Continuar en el camino
Cada vez pienso y me convenzo más
de que el tiempo es una convención inventada impuesta e incluso autoimpuesta; vivimos
sujetos al tiempo y no sabemos cómo liderar con ello, suponemos, algunas
ocasiones, tener en exceso, pero es una simple percepción explicada por la
Neurociencia; otras veces, sufrimos por no tener suficiente, pero es una simple
consecuencia de nuestra desorganización cotidiana. La realidad nadie sabe con
exactitud de cuánto tiempo dispone -las horas se miden igual para todos, ricos
y pobres gozamos de horas de sesenta minutos cada una-, salvo los enfermos en
etapa terminal, porque aparentemente tienen su tiempo contado. Luchamos contra
el tiempo, como Will Salas en la película In
time, intentamos dominarlo, sacarle el máximo provecho, alargarlo y borrar
su paso de nuestro rostro y manos pero siempre es inútil, no lo tendremos de
sobra, algún día se nos va a acabar como a todos por igual, sin importar
aparentemente qué hicimos con el que tuvimos. Y así, el tiempo pasará y entre
todo el mundo que habrá de continuar llegará el instante donde nadie nos podrá
recordar. Somos gloriosamente insignificantes; mortales deseando un trago de
eternidad. Ante nuestra compleja paradoja considero, como la opción más sabia o
al menos más prudente, no molestarme por
no tener el tiempo deseado, ni derrocharlo como si lo tuviera ya, sino mejor
administrar bien el que llevo en mis bolsillos ya, esperar, con esperanza,
tener suficiente mañana para administrar.
Veo el calendario, observo el
paisaje por la ventana y no puedo dejar de pensar que algo anda mal,
desajustado; entonces me siento absorto, asustado por esa sensación de suponer bienaventurados
a las mujeres y hombres del pasado por disfrutar de una percepción distinta del
tiempo. Sin embargo ésta siempre va cambiando. Por ejemplo, cuando era niño
suponía que el mundo experimentaba una especie de “cambio” al inicio de un año
nuevo, pero no es cierto, los colores son los mismos, la naturaleza se resiste,
no reconoce otro reloj que verano-otoño-invierno-primavera o evaporación-condensación-precipitación.
Pero si en la naturaleza no cambia nada del 31 de diciembre al 1 de enero, ¿Por
qué habría de suceder entre los seres humanos si formamos parte de ella? Cada
vez más espero con modestia esa transición digital rescatando la convivencia
por encima de la celebración. Pues medimos el tiempo mal, ya nos lo demuestra
nuestro cuerpo, quien lo mide magistralmente para vivir. Pero hay otros ciclos
o procesos en relación con nuestra interacción con el Dios que se revela a los seres
humanos en la historia, con nosotros mismos, los demás, la naturaleza, la
sociedad y la cultura a partir de esa experiencia fundamental. Todos estos es
obvio que escapan a la rigidez del calendario, el tiempo es para dimensionarlos,
ubicarnos en ellos, no controlarlos, pues suceden obedeciendo otro plan, Su
plan, nunca el nuestro. Tíldenme de apelar a una Teleología siendo historiador
pero no puedo pensar distinto, disculpen.
Esta publicación no es un
manifiesto contra el tiempo, en todo caso sería contra el reloj, pero no, es la
forma de convencerme a mí mismo de responsabilizarme de los próximos trescientos
sesenta y cinco días que espero recibir de manos del Señor de la vida; es la
forma de salir de la ilusión propagandística del “borrón y cuenta nueva”, pues,
como ya lo he dicho antes, mis años nuevos inician en verano, por agosto –tal vez
tengo demasiado interiorizados los ciclos escolares-, además, los procesos de
vida en los cuales estoy inmerso continúan, no han terminados. Pero para no
desentonar con la mayoría también me dispongo a tomar un tiempo para pensar en
cómo seguir haciendo mejor las cosas; no son “mis deseos”, pues no siempre deseo
lo que debería y porque eso me acerca a ver a Dios como genio, tampoco son “propósitos”,
pues supongo que el propósito de la vida
es, como lo llamamos en el gremio de historiadores: de larga duración. La verdad
no sé cómo llamarlos, creo que por el momento me satisface ponerles el nombre
de “áreas de trabajo en mi vida”; no está mal, no es egoísta, pues supone que
si uno vive una vida ha de ser la suya; además, implícitamente deja de
manifiesto la complejidad e integridad del ser humano; asimismo, el
calificativo “trabajo” me hace responsabilizarme por ellas y supone planeación,
consejo, esfuerzo, fracaso, corrección, etcétera.
En fin, necesito trabajar más la administración
del tiempo, he avanzado en ese sentido, pero creo que al surgir más compromisos
el tiempo sigue siendo el mismo y tiene que alcanzar para todos. No niego que
ver mi agenda con eventos me produce ansiedad y que más de dos eventos en un
mismo día me pone de nervios. ¡Y de repente salió! Pum, el meollo del asunto, todo lo anterior se resume en: seguir
aprendiendo a confiar en Dios. No me gustan los cambios drásticos, quienes
me conocen ya lo saben, pero me siento navegando con dirección a ellos por lo
que me voy preparando. El Señor nos guíe y sostenga para seguir fieles a su
llamado constante de comprometernos en amarle a él con todo el corazón, con
toda el alma y con toda la mente y a nuestro prójimo como a nosotros mismos sin
importar lo difícil o riesgoso que eso signifique.
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