¿Para qué sirve la teología?



Dejo un fragmento de un libro muy interesante que sirvió como introducción a temas como teolofía y misión integral.

¿Para qué sirve la teología?[1]
René Padilla

Relativamente pocos evangélicos latinoamericanos consideran que la reflexión teológica es indispensable para la vida y misión de la Iglesia. La idea que prima entre nosotros es que la teología es un mero pasatiempo de intelectuales. Un ejercicio mental que distrae la atención de una elite que no tiene interés en los aspectos prácticos de “la Obra”. Un juego efímero, inútil.
Admitamos de entrada que con demasiada frecuencia los teólogos han dado ocasión a esa actitud negativa hacia la teología. Han olvidad que su labor sólo tiene sentido si se mantiene vinculada estrechamente al ser y quehacer de la Iglesia. Han adquirido para  la teología la carta de ciudadanía en el mundo de las disciplinas académicas, más preocupados por su propio status que por la fidelidad del Evangelio. Han “profesionalizado” la reflexión teológica y la han aislado de otras disciplinas humanas, privándola así de toda posibilidad de concreción histórica.
Sin embargo, hay razones de peso para afirmar que en lo que atañe a la vida y misión de la Iglesia, no basta el pragmatismo, es decir, el énfasis en el cómo divorciado del por qué y el para qué.

Una razón es que sin la iluminación de la Palabra, la acción se transforma en activismo sin sentido de dirección. A la teología le compete la importante tarea de evaluar lo que se está haciendo, y de evaluarlo a la luz de la Palabra para ver si en efecto está contribuyendo a los objetivos del Reino de Dios y si justicia. En un mundo como el nuestro, en que estamos constantemente sujetos al condicionamiento de la sociedad de consumo, muchas veces somos tentados a adoptar prioridades y metas que poco o nada tienen que ver con los valores del Reino. Por ejemplo, el número de personas que asisten a nuestras reuniones, el tamaño de nuestros templos o de nuestros presupuestos, y otras cosas por el estilo. Necesitamos desarrollar la capacidad de juzgar nuestros logros (¡y fracasos!) a partir de la revelación de Dios en Jesucristo y no de los valores que nos impone la sociedad secular. Desde esta perspectiva, el único éxito que podemos ambicionar en nuestra acción es la del siervo a quien su señor le dijo: “Bien, buen siervo y fiel; en lo poco ha sido fiel, en lo mucho te pondré”. En otras palabras, el éxito verdadero es la fidelidad. Y la teología nos ayuda a detenernos para comprobar hasta qué punto estamos logrando ese éxito. Cumple así una función crítica respecto a la acción.
Otra razón es que la fe tiene que articularse de tal modo que responda a los nuevos desafíos e interrogantes que surgen de la situación del mundo contemporáneo. Las respuestas del pasado tienen su valor, y mal hacen quienes piensan que no hay nada que aprender de las generaciones que les precedieron ene l seguimiento de Jesucristo.  Para evitar los errores de ayer y entender mejor los problemas de hoy, necesitamos una perspectiva histórica. Queda en pie, sin embargo, la necesidad de mostrar el significado concreto del Reino de Dios en relación con los problemas de dimensiones planetarias planteados por el mundo moderno, cada generación  de cristianos tiene la magna tarea de proclamar el Evangelio dentro de su propio contexto socioeconómico, político y cultural. Y eso requiere su propio retorno a las fuentes de la fe evangélica con la disposición a escuchar lo que el Espíritu de Dios dice hoy a su pueblo por medio de la Palabra en su situación concreta. La teología, pues, cumple la función de articular el mensaje de Dios, mostrando su pertinencia a cada nuevo contexto.
Ambas funciones de la teología que hemos mencionado están íntimamente vinculadas a la misión de la Iglesia. La descripción de la misión cómo la partera de la teología tiene buena base. Si la misión tiene que ver con la manifestación del Reino de Dios en el mundo por medio de la palabra y la acción de la Iglesia para la gloria del trino Dios, la teología viene a ser la reflexión que quiere poner tal palabra y tal acción a tono con el Evangelio en cada situación específica.
De lo dicho se desprende que la falta de interés en la teología, tan común entre evangélicos latinoamericanos, es sólo un síntoma de la despreocupación por la fidelidad del Evangelio y su pertinencia a la situación en nuestra misión. A cuenta de ser “prácticos”, sustituimos la Palabra por palabras y la acción por activismo. Como consecuencia, nuestra proclamación deja mucho que desear desde la perspectiva del Reino. Y lo mismo puede decirse de la calidad de la vida espiritual de nuestras congregaciones. Como bien dijo un gran teólogo escocés, P.T. Forsyth, hace casi un siglo,
En cuestiones de religión, la experiencia se va al suelo si no es sostenida por la teología… Se puede tener un alma piadosa sin mucha teología, pero no se puede tener una iglesia piadosa por mucho tiempo. Será una iglesia débil y, luego, una iglesia mundana: no tendrá la capacidad para resistir el condicionamiento del mundo, sus definiciones claras y sus métodos positivos.  
Un punto más en relación con el tema: si toda la Iglesia es misionera y si la teología es inseparable de la misión, entonces la reflexión teológica es una tarea que compete a todo el pueblo de Dios. La teología, como la misión, no es propiedad de una elite: es una responsabilidad y un privilegio de todo seguidor de Jesucristo.


[1] El presente texto es la Introducción al libro de C. René Padilla.  Discipulado y misión. Compromiso con el Reino de Dios. Buenos Aires: Ediciones Kairos, 1997.

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