Y si retiro mis apuestas

La realidad no existe, no hay nada absoluto y eterno, caminamos sobre senderos de palabras, que se unen como piedras, sostenidas con el cemento de un buen argumento y que lleva a la nada. Yo no veo lo que hay sino lo que quiero ver. ¿Es cierto? Yo no recibo el significado que el autor –si aún existe este ente en la posmodernidad-, plasmó en su significante, sino que leo y significo a partir de mí. ¿Entonces cuál es la intención? Palabras que no te tocan ni transforman y por lo mismo no te demandan un compromiso ético con nadie, ni con los valores –pues son construcciones históricas-, ni con las instituciones –porque son organismos donde se suman intereses individuales y por medio de un contrato inexistente alguien los administran como función del gobierno-, ni con el propio hombre –pues ya no tiene un destino o llamado sino que camina en este mundo arrojado esperando vivir al máximo sin consecuencias-, menos con Dios –porque no existe, o al menos ha quedado fuera de la realidad como maquina inoperable y sustituible. ¡Fuera las cadenas que norman nuestra vida! Bienvenido el relativismo que conduce a las palabras llenas de vacío.
El desdoblar de las palabras es el invento por excelencia del hombre en toda su existencia, la metáfora como un doble lenguaje que dice más de lo que en su estructura lingüística aparenta. Nos hemos enredado en nosotros mismos, en nuestras sin-palabras, en nuestros sin-propósitos, en nuestros in-significados. Nada tiene valor en sí mismos, ni yo, ni él, menos ella, nunca el pasado, porque también nos hemos liberado de él. Vivimos reinventándonos a cada mañana, re-significando el mundo a nuestra conveniencia. Vaciando de valor, contenido y poder a la palabras. Esto es el esfuerzo más estructurado del hombre por dejar al Logos apartado de nuestra existencia. Cada ataque al lenguaje y su desvalorización esconde un propósito mayor, es una empresa de emancipación de la Palabra que creó el universo. El buen Derrida y sus argumentos de consignatario.
¿Cómo sostener racionalmente el absoluto de las palabras? El “Hágase”, el “Yo Soy”. El lenguaje como don divino y referencia de nuestra condición de creatura, Dios habla, eso lo hace Dios verdadero y su poder lo manifiesta con su lenguaje haciendo por medio de Él las cosas, “llamándolas como si fuera”. Las palabras como arma de emancipación de una Voluntad Eterna que nos llama al cambio, las palabras, que nos dan argumentos para reconocernos a imagen de Dios, como elemento para independizarnos de Él. ¿Y si retiro mis apuestas y me vuelvo al re-significar y re-valorar las palabras? ¿Acaso no será un esfuerzo también de hacer cercano al Logos con la finalidad de llenar, con su significado inamovible, eterno y trascendente el vacío de nuestras palabras y el mundo construido a partir de éstas? ¿Quién jamás ha dicho algo similar a sus palabras: “es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”? Una palabra con capacidad de agencia, útil y verás, que no permanece ajena al hombre sino que tiene el poder para tocar y transformar la vida misma del hombre en su integridad de espíritu y materia, una palabra que somete la voluntad del hombre y sus intenciones a un modelo en donde está la palabra pecado y la interioriza en todo sus significados y consecuencias, como el habitus de Bourdieu, para hacer recapacitar en las acciones mismas y reconocer la necesidad de ayuda para cambiar. ¿No es esa la obra del Espíritu y nuestra vida una misión para llevar esas palabras y mostrar al Logos en su máxima capacidad de acción y transformación profunda?
La poesía en su máxima capacidad creadora nos evidencia las huellas de Dios en nuestra vida. El hombre crea porque fue creado. El significado lo otorga el significante cuando éste se atribuye a sí mismo en toda su capacidad el “Yo Soy”. Fuera de Él todo cobra sentido y significado en la medida que nos relacionamos con él.

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