CARTABIERTA A LOS SEÑORES, MUCHACHOS, MUCHACHAS Y NIÑOS NARCOS QUE NO CONOZCO

Presentes:

Ustedes me disculparán, primero por si no puedo dirigirme por sus respectivos nombres, pero cada vez son más y están en tantas partes que tan sólo intentarlo sería por demás difícil; y por si en algunos momentos mi carta sube de tono, síntoma de mi descontento por sus repetitivos y repulsivos actos que invaden nuestra cotidianidad. No me queda más que ofrecer una disculpa por estas dos cuestiones, más las que necesariamente surjan en el camino, pero mi intención ha sido tan honesta que temo sea mal interpretada y pueda causarles algún disgusto, situación que mucho lamentaría.

Principio por decirle algunas cosas que creo ya se le olvidaron y son de profundo interés para todos, ya que nos servirá porque nos ayudarán a recobrar el sentido de la proporción: somos más que ustedes, no se le olvide, si bien cada vez se multiplican como cáncer en el cuerpo, causando dolor, siguen siendo un agente patógeno en constante intervención quirúrgica. Por lo tanto, no se extrañe que se tenga que ver en la penosa situación de reinventarse cada vez para conseguir más adeptos. Aunque no lo crea, no es normal ni natural su paso por la ciudad, es, por decirlo poética y proféticamente: “transitoria”, usted ni siempre ha estado aquí y no lo estará por siempre. En algún momento estará pagando sus crímenes, si es que antes no lo matan, escenario hipotético que mucho lamentaríamos.

Déjeme decirle: “usted miente”, ¡Ah cómo no! ¿Podríamos esperar menos de usted, que con mayor facilidad toma la vida de otras personas? Bien sabemos que sus actividades no nacieron ayer, sino que las recibió y las hace caminar, pero ese es precisamente su engaño, le recuerdo que la memoria colectiva en su mayoría tiende con suma facilidad al olvido, si el pueblo de México ha olvidado episodios más importantes de su historia que usted, cómo no pensar que de usted y los suyos ni los nombres recuerde. Me da esperanza, no lo puedo negar, que pasado mañana no sabremos más de usted. Sépase pues, en un estado de transición, entre el que usted relevó y el que le pegará un tiro entre la frente un día de estos.

Quisiera comentarle algo más, espero se encuentre sentado. No me gusta que se dé aires de grandeza, me desespera siquiera pensar que se encuentra rascándose la panza, contento y satisfecho. Si bien ha tomado protagonismo, no lo es enteramente por sus méritos, pues ha llegado a ocupar el espacio vacío que dejaron otros actores sociales que moldeaban y pastoreaban la sociedad, a decir, el profesor, el sacerdote, el brujo y el político, etc. Entonces, dese cuenta que no se está haciendo un espacio nuevo en la sociedad, sino que viene a ocupar uno vacío, algo así como un remplazo, no le extrañe que esa misma sociedad, de la cual se siente dueño y aparentemente lo ama, le olvide mañana y los cambie por, no sé, un general envalentonado y otra mafia dedicada a algún crimen peor. No lo sé, su presencia y acciones me han hecho pensar en que lo peor está aún por suceder. Esos niños que hoy sueñan con ser como usted un día le darán la espalda, sino los mata antes, claro está.

Déjeme explicar mejor este asunto con una situación que viví la semana pasada, cuando iba en el camión rumbo a mi trabajo me sorprendió lo que me encontré, sentado a mi lado estaba un niño de aproximadamente doce años escuchando atento y cantando entusiasmado uno de esos narcocorridos (que dicho sea de paso, son pésimos) que relatan sus crueles hazañas. Pero si eso no le parece suficiente, el chofer de la unidad llevaban su propio corrido en la radio, y yo, que me declaro distanciado completamente de su trabajo de narcotraficante, estallé de coraje al saber hasta qué punto su presencia nos ha hecho sentir acorralados. No señor mío, no se ría, recuerde que todo es transitorio, como una pesada brisa y cuando el sol salga la disipará, entonces nosotros podremos reír.

Permítame detenerme en esto de los corridos un momento, lo diré francamente: la mayoría son pésimos, mala letra, horrenda música y fea voz. Es tan triste ver como 100 dólares pagan un corrido corriente que dice una sarta de historias medias ciertas y medias inventadas. Poesía desperdiciada. Habrá de notar que no soy fan suyo ni de su moda, pero no le sorprenda, no soy el único, en parte la realidad así es, sus seguidores terminan siendo un puñado de soñadores que buscan el sentido de su vida en un instante épico que las armas le proporcionan. Todos buscan auto otorgarse sentido en un presente constante, saturado de todos los lujos y comodidades que el dinero puede satisfacer: poder y sexo. Que si los políticos lo protegen o están de su parte (por desgracia hay casos) es una consecuencia de ese cáncer llamado “usted” y que nos ha jodido hasta el tuétano, al punto que aquellos elegidos para proteger nuestros intereses, buscando su propio beneficio nos han traicionado. Pero no se preocupe por ellos, mayor culpa tienen ellos que usted.

Señor narcotraficante, no puedo aceptar su oferta de hacer como que no pasa nada, callarme sería lo mismo que convertirme en uno más de sus múltiples cómplices, que es igual a: asesino. Yo bien sé que no me siento protegido contra usted ni por la policía ni por el ejército, pero sí por Dios, por lo cual, no guardaré silencio. Mis letras son la respuesta a sus balas, confío en que las mías puedan hacer más porque tienen en sí mismas una especia de vida que jamás encontrará usted en el frío casco hueco de una bala a la orilla de la calle por la madrugada. No señor narcotraficante, por más que sus corridos lo presenten noble, valiente y hasta con un cierto grado de bondad, no lo es, no nos engañemos, usted mismo sabe que son mentiras. Podrá reírse todo lo que quiera de mí, en serio, pero sepa que tendrá que responder a Dios por cada uno de sus actos: pecados, y en ese momento no habrá santo inventado que lo puedo auxiliar ni soborno suficiente para pagar, el juego de burlarse de la ley y justicia por fortuna no es eterno, y eso todos lo sabemos, incluso usted. Porque hasta de Dios usted pretende burlarse y ahí sí que no podrá, se tomará con piedra, mañana o pasado él arreglará cuentas con usted y ¿Quién se esconderá de la ira de Dios?

Le repito señor narcotraficante, no puedo estar de acuerdo con usted, porque el sistema moral que me propone no funciona, ¿Qué lugar ocupa la vida sino uno de los últimos escaños? ¿Cómo entiende y quiere que entienda la lealtad? ¿Concibe en su interior el amor? ¿Hay algo bello que no sea el acto de matar? ¿Cómo duerme?, no me sorprenden sus barbaridades, sino la aparente calma con que se levanta todos los días por las mañanas, come, va a misa y maneja por la ciudad. Creo que abona su alma en pequeños pagos a Satanás. Por cierto, referente a su comando del diablo y demás referencia al demonio, no los use para ufanarse, no le deben significar motivo de orgullo, pues escuché en alguno de esos corridos que es tan valiente que cuando según usted el diablo venga por usted, se batirá con él a balazos y a ver de a cómo les toca. Pero yo le pregunto, por favor piense su respuesta detenidamente, ¿Qué le hace pensar que usted le interesa a Satanás? Y le hago la pregunta por lo siguiente: ¿por qué el diablo se tomaría el tiempo en usted? Pienso que él es quien más disfruta sus grotescos espectáculos, le debe provocar risa, como esas sonrisas que se pueden ver en el rostro de un padre orgulloso. Señor narcotraficante, no se sienta tan importante, al diablo le interesan más las personas piadosas y los hijos de Dios. Usted es hijo suyo. Triste su caso. Al único a quien realmente le interesa es a Jesús, él sí que lo busca, y confío en que lo encuentre rápido y usted a él, antes que se le acabe el tiempo. Porque ¡Oh sí señor! le guste, lo crea o no, tienen el tiempo contado, de nosotros, la sociedad, la justicia y las leyes se puede burlar, como hoy lo hace, pero de Dios no lo hará.

Recuerde que le dije al inicio de mi carta, se encuentra en un estado dinámico de cambio: una transición, o bien, acaba de llegar, ó está por irse, no lo sé y usted, por más que alardeé, tampoco. Aunque duerma en castillos, coma manjares, viaje en primera clase, vista de lujo y se dé considerables atenciones a su persona, amigos y familiares, no es más que un soplo y, por más que se aferre, con uñas y dientes, a encontrarle a su existencia un épico y hedonista sentido en el presente, el tiempo, ese que tiende a ser justo, lo arrancará todo, hasta la vida y entonces, la noche le será larga y fría. Viene, señor narcotraficante, no lo olvide, porque parece que eso ha ocurrido, un tormento, usted lo ve en el horizonte como las nubes cargadas de agua. Respóndame algo ¿A qué le sabe la comida cuando se la lleva a la boca con manos asesinas? ¿Cómo observa al mundo y su belleza con sus ojos oscuros de muerte? ¿Cómo es que ríe cuando muchas y muchos lloran por culpa suya? No señor, no, las cosas no siempre ha n sido así ni lo serán siempre; disfrute ahora que la ciudad es como si fuera suya, pero no para siempre, no señor.

No hay excusa para su posición, ya lo sé, las condiciones no son las mejores y la vida es dura, pero no, la facilidad de su trabajo no justifica la injusticia ni el hambre; de eso hay otros culpables a quienes pronto me apresto a escribir también.

Mucho gusto me dará que mi carta pueda llegar a sus manos y pueda leerla, confío mis palabras logren tocar su consciencia y le haga pensar en cambiar. No hay mucha esperanza, pero algo queda todavía. Me despido, con mucho gusto, y, debo confesarlo, me está costando mucho trabajo escribir lo siguiente: saludos afectuosos, espero se encuentre bien y pueda algún día reconciliarse con Dios y por consecuencia, experimentar un cambio en su vida. Por usted y por todos. Adiós.

Un ciudadano

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