Mis amigos y los historiadores que perdieron el sentido del tiempo

A mis amigos


Mis compañeros me sorprenden, me duelen, es como tenerlos delante de mí y no reconocerlos, no dar crédito a lo diferente que somos, a los sueños que tenemos, a la posición que asumimos de nosotros mismos en la sociedad y frente a los demás.

He caminado acompañado de amigos, hermanos que me conocen y podrían reconocerme en la alegría de mis risas, en lo vulnerable de mis fuerzas, en mis causas y luchas ganadas y perdidas, en lo bajito de mi tono de voz y en las letras que destilan de mis dedos. Junto a ellos aprendí y aprendo mucho todavía, a conocer en comunidad a Jesús, a dudar de los discursos de la academía y del púlpito, a dolerse por los demás, a comprometerse con la verdad, a luchas sin claudicar por aquello que es eterno, a amar la justicia, en suma y síntesis, a ser paciente y humilde. Les quiero, les quiero como cuando eres feliz. Jesús es el centro de nuestra amistad, caminamos juntos, nos compartimos las dudas, cargamos al que parece cansado, nos ayudamos, nos regañamos, nos amamos y defendemos. En la universidad aprendí a reconocer que todos son mejores que yo, y no como antes, cuando pensaba que no valía nada, sino ahora que me pienso como Dios me ve y me ama, puedo reconocer que mis amigos son brillantes como estudiantes y que eso me ha ayudado a seguirles el paso, no ha sido fácil. ¿Qué les puedo decir que no les haya dicho ya? Mis letras llevan en en el fondo la estructura de nuestra muchas conversacione inconclusas, ¿cómo podría no consiederarlas? ¿Cuándo tendré el tiempo suficiente para agradecerles y contarles lo mucho que han sido de bien para mí?

Ahora pienso en mi caminar, Jesús propone una perspectiva distinta a la del mundo de ver, entender y vivir la vida, sobre los ideales de consumo, éxito sin consecuencias, egoísmo y relativismo moral, invita a sus seguidores amar al prójimo como a mí mismo, a servir a todos, a permanecer dentro de Él, de su camino, de los valores de su Reino. Pero hay contrastes, pero hay fricciones, como dos bloques que chocan, como dos reinos que combaten, como una decisión que tomar y una historia juzgada. Como un tejido perfecto que se hace a diario por la voluntad del Eterno y entrelaza historias de seres humanos con el plan divino de redención. Como decisiones en el marco de su voluntad, como la seguridad de la esperanza que no puede ser removida ni arrancada, como tesoro invaluable del cual no puedes ni pueden depojarte. Como una vida real que se ofrece al inicio del día, el subir al auto, al tomar en la estación el camión, al encontrarte con la mujer que regresa del mercado en una esquina, al llegar al salón, al salir y entrar de casa, cuando conversas con tu silencio, con el amigo, con la persona que amas, con el Dios que se hizo cercano, con el padre que te aconseja en medio de una conversación antes de retirarse a la cama, como concentrado de vida en el beso de la mujer que muestra en todos sus hechos la naturaleza divina y amorosa de Dios del cual una historia parece que nos ha privado de conocerla, en todo y por todo la nueva vida que Dios da fluye y te encuentra, no te deja, no sales de ella, no hay razón fuera de él, no hay vida sin él, no queda nada vacío, a pesar de la muchas preguntas, a pesar del contraste del Reino de Dios y la creación caída, a pesar de las injusticias, a pesar del pecado, a pesar de nosotros, el Dios que habló no ha callado y sigue regresando todas las cosas a si mismo.

¿Cómo el conocimiento histórico que un historiador produce sirve a la sociedad? ¿Cómo entiendo mi fe en la disciplina donde he sido formado? ¿Qué es la historia según Dios? ¿Cómo interpretar las acciones de los hombres en una teología de la historia? En fin (una de mis frases favortias), cómo puedo servir a los demás. ¿Cómo y cuando he de decir sí y cuando esperar? Como seguir soñando, arrebatar el derecho a desear un cambio, a acortar la distancia que nos separa de un futuro de paz y volverlo presente para desdoblarlo y asegurarlo. Dónde quedó el tiempo de las conversaciones y los sueños compartidos, dónde hacen ecos las palabras del Eterno, quién ha oído su mensaje y respondido a su llamado, a qué sitio hay que ir en busca de sus elegidos, de sus hijos, dónde están las reformas, los sacrificios anunciados, las peleas ganadas, los recuentos de los daños, los muchos sueños logrados, los sentimientos cosechados, las palabras de aliento y esperanza que nacen de la experiencia de sembrar y desear con todo tu ser la lluvia oportuna, la voz de Dios y la acción de los que escuchan. Como una tarea enorme e infinita es llevada por hombres limitados y finitos, cómo un grupo de despistados pretendió entender por completo al Dios Eterno, dónde están los errores de nuestras decisiones, dónde está la gracia del Salvador, cómo camina el recto, como llora el amante, cómo se queja el sabio, cómo vive el hijo de esperanza, cómo comparte el bondadoso, cómo ama el que fue amado.

Los historiadores que perdieron el sentido del tiempo

Sin emabargo, en conversación con los compañeros mis deseos y preguntas sonaron a ilusiones, a buenos deseos, a utopías sin sentido, sonaron infantiles... fui humillado por creer en la redención de la creación, mis palabras sonaron huecas. Entonces presté oídos a sus voces, esperando conocer no sus sueños o aspiraciones, sino a su corazón y resultó sorprendente lo que escuché, me dolió. Me llenó de retos, de preguntas.

Mis compañeros, curiosamente estudiantes de historia, perdieron el sentido del tiempo, pero no es una decisión personal, es más una evidencia de la selección a conveniencia de la historia, de un pasado casi diluido en la permenente experiencia de un presente que aparenta no tener principio ni fin, viven en un ahora que no reconoce raíz ni permite soñar un futuro, es un ahora en donde no le deben nada a nadie y no pueden esperar nada de mañana, por eso procuran hacer suyo el tiempo, como un esfuerzo desesperado por darle sentido a su existencia en el tiempo, cómo tratando de responder con voces titubeantes la pregunta de ¿quión soy y a dónde voy? Como queriendo encontrar entre su desinterés un sentido a su existir. El anciano historiador británico Eric Hobsbawm ha vivido casi todo el siglo XX y afinales de éste, haciendo una reflexión sobre los cambios que la sociedad experimentó dice que se han destruido los mecanismos sociales que vinculan a una generación con las anteriores, es decir, las personas piensan que su vida no tiene relación alguna con el pasado. Mis condiscipulos demuestran esto en cada uno de sus actos y palabras, reniegan de cualquier persona que representa autoridad, la cuestionan, no como criticando y proponiendo, sino como desacreditando y desvalorizando; se piensan como dueños de “su tiempo”, como señores, como actores consagrados en el la escena de teatro que les ha tocado representar, los mayores frente a los demás, vivir pensando que los otros estorban, ocupan “sus” espacios, habrá que destruirlos, burlarse de ellos, enviadiarlos por no tener la oportunidad de llegar a ser como ellos, apuntar sus faltas para ocultar sus fracasos, denunciar en los demás lo que más odían de ellos, buscando sentido en el sinsentido de la antipoesía, como arrancando luz a la oscuridad, como deseando no tropezar en el camino que lleva a la desolación, al vacío de la no existencia, como llenando su vida y su necesida de Dios con su propia opinión y la idea de un señor que no reconoce ataduras ni superior, como tratando conscientemente de obtener éxito en una tarea destinada al fracaso, como intentando llegar a convertirse a si mismos en su propio dios.

Cuando pienso en la brecha de tiempo que me separa a mí de mis compañeros me doy cuenta que es mínima, a lo mucho un par de años, pero parecen más, se sienten más, los veo como asumiendo más experiencia, representando mayor grandeza, como sintiéndose merecedores del mundo, como creyendo que todo les debe ser dado, como olvidadizos de los esfuerzos de los que nos predecedieron para conseguir lo que hoy tenemos. Buscan los espacios protagónicos, opinan como heruditos, señalan como juez, toman porte de sabio, renuncían a aprender, a escuchar, a pensar siquiera en alguien que pueda instruirles. Acaso no cierto lo que está escrito: “El que ama la instrucción ama la sabiduría; mas el que aborrece la reprensión es ignorante”. Pero no escuchan, no prestan oídos, son duros, me frusta que no escuchen, pero no soy yo el que ha de cambiar, pero porqué no escuchan cuando hay vida en las palabras, por qué es locura para ellos el evangelio de Dios, en mis silencios preguntó la forma de vivir para que te hagas manifiesto en mí y ellos vean que hay algo más y que la razón entronizada debería llevarnos a los pies de la cruz...

Pero buscan los primeros lugares, no entienden mi espera, confundieron la humilda con fracaso, la misericordía con debilidad, la avaricia les acaba la vida, pero en su caminar resuenan las palabras en mí del que dijo: “No hagas ostentación ante el rey; y no ten pongas en el lugar de los grandes; porque es mejor que te digan: “Sube acá”, a que te humillen delante del príncipe a quien tus ojos han visto”.

Cambia en mí Señor aquello que no deja que tu luz pueda ser vista por ellos, calla las palabras que son mías y hazme hablar las tuyas, acaba conmigo para que tu imagen de siervo pueda servirlos a ellos, porque sus oídos sordos son, ayudame a enseñar sirviéndoles, para que puedan verte, conquistarlos lavando sus pies como tú haz hecho con nosotros. Una oración que duela por los demás es la que quiero llevar contigo, que desee conocerte más Padre eterno.

Comentarios

  1. Gracias amigo. Termino de entender tus comentarios a nuestra conversación del sábado. Abrazos.

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  2. Por leerte, escribí algo nuevo en mi blog, jejeje...
    Saludos, y mis más sinceros agradecimientos.

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