En cartelera
¿Qué ha de quedar del hombre
consumista insatisfecho, ahora que la maquina creadora de ídolos los está
destruyendo delante de nuestros ojos? Es la readaptación hollywoodense
del mito de Cronos devorando a sus hijos y que Goya nos dejó una escalofriante
interpretación en uno de sus pinturas oscuras. Acudimos sorprendidos a la
muerte de los dioses, al desierto de creatividad, a donde no podemos sacudirnos
la inseguridad presente ni la desesperanza en el futuro. Todo esto es una bella
metáfora de nuestros tiempos, sí así queremos verla. Interpreto el completo
desencanto en la divinidad, necesitada del hombre, cansada, humanizada y presa –como
el hombre cread- del caos presente que consume lo mismo a los hombres y dioses.
Sin nadie a quien rezar el panorama es desconsolador, no hay razón para orar,
el cielo está vacío y nosotros simplemente abandonados a nuestras propias
fuerzas, la completa libertad para decidir en donde terminar la corta
existencia.
Un rayo de esperanza, ¿aún queda
algún dios escondido en un rincón del cielo? No, la mirada es al interior que
se proyecta hacia adelante, lo futuro que todavía no es y que no imaginamos. Esa
esperanza pequeña y frágil esperanza camina sin nada, con toda su debilidad y
portando solo en su mano el pesado recuerdo de la fuerza y resistencia presente
de los hombres que, al crecer y encontrar sabiduría, tal vez le pueda ayudar a
salvarse una vez más allá en el futuro que no es.
¿Quién tiene el deseo de soñar un
mañana en este mundo que se diluye debajo de nuestros pies? Este progreso que
ha revelado su lado oscuro de violencia y deshumanización, corremos sin saber
que vamos hacia adelante, seguimos viendo el caos del pasado como el Ángelus
Novus, el terror no se ha evaporado de nuestros rostros. Tal vez por eso el
intento es hacer soñar a los viejos, como un falso y precario cumplimiento
bíblico que no anuncia el derramamiento del Espíritu sobre un pueblo
arrepentido y convertido a Él, sino la astucia de la mercadotecnia con su plástica
interpretación del pasado con filtro sepia en la que asegura que ayer fueron
mejores tiempos (una cortina que cubre el horror que Ángelus no deja de ver) “Todos
fuimos héroes alguna vez”. El predicador, en su más honda decepción extrae una
interpretación más acorde a la realidad “no hay nada nuevo bajo el sol” y “No
digas: '¿A qué se deberá que los tiempos pasados fueron mejores que éstos?'
Pues no es la sabiduría la que te hace preguntar sobre esto.” Es la apuesta, “Jugar
a que el mundo nos necesita”, hacer soñar a los viejos ya que son los únicos
que todavía responden a las utopías. Aquí el consuelo, la apuesta al pasado
inventado, no a los dioses consumidos, sino a los superhéroes resucitados, remasterizados,
el evangelio de Marvel. Aquí todos nos volvemos evangelistas en busca de
neófitos a quienes explicarles la nueva (antigua) fe de Capital America,
Superman o Batman que nos salvaron de Hitler y el comunismo en el pasado portando los colores de la bandera de los
Estados Unidos. Esta resurrección provocada no nos salvará tampoco. Seguimos en
medio del desencanto de los dioses y las utopías pero nos resistimos a la
soledad y fragilidad humana rodeada del caos. El hombre entre los extremos. La contradicción
interna que define. Y que sólo el Dios encarnada, el Jesús resucitado puede
romper para cerrar el abismo y regresarnos al paraíso perdido que se revela en
su reino por perfeccionarse, donde no ocuparemos nada externo ni luz, porque
Dios mismo estará ahí, secando toda lágrima, otorgando plenitud. La salvación
real escapa a las interpretaciones de cartelera, es estreno, buena noticia, el
dueño invita, todos pueden entrar. Alegrémonos.
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