Reconciliándome con mis manos
Hay tantas oportunidades donde
fundamentar tu identidad y todas ellas tan frágiles y efímeras; como “maldecidas”
por un mundo líquido donde aparentemente ya nada es sólido ni puede permanecer.
Como cristianos estamos inmersos en un contexto histórico específico, también
somos “hijos o hijas de nuestro tiempo” y siempre necesitamos a las demás
personas para que nos dejen ver nuestros puntos ciegos.
Para mi este tema de la identidad
salió a colación en este tiempo en Vancouver. El fin de semana conversaba con Arturo
Nacho, de Bolivia, sobre su experiencia como migrante en Canadá y la charla, a
pesar de ser breve, me animó a escribir lo que ya llevaba procesando en la
cabeza.
La historia comienza así…
Antes de venir a Canadá trabajaba
como profesor en un colegio jesuita y además tenía una responsabilidad
administrativa. Dicha responsabilidad incluía dar clases, coordinar eventos,
reuniones, gestionar procesos, permanecer rodeado de personas y con capacidad
de tomar decisiones en el área. Trabajo al fin y al cabo. Pedro, uno de mis
mejores amigos, con su sarcasmo característico acostumbra a decir: “Somos
obreros calificados”, refiriéndose a nosotros como trabajadores universitarios clasemedieros. El oficio y el lugar son
dignos, ése y cualquiera, no hay
problema con ellos por sí mismos. Es sólo cuando dejamos que éstos nos definan.
Para mí no fue tan clara la influencia que el trabajo estaba haciendo en mi
identidad. Pero ahora que ya no estoy ahí ni “soy” eso que hago es más claro.
Supongo que como muchos de mi
generación, crecí con buenos y genuinos consejos maternos y paternos como los
siguientes: “Estudia para que seas alguien en la vida”. O alguno como: “Estudia
para que no termines haciendo limpiando vidrios”. Tal vez sean consejos validos
en los términos de quien los brinda, pero no son ingenuos y esconden esos lados
oscuros que nos atan a prejuicios. Aceptaré por ahora estos consejos como
invitaciones para ser responsable en las responsabilidades que se me confieren.
No obstante surge una pregunta: ¿Cuáles
son los problemas con esas invitaciones? No generalizaré sino hablaré de mi
experiencia personal y como profesor de adolescentes y obrero de COMPA entre
los universitarios.
“Estudia para que seas alguien en la vida”. “Estudia para que no termines haciendo limpiando vidrios”.
Este tipo de declaraciones no son
ingenuas, como ya mencioné. Aunque con eso no quiero decir que quien las ha
dicho haya sido conscientes de las limitaciones que a continuación voy a
exponer. Tomar estas invitaciones sin reflexión conlleva algunos riesgos como
los siguientes:
1) Promueven falsas esperanzas. Porque instrumentalizan la educación con fines económicos. Además genera expectativas económicas o sociales irreales que la educación universitaria en un sistema económico neoliberal no puede satisfacer.
2) Reducen la inteligencia a los aspectos teóricos o a los procesos mentales y desestima el trabajo manual. Presuponer que es mejor el “trabajo mental” que el “trabajo manual” es un error gravísimo muy común. Uno que yo estaba cometiendo ya. Porque parte de una concepción errónea del ser humano. Hemos sido hechos para usar las manos, pies, razón, dedos, músculos y todo el sistema nervioso central para transformar y preservar la naturaleza con creatividad e ingenio.
3) Motivan el individualismo. Si nuestra meta en la vida es ser el mejor de la clase, alcanzar el mejor trabajo, mandar a los demás o que los demás hagan “ciertas actividades inferiores” por mí. ¿Dónde queda el aspecto comunitario? No hay posibilidad para la fraternidad cuando las personas son vistas como competencias. No hay amor por el prójimo, no hay servicio, no hay compasión sino lástima. Uno puede pretender medir al resto de las personas con la medida de uno mismo. Pero con la lógica de esa medida otro más rico nos medirá. Este aspecto del individualismo y la realización económica como objetivo de la vida es un tema comúnmente cristianizado con suma facilidad y de muchas formas, a tal grado que cuando está hecho es difícil transformarlo.
Venir a Vancouver tenía la implicación de renunciar a mí antiguo trabajo y buscar uno acá. Por las limitaciones de idioma, de ley y por el rol de migrantes en el que ahora estamos, obviamente no podía suponer conseguir un empleo similar. No responsabilidades administrativas, no coordinación de equipo, no reconocimiento social, no oficina, etcétera, etc. La búsqueda inició. Gracias a Dios la oportunidad se dio rápido pero en lugar de alegría generó confusión. Conseguí un empleo como housekeeping en Carey Center, en el campus de la universidad. El trabajo es simple y sencillo: limpiar y arreglar el cuarto. Es una actividad sencilla, limpiar el baño, poner las toallas, jabón, shampoo, cambiar las sábanas de la cama, poner nuevas, limpiar y aspirar. ¿Cómo yo ahora realizaría esta actividad? ¿Cómo era posible?
Esa fue la crisis que desencadenó toda una serie de cuestionamientos y reconocimientos internos. Algo en mí estaba mal, quebrado y no me había dado cuenta. Me había tragado la mentira de creer que mi valor como persona depende del trabajo que desempeño y que hay una clasificación del trabajo entre “inferior” o “superior”. Probablemente para nuestras culturas exista y sea aceptado socialmente. Pero no creo que esa sea cierto desde una perspectiva cristiana del mundo.
Yo quién “enseñaba” a otros ahora aprendía como limpiar lo que un huésped usó y arreglar adecuadamente un cuarto que otro disfrutará. A pesar de lo obvio del trabajo demanda un desempeño meticuloso en cada detalle y apertura para ser corregido en los errores naturales de quien lo hace por primera vez. Además, sumado el conflicto de mi poca comunicación en inglés. Mi orgullo estaba hecho pedazos. Dios probablemente debió disfrutar sonriendo la escena. No creo que burlándose ni que haya hecho todo eso para hacerme sentir mal. Sino que lo pienso como un padre que se ríe por lo absurdo del berrinche de su hijo. Pero Dios no está lejos de mi trabajo aquí en Canadá, de hecho está cerca.
En mi nuevo trabajo conocí a personas fascinantes de otras partes del mundo. Por ejemplo: Ki Pan, Ruth y Amy de India o Yoseb de Corea. La mayoría de ellos inmigrantes también por estudios de posgrado o como yo, pareja de estudiante de posgrado en Regent College u otra escuela del campus.
"Marca que Ki Pan dejó hoy en un pizarrón mientras limpiábamos el salón. |
El segundo día de trabajo mientras limpiaba la tina del baño y tomaba una toalla para secar la pared recordé una historia de Jesús en los evangelios que me quebró. Era la historia cuando Jesús lavó los pies a sus discípulos. No recordé el orden preciso de las acciones pero un detalle fue claro: Jesús tomó la toalla. El Señor tomó la toalla como yo en ese momento la tenía; él para lavar los pies de sus discípulos y yo para limpiar un baño que algún discípulo o discípula suya del siglo XXI, de quien sabe qué parte del mundo, usaría a su paso por Vancouver.
Después Dios susurró otras palabras del Evangelio, no necesariamente textuales pero sí de la misma historia: “Si yo el Maestro he hecho esto…”. Eran probablemente las once de la tarde en el baño de una habitación del segundo piso y yo había escuchado la voz de Dios tan claramente hablándome, sanándome, invitándome a dejarme transformar por él. Ahora creo que si en México existiera un “santo patrono de los housekeeping” sería Jesús mismo.
Ahora dejo la historia textual que está en Juan 13:
3. Con
plena conciencia de haber venido de Dios y de que ahora volvía a él, y
perfecto conocedor de la plena autoridad que el Padre le había dado, 4 Jesús
interrumpió la cena, se quitó el manto, tomó
una toalla y se la ciñó a la cintura. 5 Después echó agua en una palangana
y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura…
13 Ustedes me llaman Maestro y Señor, y
tienen razón, porque efectivamente lo soy. 14 Pues bien, si yo, el Maestro y Señor, les he lavado los pies, lo mismo
deben hacer ustedes unos con otros. 15 Les he dado ejemplo para que se porten
como yo me he portado con ustedes. 16 Les aseguro que el siervo no puede ser
mayor que su amo; ni el enviado, superior a quien lo envió. 17 Si comprenden
estas cosas y las ponen en práctica serán dichosos.
Disfruto mi trabajo aquí, soy libre de mi lado ciego. Entiendo mejor que antes esto y mi identidad puede ser afirmada en Dios como Jesús tenía la suya afirmada en el Padre cuando lavó los pies de sus discípulos. Nosotros, los housekeeping servimos al pueblo de Dios para brindarles un lugar limpio y cómo donde puedan descansar a su paso por esta ciudad donde Dios también les trajo. Comprender esto me da paz. Hay algo interesante en limpiar, puedo ver un “antes” y “después” del trabajo. Es fascinante, es un regalo ver el fruto del trabajo. Es algo que no se puede apreciar a simple vista como profesor o como asesor en COMPA.
La hora del "lonche" es una fiesta de sabor porque compartimos un poco la comida que cada quien preparó y la historia que hay detrás de ella y de nosotros. Me siento afirmado en el Señor, veo con gratitud su provisión por medio del trabajo, veo el amor de mis compañeras y compañero de trabajo en la paciencia que me tienen por el idioma. Veo a Dios sanando y me veo reconciliándome con mis manos.
Cómo continuará la historia
Llegará un tiempo para regresar a casa, a Tijuana y reincorporarme a una nueva aventura en tema de trabajo. Seguro regreso a mi rol de obrero en COMPA y probablemente también enseñe. No sé en dónde ni cómo. Pero al menos hoy, aquí en Vancouver, he aprendido algo. Al regreso puedo servir mejor. Dios no desperdicia nada en nuestras vidas para transformarnos y hacernos cada vez más a su imagen.
Gracias Señor.
Amén.
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