¿Cómo iniciar el diálogo?


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El lenguaje de los símbolos, hay todo un lenguaje con su estructura que hasta hace poco estaba oculto para nosotros, hasta que la informática, Internet, Facebook, Word y la cultura del internauta lo sacaron a la luz. El escándalo irritó a muchos, incluido el que escribe, se tornó una lucha, una resistencia para salvaguardar el lenguaje, su estructura, esa que entiendo lógica. Pero ¿Nos estaremos cerrando ante la oportunidad del diálogo? Pero, ¿Hasta dónde es posible el diálogo cuando se utilizan dos estructuras distintas? Parece que el viejo debate de nuestros abuelos regresó: la palabra vs la imagen; pero a nosotros nos tocó el tercer asalto: la palabra vs el ícono. No una imagen, que presenta su propio discurso y permite un análisis, sino el ícono, ese “algo” que lo es todo y nada al mismo tiempo, una especie de sinécdoque abstracta. ¿Cómo entenderlo? Raya en lo absurdo, sin forma, ni detalle, ni realista ni surrealista; primitiva en su esencia, como esos dibujos en las paredes de las cuevas que nos hablan de la imaginación del espíritu de los hombres al principio de los tiempos; no, tal vez no, sino un rechazo a los metarelatos, otra actitud posmoderna de la cultura: la deconstrucción del lenguaje, el sinsentido. Pienso que por eso que escribo, yo que considero que el lenguaje escrito comunica y es comunicable; que creo la razón para presentar resistencia al fin del lenguaje o su relativización está en el Logos divino, el garante de toda significación de lenguaje humano. Ese mismo Logos que se hizo carne en la persona histórica de Jesús y que así rompió el ciclo de lo relativo y evita la confusión. Otra vez, de nueva cuenta, lo inmutable, la verdad y el significado está por encima del ser humano, radica en quién es Jesús.
                Se vienen a mi mente las palabras de Stuart Park, en su libro Literatura y Biblia:
“El lenguaje humano emana del Logos divino, fuente de toda luz y vida, pensamiento y racionalidad; y la Biblia, Sagrada Escritura, articula de manera definitiva la revelación de su Persona y Voluntad. [] El lenguaje humano no puede sustraerse a la realidad del Logos. Las palabras no son simplemente trazas, envíos, huellas de huellas, en una cadena de remisiones sin principio y sin fin. La Biblia anuncia la presencia de la Palabra como garane de Significado, afirma la integridad de la Escritura como transmisora de la verdad de Dios, proclama el hecho histórico del Verbo encarnado, revela a Jesucristo como Alfa y Omega de todo quehacer lingüístico del hombre. La Biblia no es alegoría. Su estructura tipológica (las huellas inconfundibles de una Presencia) se encarna en una Persona histórica, Jesús de Nazaret, Señor de la Historia, Juez de todas las palabras, calladas y dichas, escritas y borradas, susurradas en secreto o proclamada a los cuatro vientos por los hombres. Creación, Éxodo, Ley, Sabiduría, Profecía, Evangelio y Apocalipsis habla de Él. La Creación entera es su testigo: las mismas piedras mudas proclamarían, si pudieran, su Identidad; el universo entero anuncia su Poder” (p.52-53)
No escribo ahora como autoridad ni con la respuesta definitiva, sino con la intención de abrir diálogo, mi profesión me demanda permanecer en esta lucha, al frente, defendiendo los restos de un lenguaje rico en su forma pero olvidado en su esencia… yo mismo lucho por usarlo correctamente, por enseñarlo correctamente… ¿Acaso no es hermoso poder dejar por escrito lo que piensas o sientes para que otros lo entienda y te respondan? El lenguaje es para el otro, es la forma en que somos el otro… es la forma en que el Otro, el Dios creador, se revela y conserva su revelación. Son las palabras las que nos condenan, nos piden respuesta. Por eso y más es valioso el lenguaje escrito. El símbolo es una síntesis de ideas, probablemente sea una idea, el ícono no comunica, no debería, nos limita el razonamiento, nos predispone a una serie de signos, aunque sorprende la re significación que se hace de esos símbolos para utilizarlos y que digan otra cosa, el ingenio del ser humano, sin duda. Creo que la metáfora es más rica que el ícono, la literatura crea su propio mundo, autónoma e independiente; el ícono sobrevive aislado. ¿Cómo enfrentar entonces los tiempos que nos demandan encontrarnos con el otro? Aprender ese lenguaje y significarlo en Cristo, sin duda.

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