“Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”


20 de enero de 2017. Donald Trump asumirá la presidencia de los Estados Unidos. Habrá un discurso muy a su estilo. “América Grande”, “El muro” por aquí, “México pagará”, por allá. Todos los encabezados de diarios a nivel mundial incluirán la noticia. Tragedia en México. ¿Devaluación? Tal vez.

Golpes de pecho. Por mi culpa, por mi culpa. ¿Qué hicimos mal en el servilismo político, económico, social y cultural para convertirnos en el blanco de ataque de trumpista? Si después que Echeverría falló en su intento de “plantear la relación con Estados Unidos en términos más justos y equitativos.[1], los gobiernos de 1981 a la fecha no han hecho más que ser sumisos, obedientes y  comprometer la soberanía nacional con los Estados Unidos. La respuesta: “Quien sabe”.


¿Acaso no somos amigos? Hemos sido vecinos desde el siglo XIX. Sí, ok, ellos invadieron injustificadamente a México en 1846 (¿pero acaso no lo siguen haciendo en el resto del mundo?), se cobraron los daños de la guerra con más de la mitad del territorio mexicano (allá se fue California, Arizona, Nuevo México y un poquito más). 



Sí, tuvimos nuestros problemas en la primera década del siglo XX, ya saben la revolución mexicana, el complot contra Madero, la toma de Veracruz, el ataque villista a Columbus, la expedición punitiva de Pershing persiguiendo a Villa, el artículo 27 de la Constitución del 1917 y la expropiación petrolera de 1938. 



Pero nada que el enemigo común del nazismo y el imperio japonés no hayan logrado olvidar para convertirnos en los grandes amigos. ¿Verdad? Para estas fechas, con una de las fronteras más largas del mundo ya sería hora de llevarnos más o menos bien, sin trumpadas. Pero pareciera imposible, como tal vez lo infirió Sebastián Lerdo de Tejada, político liberal, que junto con Juárez luchó contra conservadores y franceses (arriesgo de que funcionara el Tratado McLane-Ocampo), y quien llegó a ser Presidente de México entre 1872 y 1876, en su célebre frase: “Entre el fuerte y el débil, el desierto”.


Nemesio García Naranjo[2] probablemente sentenció mejor que nadie (hasta ahora y como pinta la cosa) la relación México-Estados Unidos: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Que sí Trump cumple su promesa de deportar a todos los mexicanos indocumentados. Probablemente todas las familias del país volverían a ver a uno o más parientes que estaban “del otro lado”, y la economía dejaría de recibir los 24, 625 millones de dólares que significaron las remesas de Estados Unidos a México entre enero y noviembre de 2016.[3]   

Pero mientras tanto, millones de mexicanos de ambos lados de la frontera permanecen en vilo. Las consultas al pediatra aumentan en niños con padres indocumentados en Estados Unidos por el llamado “Síndrome Trump”.[4]  La economía se tambalea en cada tuit de Trump, el peso hacía abajo en el despeñadero.

Sin embargo, ¿De verdad las relaciones México-Estados Unidos se pondrán “peor” en el futuro? o ¿El trato que reciben los paisanos en los EUA será más inhumano que hoy? No sé dónde radicará la novedad trumpista.  No hay que olvidar que por allá de 1917 la política migratoria estadounidense para los mexicanos que cruzaban la frontera de Ciudad Juárez a El Paso incluía unos baños y desinfecciones con varios fumigantes tóxicos, incluidos la gasolina, el queroseno, el ácido sulfúrico, DDT, y (según las investigaciones en Al margen del campo de batalla en la Revolución: una historia de la cultura oculta de El Paso y Juárez de David Dorado Roma La frontera que vino del Norte de Carlos González Herrera) “a partir de 1929, con Zyklon-B (para los vagones). Este ácido cianhídrico es el mismo con el que usaron los nazis  en Alemania durante el Holocausto judío. No es de extrañar que el mismo Adolf Hitler allá en 1924 elogiara esta política estadounidense: “La Unión Americana en sí misma […] han establecido un “criterio científico” (comillas mías) para la inmigración […] haciendo que la capacidad de un inmigrante para poner pie en el territorio americano sea únicamente dependiente de, por un lado, requisitos raciales específicos y, por el otro, cierto nivel de salud física del individuo mismo”.[5].



Y es que ese “criterio científico” aplicado por el gobierno de Estados Unidos, del cual hablaba Hitler, era nada más ni menos que la eugenesia. Que fue “una corriente de pensamiento médico y social surgido a finales del siglo XIX, cuya premisa era que, mediante la selección genética, se podía mejorar la especie humana.”[6] y que en EUA tuvo gran éxito. Al grado de convertirse en criterio para la política migratoria en El Paso, Texas; y en 32 estados de la Unión Americana en prácticas esterilizadoras para  enfermos mentales, delincuentes, alcoholicos, homosexuales y otros más.[7]

“Violadores y criminales”, palabras de Trump para describir a los inmigrantes mexicanos. A principio del siglo XX se decía que los paisanos portaban enfermedades y que eran un peligro para la salud de los estadounidenses. Bendita “américa” inmaculada. El problema del Otro en la frontera. La eterna lucha cultural sin fin con otros matices.



Lo nuevo, lo que venga en estos avatares de la relación México-Estados Unidos, sólo será nuevo en términos de las posibilidades que la tecnología, algunas ciencias, y la industria logren imaginar y ofrecer al poder en turno. 

El muro por ejemplo, la Arquitectura tiene la oportunidad de oro para sorprendernos con un flamante diseño. En Guadalajara, el Estudio 3.14 trabajó al pie de la letra en un diseño para el muro “lo más seductor posible” evidenciando el carácter grotesco y perverso de la política trumpista.[8]




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