Reflexiones antes del fin del mundo

Nadie despierta un buen día por la mañana pensando que se convertirá en testigo presencial del inicio del fin del mundo. Tenemos por lo menos los últimos dos mil años intentando acabárnoslo y aún no lo logramos. Sería muy egoísta de nuestra parte pensar que nosotros sí podemos concluir esta desordenada tarea que recibimos como herencia irresponsable de los que nos precedieron. Pero si de seguridades estamos hablando, cuestiones que en estos tiempos de cambios y miedo son necesarias, solamente podemos asumir una, y esta será: que tarde o temprano el mundo, naturaleza y humanidad, ha de consumirse. Si nos apropiamos de este desafiante enunciado a manera de tesis para discutirla entre la comunidad que conformamos la sociedad en su totalidad, encontraremos que habrá quien se sume y quien la rebata.

De una tesis general como la enunciada anteriormente podemos deducir, casi como ejercicio lógico, que estoy proponiendo lo efímero de la existencia del hombre y lo in-eterno de la civilización material, de la cultura, la ciencia y su motor: la razón. Curiosamente cuando las respuestas a nuestras preguntas no provienen de la reflexión racional, o al menos no han pasado por un proceso de debate y confrontación que permita enunciar acuerdos de la comunidad calificada para tales fines, no cuentan con el peso suficiente para ser consideradas.

Pero retomando el tema de lo efímero y la ironía del individuo que se despierta por la mañana y ante sus ojos contempla, ya sea de forma sensitiva o intuitiva, el desastre del fin de la realidad. Nos encontramos ante el ya conocido panorama del cambio-catástrofe que ciclo a ciclo atraviesa el tiempo del hombre. Sin embargo, gracias al olvido histórico consciente de la sociedad moderna, o lo que nos queda de ella, encontramos este ciclo como un fenómeno nuevo. De ahí nuestro miedo. No obstante ha estado siempre, sólo que la curvatura de lo cualitativo de sus daños o la onda de sus consecuencias no siempre nos sorprende, cuando lo hace, todos temblamos. ¿Pero quién se duele de la muerte diaria de miles de niños alrededor del mundo por destruición o siquiera los considera?

¿De qué beneficios gozaría el hombre de inicios del siglo XXI para no sufrir los desastres naturales y pestes que la humanidad ya vivió en el pasado? ¿Qué podemos encontrar que nos haga especiales para con el destino y que no hayan tenidos los hombres de los tiempos pasados? Antes de responder se debe hacer un breve recuento de los logros obtenidos, entre ellos podemos mencionar la ciencia, la medicina y puede que hasta la cultura. Todo ello ha vuelto nuestra existencia pasajera más cómoda y tal vez mejor. Pero en esencia, ¿En qué ha cambiado el hombre? Sin aventurarme a sufrir los clavos de una cruz, puedo responder que en nada. La condición del ser humano sigue siendo la misma, los años de su existencia pudieron extenderse algunos más, la salud de su cuerpo se puede conservar por más tiempo, incluso sus búsquedas y respuestas se ha complejizado. Pero fuera de méritos y conquistas, ¿En qué ha cambiado el hombre?

Aquel que intente responder afirmativamente enumerando una lista larga de un progreso historizable tendrá que sopesarlo en la balanza de la consciencia, frente a las muertes provocadas por las guerras, las luchas ideológicas, la economía de mercado, las drogas y el narcotráfico, así como con el acelerado proceso de destrucción del medio ambiente. Después de lo anterior tendrá que argumentar que el llamado progreso de la civilización y cultura es mucho mayor, de no ser así, forzosamente tendrá que retractarse o al menos a darme el beneficio de la duda. Entonces ¿En qué ha cambiado el hombre?

Regresemos al hombre de inicios del siglo XXI. La modernidad, o lo que queda de ella, se sigue aferrando a la idea del progreso y entronización de la razón, sin embargo, cuando reaparecen los llamados ciclos del cambio-catástrofe y la ciencia parece no bastar, aparece el miedo. Un miedo muy sincero. Es el mismo miedo que provocó en el hombre el trueno cuando partió y quemó un árbol hace miles de años. ¿En qué ha cambiado el hombre?

Haré un paréntesis para no perderlos en la red de mis pensamientos sueltos y poco estructurados. Hacia donde dirijo mi reflexión es a recalcar la inestabilidad y efímero del mundo. A tratar de encontrar la tarea a cumplir por los llamados Hijos de Dios en este lapso de psicosis que ha provocado en al menos todo un país la muerte de personas por un virus.

El miedo toca el valor del hasta más fuerte. Sin embargo, solamente cuando somos conscientes de nuestra fugacidad en la tierra y vivimos con la idea del principio y final de nuestra vida podemos disfrutar lo que queda en medio. ¿Qué será del hombre cuando la complejidad de nuestros problemas atente y cobre muchas vidas alrededor del mundo? Somos tan ingenuos al considerarnos superiores y autosuficientes, que en el momento cuando nuestras percepciones son cuestionadas nos frustramos y entramos en crisis. El mundo se acabará a pedacitos y no abra nada que podamos hacer para detenerlo. ¿Cuál es la esperanza del hombre para que tenga sentido su vida? Tendrá que existir alguna para no rebajarnos a la condición de animales que un buen día sin quererlo ni pedirlo somos arrojados a este mundo para vivir, llegar a un momento en el que podamos tener descendencia y después morir. ¿Cualquier intento de respuesta teleológica no es suficiente? ¿Entonces qué?

¿Cómo debe de ser nuestro actuar en un tiempo de psicosis y desesperanza? ¿Cuáles deben ser nuestras respuestas a las situaciones y a las personas? No hay forma de convivir con el que tiene miedo y hablar de la vida y paz que sobre pasa todo entendimiento cuando las iglesias permanecen cerradas. No hay forma de abrazar al que tiembla de desesperanza si nos resistimos a tomarle la mano al extraño por miedo al contagio. ¿Qué hizo Jesús? Acaso rehuyó encontrarse con el leproso, o lo sanó desde lejos. ¿Acaso no lo tocó?

El fin se acerca ya, eso lo sabemos todos, no necesitamos gritarlo. Habrá algunos que así lo quieran hacer, pero nosotros no estamos llamados a enunciar la caducidad del mundo sino a la restitución de todas las cosas. Pienso que esta situación como todas las demás representa oportunidades para iniciar conversaciones con desconocidos con el fin de hablar de Jesús. Lo anterior eso lo enuncio desde mi singularidad, aunque no dudo, es más, espero que otros tantos piensen similar. Hoy más que nada debemos de repensar la misión de la iglesia de manera integral, cómo se muestra el amor al prójimo bendiciéndolo desde la radio y televisión sin acercarse a él para escucharlo. ¿Cómo servirle en sus necesidades si no queremos verlas? Algunos caminaran al templo y cual fariseos verán al hombre tirado en el suelo y pasaran de largo. Si la iglesia no esta lista para desenvolverse cargando y mostrando el cansancio de su humanidad pero obrando en amor y poder del Espíritu, oramos porque el Señor se los lleve a todos para que no sean piedra de tropiezo para los que se quedan.

Cuando veamos a los ojos al otro y encontremos en ellos desesperanza y miedo, queremos que él también pueda conocer aquel que disipa por medio del amor cualquier temor y da sentido y esperanza a nuestra existencia. Un amén porque así sea.

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