¿Qué saliste a ver?
Hay una característica del Reino,
ese término que parecería ambiguo pero que Jesús convirtió en el centro de su
predicación “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios se ha acercado,
arrepiéntanse y crean el Evangelio”. El predicador de Galilea trastorna al
mundo con su mensaje. El que quiere ser el mayor que sirva a los demás, los
primeros serán los últimos, el maestro limpia los pies de los discípulos.
¿Qué saliste a ver?
Hace tiempo leí el libro Adolescencia, posmodernidad y escuela
secundaria. Los autores explicaban como en el pasado el estereotipo de
éxito eran el hombre adulto que alcanzaba con el esfuerzo y trabajo sus metas. Sin
embargo ahora el adolescente es está en la punta de la pirámide, todo gira en
torno a ellos, la mercadotecnia los tiene como primer objetivo y modelo. Ser joven
es la imagen deseable, una persona sexy, libre, saludable y atractiva, de tal
forma que hombres y mujeres adultos “desean” ser como ellos. Eso me ayudó a
entender por qué algunos padres y madres de familia visten y actúan cada vez
más con sus hijos. El problema, sugieren los autores, es que los jóvenes no
cuentan con modelos de personas adultas maduras que les acompañen en ese
periodo de duelos y cambios emocionales, psicológicos, físicos y sociales. Independientemente
de las interpretaciones teóricas abstraídas de la observación social, ser joven
es el deseo de muchos y muchas, ejemplos los hay en todas partes: “la fuente de
la eterna juventud, los baños con sangre de vírgenes, el botox, etc.” El mundo
se abre para los jóvenes, cuentan con la capacidad de adaptarse a los cambios y
hablan el idioma de la tecnología. Recientemente me dijeron en la oficina mis
compañeras de trabajo –que tienen la edad de mis padres- “la juventud se impone”.
Parece que es cierto. Pero, ¿sucede lo mismo en la comunidad de seguidores de
Jesús? En el Nuevo Testamento hay varias cartas de Pablo dirigidas a “jóvenes”
colaboradores suyos encargándoles tareas difíciles y de mucha responsabilidad. No
obstante, en las sociedades de medio Oriente, como en muchas otras, la edad, o
mejor dicho, la vejez es sinónimo de sabiduría. ¿Qué sucede con las y los
ancianos? Por fortuna, o como evidencia de la heterogeneidad de la comunidad
incipiente de cristianos, también contamos con el testimonio de hombres y
mujeres ancianas útiles en el Reino como los jóvenes. Recuerdo las palabras de
Pedro: “Yo, anciano también…”. Esto significa que en la comunidad de fe la edad
no es necesariamente referente directo de nada y que jóvenes, adultos y
ancianos se sirven unos a otros a partir de los dones, talentos y llamados que
han recibido de parte del Señor Jesús.
Para el mundo, me atrevo a sugerir (después
de una abstracción tal vez grosera por su simplicidad) ser viejo no es la meta
deseable. Veo a mi abuelo de 92 años de edad, fuerte y robusto, pero lento en
sus pasos, meditativo al observar, al cuidar su alimento, tierno al despedirse
y pienso que en los términos productivos actuales personas como él no producen
ni dan ganancia, son dependientes de todos nosotros. A mi abuelo le visitan sus
hijas durante la semana, necesitan cuidados, oídos para sus historias y paciencia
para las conversaciones. Definitivamente ser anciano en términos generales de
este mundo consumista o líquido (según el anciano Bauman), es un problema, el
fracaso.
¿Qué saliste a ver?
Desde que tengo memoria hay una
hermana en una de las comunidades de fe donde mis padres formaron parte hace
muchos años cuando era un niño: la hermana Petra, una señora llena de energía y
fidelidad por Jesús. Hoy llena de sus años de vida pasa los días en casa,
rodeada de su familia que con forme pasa el tiempo cada vez crece más. Le quiero.
No pienso románticamente, no pienso que la edad signifique automáticamente sabiduría,
hay viejos tercos e inmaduros llenos de experiencias. No obstante, hay vidas
que han caminado de la mano con Jesús y que a la vuelta de la esquina, aún
sentados, llenos de arrugas y canas, observan serenos y curiosos reconociendo
con mayor sensibilidad a Dios en todas las cosas; hablan pausados, sin prisas,
conscientes tal vez más que la mayoría, que el tiempo está hecho para el ser
humano y no el ser humano para el tiempo. Vidas como tales están llenas de
interesantes historias y palabras atinadas a nosotros que todavía corremos con
ánimo creyendo que por llegar primero nos comeremos el mundo primero.
La hermana Petra no está derrotada,
ya no puede caminar por la fragilidad de sus pies pero sigue soñando y esperando
ver entrar por la puerta de su cocina al Señor que tanto ama y con quien desde
hace años ya desea ir a descansar. Pero no. Ella permanece aún con nosotros,
como fiel testimonio de la fidelidad de Dios. Una vara frágil azotada por el
tiempo, curtida por la tormenta o la sequía pero firme y floreciendo con la
vida que sólo el Espíritu da. Tal vez su vida formará algún día parte de esa
grandiosa nube de testigos que nos observan. Pero no. Por lo pronto sigue con
nosotros, caminando, orando para que el Reino se establezca, abriendo su vida
llena de amor para recibir a los demás, dando la buena palabra en momento
oportuno. ¿Pero qué le roba la paz a una vida así? “Ya no puedo hacer…” al
escuchar eso recordé las palabras de John Stott en su último libro El Discípulo radical explica, la vejez
nos muestra la fragilidad y dependencia que tenemos de la comunidad, pero,
concluía el Tío John, “todos somos carga de todos”, al menos en la comunidad de
fe. La hermana Petra ya no puede correr pero sigue siendo útil para el Señor, “ya
no puedo hacer mucho, sólo orar”. ¡Sólo orar! Y le creo, en la conversación
hablaba con tanta naturalidad de su vida devocional, “Estaba limpiando y le
decía al Señor…”, “En la tarde le dije…” “Se burlan de mí, pero yo le digo,
Señor…”. Su vida no intenta aparentar, no oculta las dificultades de seguir a
Jesús, no se limpia las lágrimas del dolor que experimentan los que sufren las
perdidas, sus manos cansadas no son impecables, gritan la vida de esfuerzo y
trabajo por el evangelio y los que ama, su casa aún está abierta para quien
pasa, esa misma sala que ha sido centro de rehabilitación, iglesia, hospital
pero sobre todo hogar para los que vienen y van. La mirada de una vida de lucha y oración el
tiempo no la puede ocultar, por el contrario, la resalta.
¿Qué saliste a ver?
Estoy convencido que las charlas
con las o los viejitos son más que buenos momentos para reírnos o escuchar
historias viejas o recicladas. En la comunidad de fe deben formar parte no excluidos, estar ahí para solicitarnos que
repitan por favor de nuevo lo dicho por no escuchar, obligarnos a transformar
los espacios para hacerlos amigables con sus rodillas, recordarnos cómo era la
vida, los éxitos y fracasos en los años previos a nosotros, aconsejándonos a
partir de otro momento de vida, regañándonos por la pérdida de cosas valiosas y
consintiéndonos con su amor inexplicable hasta que Dios quiera llevarlos a
donde sólo él puede darles el descanso por ellos anhelado. Dios quiera algún
día pueda llevar tantos años en los bolsillos que ya no me importe contarlos y
me convierta en un viejito canoso o calvo que pida hablar más alto; solicite
más rampas y menos escalones; recuerde historias de este tiempo en un futuro
lejano; aconseje con más tino del que ahora poseo; regañe con más amor y tacto;
y consienta con más sabiduría.
Supongo que en la vejez habrá que
aprender de qué es tiempo, como dijo el Eclesiastés. Por el momento, esta
tarde, la hermana Petra y yo nos despedimos escuchando la canción de Santiago
Benavides “Cuando estemos viejos, calvos, gordos”, mientras ella, con mi Ipod
en su oído sonreía conforme pasaba la canción y decía: Amén… Amén.
Lindo leer estas historias. ¿me hace pensar en cómo encontrar sabiduría para vivir cada étapa de vida? y ¿cómo prepararnos para lo que vendrá? Por mientras también me invita a reconocer a Dios hoy, su Espíritu que nos da vida.
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