Recuerdame
Jeremías 2:1-13
El dicho reza: “recordar es volver a vivir”, algunas mujeres
y hombres de avanzada edad cuando observan los cambios presentes (casi siempre
los negativos lo dicen, como si el pasado haya sido mejor) de los cuales son
testigos suspiran y dictan la sentencia: “En mis tiempos…” y continúan sus
descripciones de tiempos mejores sepultados en el pasados. No faltarán las
comparaciones de fotografías del “antes” y el “después” que afirman visualmente
esto mimo. No cabe duda que algo de nosotros se va quedando en los hechos
pasados y éstos nos van haciendo. La historia, o los hechos pasados, pueden
estar enredados en nuestra memoria como una doble tensión: a)
Aburrimiento-emoción y b) Parte de nuestra identidad-parte de aquello que
queremos olvidar.
¿Fueron los
tiempos pasados mejores? El Predicador del Eclesiastés nos diría: “No te preguntes por qué los días antiguos
fueron mejores que estos, pues esa no es pregunta de sabios” (Eclesiastés
7:10). Sin embargo, no es posible
negar a la memoria, ni mucho menos vivir sin ella. Cada quien recordará u
olvidará lo que necesite para vivir. Sin embargo hay cosas que no son posibles
de enterrar en el pasado y nos persiguen. Para desgracia y afortunadamente Dios
tiene memoria: Recuerdo el cariño de tu
juventud inicia Dios diciendo a su pueblo, pero sus palabras no tienen el
tono de voz del que recuerda con alegría, sino todo lo contrario, como aquel
que añora aquello que dejó de ser. Es Dios el enamorado olvidado.
Aquí tenemos
de regreso al joven Jeremías, en medio
de la gran ciudad, ¿Tienes miedo Jeremías? ¿Dónde estás? Camina por las calles
de la gran ciudad, visita el templo, no vayas muy lejos, ¡Y de repente! “Y vino a mí la palabra del Señor”.
El Dios de Israel tiene cosas que decirle a su pueblo.
Aquí Jeremías sigue haciendo lo que le llamaron a hacer: “ir y hablar”. Dios
por su parte “recuerda”, pero ¿Qué recuerda Dios cuando ve a Judá? Tal vez la
pregunta acertada sería: ¿Por qué tiene que recordar Dios? Aquel que ha sufrido
una infidelidad entenderá a la perfección a Dios. El Señor es un enamorado
dolido: “recuerdo (el pasado) el cariño de tu juventud, el amor que me
tenías (antes, era como) de prometida:
(me) seguías mis pasos por el desierto,
por tierra donde nadie siembra”. Esos eran buenos tiempos dice Dios: Israel
era como un fruto primero y quien lo lastimaba sufría las consecuencias porque
Dios le protegía. ¿Qué paso? ¿Por qué Dios añora eso? ¿Qué tiene de malo eso?
El pueblo olvida, Dios recuerda, el Predicador diría: Lo que es, ya fue; lo que será, ya sucedió, pues Dios recupera lo
pasado (Eclesiastés 3:15). El
pueblo sufrirá las consecuencias de olvidar.
Pero, ¿cuál es el peligro de olvidar? Para un pueblo
al que se le advirtió no hacerlo significaba olvidar su identidad y alejarse
del Dios que les amó y sacó de la esclavitud. ¿Qué significa esto? (Éxodo 12:26) ante esta pregunta que harían
aquellos que no vivieron la liberación de Egipto el pueblo tendría que
recordar las obras de Dios. ¿Pero cuál es el peligro de olvidar? …y surgió otra generación que no conocía al
Señor ni lo que había hecho por Israel. Entonces
los israelitas hicieron lo que desagrada al Señor: dieron culto a los
Baales; abandonaron al Señor, el Dios de sus antepasados, que los había sacado
de Egipto, y siguieron a otros dioses de los pueblos de alrededor; se postraron
ante ellos e irritaron al Señor. Dejaron al Señor y dieron culto a Baal y a las
Astartés. Entonces se encolerizó el Señor contra Israel… (Jueces 2:10-14).
¿Por qué Dios se molesta ante el olvido de su pueblo? ¡Pues el pueblo es suyo! Yo soy el Señor tu Dios, el que te liberó de
la esclavitud de Egipto. No tendrás dioses parte de mí. No te harás escultura
alguna o imagen de nada de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o
en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas, ni les rendirás
culto; porque yo, el Señor tu Dios, soy Dios celoso que castiga en sus hijos
nietos y bisnietos la maldad de los padres que me aborrecen, pero con los que
me aman y guardan mis mandamientos, soy
misericordiosa por mil generaciones (Éxodo 20:1-6) Dios tiene razón para
molestarse con aquellos que le olvidan. Hoy
te propongo que escojas entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal… (Deuteronomio
30:15-20). Pero vaya, Jeremías, eso es el pasado, el pueblo hizo lo malo,
recuerda también, Dios levantó a David, ¿no es Josías el rey de Judá, que reina
sobre Jerusalén su descendiente? Sí, pero su padre Amón y Manasés… ofendió al Señor imitando las perversiones
de los pueblos que el Señor había expulsado ante los israelitas. Reconstruyó
los santuarios de los altos que su padre Ezequías había destruido, levantó
altares a Baal, erigió una columna como la de jab, el rey de Israel, y
adoró y dio culto a todos los astros del
cielo (2 Reyes21:2-3). El pueblo
de Dios ha desobedecido, ha olvidado a Dios y ha llegado el tiempo en el que Él
se lo recordará junto con las consecuencias por haberlo hecho. ¿Jeremías,
tienes miedo? ¡No te atemorices, hablarás lo que te diga!
El Señor reclama: ¿Qué
culpa encontraron en mí sus antepasados, qué maldad para alejarse de mí? Estas
son las palabras del enamorado que no entiende la infidelidad. Y después se
repite dos veces esta idea: el pueblo No
preguntaron: ¿Dónde está el Señor? Los sacerdotes
no preguntaban: ¿Dónde está el Señor?... El pueblo de Dios no le conocía.
Por eso tengo un pleito con ustedes, dice el amante dolido. El amante dolido
que hizo todo por quien ama. El pueblo olvido su identidad, la relación que les
unía, Dios expresa en términos relacionales lo que olvidaron: El Señor que nos hizo subir de Egipto (sacó
de la esclavitud), que nos fue guiando por
la estepa, por terrenos desérticos, por terrenos que nadie atraviesa. El
pueblo olvidó a Dios, ese Dios que se preocupó por ellos.
Dios es el más sorprendido, no lo puede creer. Las
implicaciones cósmicas de esto. Recorran
toda la tierra para encontrar algo semejante, ¿Cambia una nación de dioses? (¡Y
eso que no son dioses!) Lo fuerte de esta declaración se entiende porque en
la antigüedad un pueblo se identificaba con su dios, de tal forma que cambiarlo
era impensable. ¡Espántate, cielo, de
esto; pásmate y tiembla aterrado! Nada como esto se había visto antes.
El problema. Dos
cosas ha hecho mi pueblo, me ha abandonado a mí, fuente de agua vida y
excavarse pozos, pozos agrietados que no retienen agua….
Qué doloroso sería escuchar a Dios decirnos Recuerdo el cariño y el amor que me tenías… Pensemos,
la peor mentira inventada y creída por nosotros mismos es afirmar que todo lo cantado
y dicho al referirnos a Dios: “conocerle, creerle, amarle, seguirle, obedecerle”,
se puede llegar a olvidar. Pero podemos decir: ¡Yo jamás me podría olvidar de
Dios! El pueblo de Israel dijo algo similar, y lo hizo. ¿Qué nos hace olvidar
al Señor? Dar por hecho que ya estamos bien.
Olvidamos cuando comenzamos a explicar, entender y
darle sentido a nuestra vida a partir de otras experiencias que no es la del
encuentro con el Resucitado, por ejemplo, el trabajo, la familia, las riquezas,
la diversión, el placer, el ministerio, la iglesia, entonces poco a poco vamos
olvidando… entendemos nuestra vida como el resultado de nuestro buen esfuerzo,
alabamos poco a poco nuestra autosuficiencia y de repente ya estamos inclinados
adorando al dinero, el trabajo, una persona o yo mismo. Dios no se molesta por la simple razón de ya
no ser conocidos, como las viejas amistades que el tiempo, la distancia y
nuestra irresponsabilidad se van enfriando, sino por ser “suplido” por otra
cosa, que comparado con Él es nada. Tal vez el problema no es olvidar por
olvidar, sino el cambiar a Dios a raíz que le olvidamos.
¿Dónde está el Señor ahora? No es esa una pregunta del
cualquier buscador, esa desesperación de no hallarle cuando se le busca con
pasión. El pueblo y los sacerdotes no preguntaron eso: No dijeron ¿Dónde está el Señor? Es posible olvidar a Dios siendo
expertos en su Palabra. Doble peligro para aquellos que se nos ha encomendado
la responsabilidad de enseñar.
No creemos en un concepto que podemos retener y explicar
a partir de la razón y del cual podemos prescindir para llevar nuestra vida. Seguimos
a Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios que está vivo y por más que sea nuestro
anhelo no podemos poseer.
Reflexionemos
¿Qué actitudes, pensamientos, prácticas u omisiones en mi
vida demuestran que he olvidado a Jesús?
¿Hay pozos agrietados en nuestra vida a dónde estamos dirigiéndonos
en busca de agua? ¿Cuáles de nuestros fracasos y frustraciones son consecuencia
de esto?
¿Cómo cuido mi vida para no olvidar al Señor? Preguntemos en
nuestros triunfos y fracasos ¿Dónde está el Señor? En un intento desesperado de
ser los discípulos fieles y obedientes que buscan agradarle por medio de su
vida y decisiones.
Oremos agradecidos por la fidelidad de Dios, porque es él
quien dice: Me abandonaron, me dejaron, me cambiaron… puesto que él permanece
fiel, a pesar de nosotros mismos, alabémoslo, sí con cantos y oraciones con
manos alzadas o de rodillas, pero rindámosle alabanza con nuestra vida, una
vida que le tiene presente en todo tiempo y para toda decisión.
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