ORAR EN LA CALLE


**A continuación transcribo un texto que pienso merece la pena leer y reflexionar**

ORAR EN LA CALLE

Jorge Atilano González Candia sj

La espiritualidad ignaciana es para los hombres y mujeres que están en el “mundo”, para los que trabajan y llevan el pan a la casa, para los que estudian la mayor parte de su tiempo y cuando terminan quieren distraerse un rato, para los que caminan por las calles como parte del diario vivir, para los que no tienen un templo que frecuentar, para los que están en búsqueda de algo que les deje mayor satisfacción y no se conforman con los anuncios engañosos de las grandes avenidas.

Frecuentemente me encuentro con jóvenes que, por las prisas del trabajo y el estudio, tienen la dificultad de orar en su vida cotidiana, para ellos dedico estas palabras que alientan una vida orante, porque ellos me han enseñado a descubrir la música de la calle entre tanto ruido, y sus búsquedas me han ayudado a mirar cómo Dios me encuentra en los lugares menos esperados.

La calle como nueva morada de Dios
La cultura religiosa predominante ha enseñado a través de los siglos que la realidad de Dios tiene que ver con los espacios considerados como “sagrados”, es decir, el templo, el culto, las imágenes y el rezo. Hace creer que necesitamos de la quietud del espacio sagrado para encontrarnos con Dios, incluso, si alguien hace ruido en ese espacio lo consideramos como una ofensa a Dios, por eso la mayoría de los templos no permite que ingresen las danzas y bailen junto al altar, dicho sea de paso.

Esta cultura religiosa predominante ha puesto a los templos el nombre de “Casa de Dios”, reforzando la idea de que Dios sólo se encuentra en estos “espacios sagrados”, y con toda certeza manifiesto que no es así, los templos no son “la” casa de Dios, los templos son casas de oración y lugares de celebración. Hoy, cuando la calle se convierte en espacio de búsquedas y de encuentros, la casa de Dios se traslada a la calle, porque los jóvenes están dejando los espacios tradicionales de encuentro, como la Escuela, la Familia, el Estado y la Iglesia, para salir a la calle en búsqueda de algo que no han encontrado en estos lugares, y Dios sale junto con ellos.

La cosmovisión del mundo, los valores, las expectativas hacia el futuro, los sueños de los jóvenes, tenemos que aceptarlo con gran dolor, donde más se están generando, ya no es en la Familia, y ahora más que nunca, cuando los papás tienen que dedicar más tiempo al trabajo y cuando existe tanta movilidad en ellas por la migración o por la separación de los padres. Ya no es la Escuela, el joven ya está programado para ir a “aprender cosas” que le permitan tener un certificado que le ayude a lograr un mejor empleo en su sociedad que pretende marginarlo. Tampoco es el Estado, ya no existen los “priístas de hueso colorado”, ahora la gente sigue a las personas, no a los partidos. Ni siquiera los templos, que por tantos años dieron una identidad a sus localidades, están siendo la referencia para construir una visión del mundo.

El joven ha dejado estos espacios, inducidos en gran parte, también hay que decirlo, por las estrategias del consumismo, para dirigirse hacia la calle. Recorramos nuestra localidad para ver dónde hay más movimiento, dónde se ve más vida, dónde la gente se muestra más deseosa de encontrar algo, y esa es la calle… Los jóvenes entran y salen a la calle para encontrar nuevos rumbos, van atentos a lo que se les presenta como novedoso, caminan sin rumbo pero buscando algo, saben quizás que no lo puede encontrar, pero caminan como si pronto lo hallaran.

¿Por qué sale tanto la gente a la calle? ¿Por qué hay más gusto por salir a la calle que en décadas anteriores? La gente sale para ser vista… tenemos una gran necesidad de que nos vean, nos reconozcan y nos tomen en cuenta. La manera de estructurar nuestra sociedad está siendo tan mecanizada, tan monótona, tan deshumanizante, que dejamos de mirarnos, algo tan esencial para la vida de todo ser humano. Sentimos que nuestros familiares no nos ven lo suficiente, que en la escuela no dejamos de ser uno entre cientos o miles, que en el templo pasamos tan desapercibidos, que para los partidos sólo somos un voto más, en fin, vamos perdiendo la capacidad de mirarnos como personas y por eso salimos a la calle, para sentirnos parte de algo mayor. Y es una actitud muy válida, de alguna manera necesitamos satisfacer ese deseo básico y fundamental de ser vistos, ya que no lo logramos en nuestros espacios tradicionales, salimos a lo que nos queda, la calle.

La calle tiene su magia. No tiene reglas tan estrictas como otros espacios. Puedo escoger entre disfrutarla de día o de noche; en el día aprovecho cualquier momento que me lo permite el trabajo para salir a comprar lo que sea, el chiste es salir un rato, o salir en la noche, cuando duermen los vigilantes de las “buenas costumbres” y me siento con mayor libertad. La calle me acerca a las plazas, los jardines o los centros comerciales, ahí donde la gente despierta. En la calle puedo expresarme tal cual soy, puedo disfrazarme de lo que siempre quise ser o simplemente descansar un rato de las máscaras que uso para sobrevivir. En la calle siempre encontraré alguien que me mire y muy posiblemente alguien que me entienda.

La religiosidad popular puede contarnos la magia que ha encontrado en la calle, todas sus expresiones son callejeras. Las peregrinaciones han perdurado por siglos en la historia de la humanidad y parece que son los únicos espacios que van en aumento dentro de nuestra iglesia. Los danzantes no entenderían su danza sin salir a la calle, la mirada de los otros provoca fuerza, orgullo, dignidad, etc. Es distinta la experiencia cuando danzas por las calles vacías que por las calles llenas. Un recuerdo que puede ayudarnos a entender todo esto es cuando de niños salíamos a las calles a desfilar por las avenidas principales de nuestra ciudad, era una experiencia que producía en nosotros muchas emociones.

Los jóvenes sub-urbanos también podrían contarnos la magia que han encontrado en la calle. Los pandilleros nos podrían compartir por qué disfrutan reunirse en las esquinas; los graffiteros el por qué pintan en la calle y no en las paredes internas de su casa; los darketos el por qué se reúnen en las plazas y no en sus vecindades; los patinetos el por qué gustan de practicar en los parques y no en sus patios; los afros el por qué practican su tambores en los jardines públicos y no en sus escuelas, etc.

Los jóvenes que salen a las calles para expresar su repudio contra las políticas neoliberales, aquellos que gritan contra Bush o Calderón, también podrían platicarnos su experiencia al salir a la calle a expresar sus ideas, para darnos cuenta que no sólo es un desahogo, sino vivir otro tipo de encuentro que no acabamos de entender, pero que seguramente les deja mucha deja esperanza en el corazón para seguir sorteando las dificultades de la vida cotidiana.

La calle está siendo un reducto de libertad y diversidad ante la invasión de la propiedad privada y la imposición de un único modelo de vida que no nos acomoda. La calle es un lugar de construcción de identidad, ahí tengo la oportunidad de encontrarme con quienes me identifico y construir mi visión del mundo.

Al ser la calle un lugar de búsqueda, se convierte en el lugar idóneo para convencer, por eso cada vez más bancos sacan a la calle a sus promotores y las empresas se disputan los espacios de las principales avenidas para sus propagandas, pretendiendo distraer a los jóvenes de sus búsquedas más genuinas para ser convencidos por superficialidades.

Tantos jóvenes que salen a la calle para encontrarse es una Buena Noticia para quienes sentimos que no hemos encontrado a Dios o para quienes deseamos encontrarnos con Él. Al ser la calle la nueva morada de los jóvenes, se convierte en la nueva morada de Dios. Por tanto, necesitamos aprender a distinguir las búsquedas genuinas que nos han hecho salir al encuentro con el otro de las búsquedas superficiales que nos hacen salir para la compra de nuevos productos.



Las claves de oración de Ignacio de Loyola
A raíz de la bala de cañón que fracturó su pierna izquierda, Ignacio inició en Loyola un proceso de convalecencia y con ello un proceso de conversión. La certeza de que el imitar a Jesús y a los santos le dejaba más consolado que seguir su vida de noble, hizo salir a Ignacio de la casa paterna rumbo a Tierra Santa. Durante meses Ignacio anduvo solo y a pie por veredas, santuarios, calles, plazas y hospitales. Un tiempo de peregrinar por Europa que le condujo a su más profunda experiencia con el Dios Siempre Mayor.

En el santuario de Monserrat, Ignacio decide quitarse sus ropas de noble y vestirse de túnica, como vestía la gente sencilla. En Manresa vivirá de peregrino durante un año, primero se va a vivir a un hospital, después a un pequeño cuarto; vive de las limosnas y ayuda a los pobres; le gustaba orar en las orillas de los ríos y cuevas. Ahí vivirá una de sus peores desolaciones, a causa de sus escrúpulos. Hasta que un día en el río Cardoner tuvo una gran consolación de la cual aprendió tantas cosas sobre la vida espiritual y sobre los conocimientos humanos como no lo tuvo durante sus años en la universidad de París, la mejor de la época.

En este caminar de Ignacio, Dios le mostró tanta sabiduría como no la pudo encontrar en su familia noble, en la corte donde trabajó, en la escuela mejor de Europa, ni en los templos de su localidad. Fue caminando en las orillas del río Cardoner donde entendió que Dios lo perdonaba y el Jesús pobre y humilde lo llamaba para implantar su Reino en toda la tierra. Sale entonces rumbo a Roma y después a Jerusalén disfrutando del amor que encontraba en su camino.

La disposición interna que llevaba Ignacio para aclarar el rumbo de su vida y la experiencia que había tenido con los enfermos y los pobres de Manresa, hacen que el caminar en el río Cardoner se convierta en una experiencia fundamental en Ignacio. Ahí entiende cómo el mal se disfraza de bien para hacernos desistir en nuestro compromiso por el Reino y ahí termina su primera redacción de los Ejercicios Espirituales.

Con Ignacio podemos darnos cuenta que la calle en sí misma no es generadora de una experiencia con Dios, por eso tan fácilmente en la calle los jóvenes optan por una vida superficial. Se necesita estar atento a lo que producen las cosas creadas en mi interior, los diferentes tipos de alegrías que me deja una y otra cosa, y a los engaños que provocan tantas imágenes hermosas. Necesitamos caminar con una actitud orante para dejarnos encontrar por el Dios que habita en la calle.

La oración ignaciana no puede entenderse sin conocer la conversión de Ignacio de Loyola y la vivencia de los Ejercicios Espirituales. La experiencia de Ignacio con el Dios Siempre Mayor y nuestra propia experiencia de oración es la que ayudará a aprender a orar en la calle.

Los Ejercicios Espirituales terminan con los puntos de “Contemplación para Alcanzar Amor” donde la persona, después de un proceso de reconciliación desde el amor del Padre y el conocimiento de la persona de Jesús, puede reconocer internamente tanto bien recibido por Dios, y se dispone a “en todo amar y servir”. Los frutos de unos Ejercicios Espirituales no es que la persona aprenda a orar dos horas diarias o rezar varias veces en el día, Ignacio lo que nos propone como fruto final es que la persona pueda contemplar, descubrir, experimentar el amor que Dios le muestra a través de todas las cosas creadas y esa vivencia lo anime a servir a sus hermanos.

La oración para Ignacio es una actitud ante la vida, una manera de relacionarme con todo lo creado, una forma de mirar, de sentir, de escuchar, de oler y tocar la creación… La oración es un descubrir día con día cómo “Dios trabaja y labora por mí en todas las cosas creadas sobre la faz de la tierra” (EE 236). La oración es descubrir cómo Dios aparece en la calle, cómo se me acerca, cómo me habla, cómo me toca, cómo me anima el corazón, cómo me sonríe, cómo llora, cómo pide una limosna, cómo se indigna y protesta, cómo hace fila en el banco y en las tortillas, cómo roba y pelea…

Ignacio, cuando empieza su peregrinar por Europa decide ponerse una túnica y unas sandalias para salir a la calle y encontrarse con los pobres y enfermos de la ciudad. Se asemeja a los excluidos para estar con ellos y esto después le traería la consolación del río Cardoner, el sentirse perdonado por el Jesús pobre y humilde, lo que escribió en sus ejercicios es lo que él vivió en Manresa, mirar cómo “Jesús nace en suma pobreza, y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en la cruz, y todo esto por mí” (EE 116) En los caminos de Manresa y después en el Cardoner, Ignacio se da cuenta que la lógica de Dios no es la lógica del Mundo, que donde está lo despreciado, lo olvidado, lo barato y opaco, ahí está la grandeza de Dios.

Las calles de Manresa muestran a Ignacio un “Dios que habita en las criaturas, en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sintiendo y en los seres humanos dando entender… hace de mí un templo creado a imagen y semejanza de su divina majestad…” (EE 235). El ver cómo Dios actúa en las criaturas mostrándome su amor, me permite traer a la memoria “los beneficios recibidos de creación, redención y dones particulares, ponderando con mucho afecto cuánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y cuánto me ha dado de lo que tiene…” (EE 234)

Claro está, que Ignacio pedirá a la persona tener un tiempo durante el día para realizar el “examen de conciencia” y recuperar los momentos donde sintió la presencia de Dios. El examen de conciencia consiste en tomar “conciencia” de los dones que Dios me ha regalado durante el día, aquellos momentos donde el corazón salto de gusto, donde hubo una alegría inesperada, un aumento de fe, esperanza y caridad. También es un momento para reconocer las fallas del día, los descuidos que no me permitieron reconocerlo o las faltas graves en la convivencia con mis hermanos y hermanas.

Otro elemento importante para Ignacio será el discernimiento de espíritus, donde la persona pueda reconocer aquellos movimientos internos que vienen de Dios y dejarse llevar por sus invitaciones, así como reconocer aquellos movimientos internos que le disminuyen en su fe, esperanza y caridad. El discernimiento de espíritus ayuda a la persona a descubrir cómo Dios aparece en su vida indicándoles en rumbo a seguir, sólo necesitamos estar atentos, como las vírgenes que salieron ha esperar al novio con suficiente aceite para cuando llegara pudieran recibirlo (Mateo 25, 1-13).

También sugiere Ignacio ratos de oración formal, donde pueda disponerme para iniciar el día o seguir profundizando en el conocimiento interno de la persona de Jesús. Es fundamental que sea una oración conectada con la vida. Los Ejercicios Espirituales proponen distintas maneras de hacer la oración formal y subraya Ignacio, cada uno debe buscar lo que mejor le ayude a alcanzar los frutos de su oración.


Jesús, guía del caminante
Hay una buena noticia para los que caminan buscando rumbo en la vida. Tenemos a alguien que nos acompaña para indicarnos el rumbo hacia la vida plena, es Jesús de Nazaret, con quien Dios Padre quiso mostrarnos su manera de proceder en la historia de la humanidad, y aunque Jesús vivió hace más de 2000 años, el proceder de Dios mostrado en su persona sigue siendo tan actualizado como cualquier versión nueva de Windows. 


Jesús es nuestro principal referente como cristianos, nosotros reconocemos que por ser un  signo de esperanza para los pobres, enfermos y pecadores, por sanar e incluir a los despreciados de su tiempo, por su claridad para desenmascarar el mal, por la fuerza con que defendía la dignidad del ser humano, por ir a la raíz de los problemas de exclusión y tomar el Templo, que era la “casa de Dios”, imagínense el escándalo para su época, por eso seguimos convencidos que sólo el Hijo de Dios podía hacer tales cosas, alguien tan humano y tan divino, solo tú Jesús.

Jesús fue un caminante, iba de pueblo en pueblo predicando una Buena Noticia a los pobres, enfermos y pecadores. La mayor parte de sus actividades fueron en lugares públicos, no se encerró en el Templo para predicar lo que su Padre ponía en el corazón. Con este Jesús peregrino, hoy podemos darnos cuenta que las calles no sólo nos dirigen a las grandes plazas y centros comerciales, también las calles nos dirigen al encuentro con los vecinos, los amigos, los necesitados y los nuevos marginados. Jesús nos guía para encontrarnos con todos ellos, quita aquellos miedos que paralizan nuestro encuentro con los cercanos y lejanos, anima nuestro corazón para caminar por rumbos desconocidos y dejarnos sorprender por los “heridos del camino” (Lc 10, 29-37).

La manera de proceder de Jesús ante los hambrientos de su época, su cariño y ternura hacia los pobres y necesitados, su compasión ante los que caminan sin rumbo como ovejas sin pastor, su valentía para defender a la mujer… nos dan la pauta para conocer cómo Dios hoy sigue manifestándose en la calle. El actúa a través de muchos “peregrinos” (Lc 24, 15) para quitarnos los estigmas que nos traen cabizbajos, nos confronta con las nuevas realidades que encontramos, nos abraza para hacernos sentir como hijos e hijas de Dios, nos anima a compartir lo que somos y tenemos, nos hace sentir su perdón para levantarnos y enviarnos a construir el Reino de Dios.

Jesús hizo la promesa de que seguirá con nosotros siempre (Jn 14, 16) y que en los pobres tendremos a sus vicarios (Mt 25, 31-46). Por tanto, el amor que podamos tener a los excluidos de nuestra ciudad hará sorprendernos de cómo Él nos encuentra el día menos pensado y rompe toda lógica humana. Es a través de los pobres como Jesús nos abraza, nos comparte, nos perdona, nos levanta, nos llama y nos envía. Ya decía Ignacio, que “La amistad con los pobres nos hace amigos del Rey Eternal” (Carta 186; MI Epp. 1, 574).

La espiritualidad ignaciana tiene a Jesús como centro de toda la creación. Ignacio insistirá como fruto de los ejercicios espirituales “el conocimiento interno de Jesús para más amarlo y seguirlo”. Un conocimiento que no se adquiere leyendo simplemente la Biblia, sino confrontándola con tu vida ordinaria, con tus experiencias de la calle… Las lecturas del evangelio te ayudarán a descubrir cómo Jesús te encuentra en la calle hoy y te libera de aquello que no te permite amar en libertad. La creación nos ayuda a entender el modo de proceder de Jesús y con ello el modo de proceder del Padre. 


En busca de lo sagrado
¿Cómo podemos encontrar los lugares sagrados en la calle? Ignacio en sus Ejercicios Espirituales hace dos sugerencias al iniciar sus contemplaciones, las cuales pueden ayudarnos a dar respuesta a esta pregunta que ayude a concluir lo hasta ahora escrito.

Primero. Cuando Ignacio pide que contemplemos la escena del nacimiento de Jesús, sugiere que nos incluyamos en la escena de José y María “mirándolos, contemplándolos y sirviéndoles en sus necesidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia posible, y después reflexionar para sacar algún provecho”. Esta recomendación la podemos trasladar a nuestra vida ordinaria, pensando que Dios está en todo lo creado, y que por tanto, todo merece nuestra atención. Salimos a la calle, atentos a las escenas que encontramos, a las miradas, los gestos, los rostros, y lo que todo ello provoca en nuestro interior, dice Ignacio, verlo todo con “acatamiento y reverencia posible”, porque considera a las personas como templos de Dios.


Es más, Ignacio dirá a los jesuitas en una de sus cartas que “no hallen menos devoción en cualquier obra de caridad y benevolencia que en la oración o meditación” (Carta 1848; MI Epp. 3 502). El servicio que podamos hacer ante cualquier necesidad de la calle será motivo de devoción como cuando hacemos nuestra oración ante Dios. Aquí está la clave de la oración ignaciana. La necesidad que encontremos en la calle se convierte en materia de oración, donde tenemos que descalzarnos porque pisamos tierra sagrada, como cuando Moisés miró la necesidad de su pueblo y orando frente a la “zarza ardiente” entendió su mensaje (Ex 3).

Ignacio está obsesionado en que todo puede conducir a Dios, pero nos preguntamos que cómo puede decir esto con tanta guerra, tanta hambre, tanto anuncio comercial, tanto problema, y es que Ignacio cree que todo tiene la posibilidad de generar una experiencia de Dios. Las escenas violentas producen miedo o un asombro que sólo me dura mientras lo vea, o pueden producir una indignación y una confirmación de mi opción por la defensa de la dignidad humana. Tanto anuncio comercial puede producir en mí una ansiedad por adquirir o un coraje por convertirnos en seres consumistas y una invitación a construir la fraternidad en mi entorno. Todo puede conducirnos a una experiencia de Dios, es la propuesta de Ignacio. De ahí la frase en Todo Amar y Servir.

Segundo. Ignacio en las mismas contemplaciones del nacimiento de Jesús, sugiere que se haga una repetición y nos detengamos en aquellas partes donde sintió algún conocimiento, alguna consolación o desolación (EE 118), es decir, que nos detengamos en los momentos en que algo sucede en nuestro interior ante la contemplación. Así nos sucede cuando caminamos por la calle, hay escenas que nos brincan al corazón, que nos dejan pensando, que producen algún movimiento interno, pero no siempre sabemos qué hacer con esto. La sugerencia de Ignacio es que podamos detenernos y ver qué pasó, qué sentí, qué pensé, si hubo alguna invitación del Buen Espíritu o algún engaño del Mal Espíritu. Aquellas escenas que nos atrapan necesitan recuperarse en el examen de conciencia.

Ante la diversidad de movimientos internos que experimentamos, lo más importante es responder a estas dos preguntas ¿qué experimento? y ¿a qué me lleva? Con la intención de clarificar si las invitaciones vienen de Dios porque nos conducen hacia lo fundamental en la vida y aumentan la fe, esperanza y caridad, o si son engaños que no vienen de Dios porque nos separan de los hermanos y nos disminuyen en la fe, esperanza y caridad.

Un abrazo que me hace creer que el Dios de Jesús es un Dios de vivos y no de muertos, que hay un Espíritu que dirige a los corazones hacia lo importante y fundamental en la vida. Un anuncio que me hace sentir que soy más valioso que cualquier marca, que valgo más que el último modelo de BMW, que lo sencillo me hace más feliz, que no necesito adquirir todo lo que me presentan. Un rostro que me hace intuir que el día del amor no es el 14 de febrero, que el amor tiene que ver con los marginados, que hay un misterio en los pobres de mi ciudad. Un diálogo que me hace tener la certeza de que los valores del mundo están de cabeza, que nosotros hemos hecho complicada la existencia, que el mal proviene de la belleza de las estrategias de consumo… Son signos que muestran cómo el Espíritu de Jesús nos guía en la cotidianidad para dirigirnos a la vida plena.

El enemigo principal de la contemplación en la acción son las prisas, las carreras, los aceleres, los mil pendientes, que nos hacen insensibles ante la sonrisa, la vendedora de rosas, el payaso, el rostro demacrado, el árbol, el ave, la mano, la mirada, la corrupción, el abuso, la mentira o el fraude. El principal engaño del Mal Espíritu será pensar que la calle caminada por años no tiene novedad alguna o que los movimientos internos son inventos míos. Y la principal tentación humana será dejar mi examen de conciencia para el día siguiente y mi discernimiento para el próximo mes.

Para orar en la calle necesitamos disponernos internamente, tener la certeza de que Dios nos mostrará su rostro en este día, tener los sentidos bien despiertos para captar la melodía que  está entre tanto ruido, tener una mirada atenta, hacer una reverencia porque al entrar a la calle entramos a un gran templo, porque llegamos a la Casa de Dios.

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