí a trabajar en un rancho.
Le seguí la pista a Santa Anna por los periódicos, por ahí supe que había firmado la paz con los texanos y que se iban a separar de México, con lo mucho que le importaba en aquel tiempo Texas a los mexicanos, ese era una región grande, llena de herejes protestantes y bien poquitos mexicanos, nunca me he sentido tan fuera de México como en Texas, tal vez por eso perdimos la guerra con ellos. Yo no volví entrar al ejército hasta el cuarenta y ocho, con la invasión yankee y el sesenta y dos otra vez como voluntario cuando vinieron los franceses y pusieron a Maximiliano como emperador de México. A Santa Anna nunca lo volví a ver en mi vida, todo lo que supe de él fue, como le digo, por los periódicos, pero me quedaba el gusto de haberlo conocido como nadie más.
Yo sí conocí a Santa Anna, cada quien cuenta una de sus mascaras, pero yo sí le digo como era el de a de veras. Yo le pegué con una piedra allá en Veracruz cuando éramos niños, yo me puse una noche borracho con él en la Ciudad de México y yo huí junto con él en San Jacinto. Santa Anna no era ni santo ni diablo, era un hombre, pero no un hombre cualquier, sino no, no hubiera sido el hombre que fue. Yo siempre lo odié por eso, como todos, porque reconocíamos en él algo, una chispa que nos seducía, lo mismo a mujeres, soldados, generales, políticos y partidos, sabíamos que nunca podríamos llegar a ser como él, y por eso lo queríamos, aunque no le toleráramos sus aires de grandeza, por más que odiáramos a Santa Anna todos lo necesitábamos. Fue el timonero del barco que se llamaba México, que queriéndolo salvar siempre lo llevó a las playas de sus intereses, odiaba a todos, nada le importaba más que él, era egoísta, pero ¿Qué le podíamos decir nosotros?
El verdadero Santa Anna fue el de los primeros años, el joven aprendiz de mañas, si alguien quiso detener su poder y fama tuvo que hacerlo cuando fue joven y apenas era un pollo, porque una vez que le salió cresta y espolón nadie le pudo ganar. Santa Anna hizo a México, él ya estaba amañado y tenía colmillo cuando las instituciones de la nación apenas y sabían gatear, a él le tocó cambiarle los pañales llenos de mierda al país y cuando éste creció lo mandó al exilió. Santa Anna fue un desentendido, nadie lo entendió, lo juzgamos mal, ahora lo conocemos por lo que dicen de él los liberales que tanto lo odiaron, pero nadie habla ya de la batalla de Tampico o del Álamo, dos gloriosas victorias de la historia militar mexicana.
Mi general Santa Anna es el anciano a quien le han negado su derecho natural de sentarse en sus piernas a los mexicanitos y contarles su historia y la historia de México como un abuelo cuenta cuentos a sus nietos. Si Santa Anna llegara a ser un mismo hombre sería Santa Anna, pero como no lo es, es al mismo tiempo el hijo olvidado de España, el padre autoritario y amoroso de los mexicanos, no de la patria, de los mexicanos, es el seductor traicionado por su verdadero amor, la patria le entregó sus amores pero cuando ya no tenía talento para regalare lo abandonó como una puta, mi general Santa Anna fue el viejo general olvidado que murió sin gloria, tal vez porque se empalagó con tanta en vida que no guardó nada para la eternidad.
Ya le digo joven, ese fue Santa Anna, odiado por todos pero tan necesarios. ¿Porqué me pregunta usté que hizo Santa Anna por México? a ver, porqué mejor no pregunta que hubiera hecho México sin Santa Anna, ¿O qué, le da miedo?
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