El miedo de algunos evangélicos al Evangelio
México, 2017. Enrique Peña Nieto
todavía ostenta el cargo de Presidente de la República. Todavía. Enero. El
anuncio de un aumento (más) a la gasolina. Otro. ¿Pero qué no fue el mismo Peña
quien presumió que con las reformas estructurales eso ya no sucedería? Bueno,
sí. Pero según él, el problema no son las reformas. No, las reformas fueron,
son, buenas. El alza al costo de las gasolinas proviene de fuera: uy, la
macroeconomía, Trump, la oferta y la demanda, el “coco”. Ante tales
circunstancias México tiene que ajustarse para no vagar a la deriva (¿acaso no
está ya?). Y con el pesar de fastidiar el inicio de año y hacer todavía más
empinada la cuesta de enero, Peña tomó decisiones calibre estadista: subir las
gasolinas. Mantener el subsidio era inamisible para la economía. Un gran riesgo
que atentaba con recortar el gasto social: escuelas, hospitales y guarderías.
Mentiras, cínicas mentiras en televisión nacional de un actor degradado,
demacrado y francamente inepto. “¿Qué hubieran hecho ustedes?” Aquí el recurso
sentimentalista que pretende envolvernos y enfrentarnos a la seriedad de la
responsabilidad presidencial. Gracias Dios por Peña, por su sabiduría
sobrehumana que le hace tomar este tipo de decisiones. Peña el grande, sí. Peña
el Salvador de México, sí. Peña el estadista, sí. El guapo Peña. Aplausos por
favor a Peña. Aplausos por favor, al rato les pagamos, ahora aplaudan. ¡Peña,
Peña, Peña!
Oh esperen. Broche de oro. Busquen
a una persona y páguenle para que diga:
“El alza de la gasolina no nos afecta, porque no tenemos carro.” Oh, por favor,
que un diputado mirrey del Verde Ecologista, ese partido que se prostituye al
mejor postor, nos diga: “El aumento al costo de la gasolina es una medida
contra el calentamiento global”. Por favor, unidad. Apoyemos al Presidente.
Las protestas ante el alza de la
gasolina se dejaron ver desde todas partes. El aumento repercutirá en una
elevación de los costos de muchas cosas. Pero no del salario mínimo. Las
protestas sociales incluyeron marchas y bloqueos de gasolineras y carreteras. No
obstante, alguien, no sabemos quién, cómo ni por qué pagó a personas para
cometer actos de saqueos a tiendas. Los hechos surtieron efecto. Mira las noticias. La gente anda
saqueando tiendas. Las manifestaciones terminan en saqueos. Facebook
reproduciendo fotos y comentarios. Los medios de información haciendo Photoshop
con imágenes de Medio Oriente con encabezados de municipios del Estado de
México. ¿Por qué la mayoría de saqueos se dieron en el Estado de México? ¿En
tierras de Peña? ¿En dónde más votaron por él? ¿De dónde más salen los paleros
para llenarle el zócalo?
La indignación se recrudece. El
gobierno contrató personas para saquear tiendas y desprestigiar las protestas
sociales, infundir miedo. Vean los noticieros: los saqueos ocupan la mayoría
del tiempo. ¿Y el gasolinazo? Segundo plano.
El aumento a las gasolinas es
como “la gota que derramó el vaso”, el epitafio de las tan presumidas reformas
estructurales de Peña y otro hermoso fracaso del gobierno surrealista en turno,
¿el último? ¿El definitivo? (No se
desanimen, a este paso, de aquí a 2018 todavía puede darnos grandes sorpresas.
Cipolla dice: no subestimen a los estúpidos).
Con esperanza leo las noticias
sobre las manifestaciones, con esperanza de que generen unidad y cambio. El
festín de las redes sociales. Quejas, llamadas a la acción. Silencios.
Apologías a la autoridad. Llamadas a la serenidad. Controversias.
Personas evangélicas se suman a
las quejas y a la inconformidad contra esta medida (tal vez más virtual que
presencialmente, no lo sé). Pero surge la reacción desde el interior. El
llamado al “respeto de toda autoridad impuesta por Dios”, el llamado a la calma
y a orar solamente. A no involucrarse en asuntos de política, en esforzarse en
la evangelización. Después de todo, “estén sujetos a los gobernantes, a las
autoridades; que sean obedientes…”. Considero que este tipo de comentarios
provienen de personas que no se verán afectadas por los cambios (o francamente
no les interesan), o por personas adultas mayores, que han hecho su vida y el
presente es un regalo de los buenos años de una vida larga. Pero cuando veo que
algunas de estas personas son incluso más jóvenes que yo, me convenzo a mí
mismo que no estamos ante un problema generacional. Esto se trata de una
estructura de pensamiento que no respeta edades y que se reproduce
generacionalmente a base de malas interpretaciones bíblicas y un entendimiento reduccionista de la obra
salvadora de Jesús.
Entonces, yo me pregunto (a mí
mismo) si esta actitud pasiva es la opción cristiana ante estos problemas. Tal
vez yo estoy equivocado y debería orar más. O tal vez involucrarme y hacer caso
omiso de este tipo de comentarios. Pero después se me vienen a la cabeza
nombres de hombres y mujeres, fieles seguidores de Jesús comprometidos con su
tiempo y se me pasa. Creo que esta gente, pueblo de Dios, hizo más que orar y
se dispuso a la acción: William Wilberforce
y la lucha contra la abolición de la esclavitud en Inglaterra; Josephine Butler
y su lucha por la preocupación de las mujeres prostitutas de la Inglaterra de
su época; Martín Luther King Jr, en Estados Unidos y su lucha por los derechos civiles;
Dietrich Bonhoeffer y su lucha contra el
nazismo en Alemania; Monseñor Romero en El Salvador.
¿Será que si estas personas
entendían la obra redentora de Jesús como “salvación del alma”? ¿Acaso es que hemos reducido el Evangelio a un
boleto para “ir al cielo”? ¿Será que el Evangelio tiene algo más que decir a
los problemas que aquejan a nuestra sociedad? O nos olvidamos de eso y nos
ponemos a predicar sin hablar del mundo real. Pero si la salvación es la
reconciliación cósmica del universo. Pero si la salvación involucra cada área
de la vida. Pero si Dios se interesa en lo que pasa en toda esfera de la
sociedad.
Una ocasión Jesús estaba en
Jerusalén, había entrado a la ciudad en medio del alboroto de las personas que
lo aclamaban como rey. Pero él, montado en un burrito (según lo que un antiguo
profeta escribió sobre la llegada de un futuro rey) se dedicó a enseñar en el
templo. No obstante, a los líderes religiosos de los diferentes grupos no les
gustaba Jesús. Tal vez porque no encajaba en sus expectativas, tal vez porque
no se asociaba ni buscaba el respaldo de ninguno de los grupos, tal vez porque
su enseñanza no podían encuadrarla en sus especulaciones y teologías. Jesús y
su enseñanza no encajaron con la de los líderes de su tiempo. Entonces cada
grupo sometió a prueba a Jesús, le lanzaron preguntas difíciles, con trampa,
para encontrar hilo de donde sacarle prenda. Pero él fue directo a las
motivaciones y expuso lo absurdo de las enseñanzas de los fariseos, herodianos
y saduceos. A éstos últimos les dijo: “Ni conocen las Escrituras ni tienen idea
del poder de Dios”.
Ahora a veces pasa lo mismo en
algunas partes de la iglesia evangélica. Intentan meter a Jesús en el molde de
sus enseñanzas, domesticar el mensaje del Evangelio, suavizar a Jesús. De fondo
creo que hay quienes le temen al poder del Evangelio (no estoy hablando de los “no
convertidos” o “del diablo o sus demonios” sino de ciertos “evangélicos”).
Me respondo a mí mismo, con pesar,
que muchas veces, ahora también, todavía hay personas que ni conocen las
Escrituras ni tienen idea del poder de Dios.
¿Por dónde comenzar? La iglesia local tiene una gran oportunidad.
- Informarse de lo que sucede...
- Hablar estos temas los domingos...
- Intentar entenderlos desde la fe
- Participar en acciones locales no violentas que generen presión a las autoridades
- Invitar a ejercer una ciudadanía responsable a sus miembros
- No ser indiferentes...
- Encontrar las oportunidades que estos cambios permite a la iglesia mostrar el amor de Dios por los vecinos...
- Y sí, orar...
Una partecita de lo que dijiste, '¿Será que si estas personas entendían la obra redentora de Jesús como “salvación del alma”? ¿Acaso es que hemos reducido el Evangelio a un boleto para “ir al cielo”? ¿Será que el Evangelio tiene algo más que decir a los problemas que aquejan a nuestra sociedad?'
ResponderEliminarMe recordó un artículo que leí hace poco, sobre cómo una comprensión poco bíblica del "cielo", que más bien es la nueva tierra, contribuye a que los cristianos piensen así, como una onda platónica de incorporeidad en un plano donde todos son angelitos con toga, aureola y arpa relajándose en una nube. Yo estoy convencido que también una sana teología sobre la vida eterna ("cielo", nueva tierra) contribuye a que actuemos ahora y que el Evangelio sea poderoso para salvar del pecado propio y del pecado en el tejido social.
https://blogs-es.thegospelcoalition.org/jairo-namnun/que-vamos-a-hacer-en-el-cielo/
Nef. Yo no puedo estar más que de acuerdo en lo que comentas. Un entendimiento incorrecto de lo que llamamos "cielo" nos puede darnos el lujo de ver este "mundo" destruirse, sin sentir que debemos hacer algo al respecto. Lamentablemente estas concepciones también tienen tono político.
ResponderEliminarAbdiel creo que uno de los problemas mas fuertes de nosotros los evangelicos es el pensamiento de orar por nuestros gobernantes como lo mencionas donde de una manera inconciente o conciente (no lo se), nos programan para no involucrarnos en temas sociales o politicos y que nos mantenienen en una pasividad espantosa en estos asuntos. Donde el pastor te dice que aprendas a administrarte mejor y que si somos fieles en los diezmos y ofrendas Dios nos va a bendecir y estoy de acuerdo, pero tambien nos hace pensar que tenemos que soportar que los gobernantes hagan lo que quieran y nosotros callar y caminar la milla extra.
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