¿Por qué algunas iglesias evangélicas no son comunidades que reciben a nuevas personas en la vida de la congregación?


Introducción y limitaciones de esta reflexión

Primero: En este texto me enfocaré en la iglesia en tanto una realidad social, como un grupo de personas con capacidad de establecer relaciones interpersonales (a) entre sus miembros, y (b) entre sus miembros y la localidad donde está insertada. Cuando una iglesia local experimenta esto podemos llamarla, para efectos prácticos del análisis: “comunidades”. No obstante, no todas las iglesias locales se caracterizan por esa vida en comunidad. Cuando una iglesia local no experimenta “comunidad” la llamaré “iglesia cerrada”, para diferenciarla y remarcar el carácter institucional que prima en ellas.

Segundo: Asumo que la iglesia local participa como agente de la misión de Dios para el establecimiento del Reino de Dios y que esto es fundamental. A  tal extremo que pudiera decirse que hay misión sin iglesia, pero no puede haber iglesia sin misión. Aunque en este análisis la misión se da por sentado como inherente a la iglesia, no se profundiza la relación entre la misión y la vida social de la iglesia, como se aborda en este trabajo, tal vez esto puede constituir una de las debilidades del mismo.  

Tercero: En este comentario trato de hacer una reflexión general a partir de observaciones personales en por lo menos 3 congregaciones locales de diferentes denominación en la misma ciudad de Tijuana. Sin embargo, considero que este análisis pudiera ayudar a describir y explicar a otras congregaciones, independientemente de su adscripción denominaciones o localidad si cumple con dos característica particulares. No obstante, la primera de ellas puede prescindirse más no la segunda. (1) son iglesias que pertenecen a una denominación con pastores itinerantes, esto es, que hay una instancia responsable de designar los pastores a las iglesias y de cambiarlos cuando considere necesario a sus intereses organizacionales. (2) Son iglesias que llamaré “consolidadas”, lo que en otros términos quiere decir: “iglesias con por lo menos 5 o más años de haberse fundado”.  Este análisis deja de fuera a las iglesias “jóvenes” o las de reciente fundación. No obstante, nos surgen dudas y curiosidad de analizar también las etapas fundacionales de una congregación, pues como se verá más adelante, en ellas se gesta la semilla de lo que, al paso del tiempo, podrá desarrollarse y convertirse en una iglesia “cerrada”.


Iglesias cerradas
Condiciones materiales sustentables

Las iglesias consolidadas generalmente cuentan, mediana o satisfactoriamente, con los recursos y medios considerados por ellas mismas, o sus denominaciones, indispensables para llevar a cabo la misión. Estos pueden ser: edificio, un ingreso constante de ingresos por vía de ofrendas, diezmos y otro tipo de donaciones en especie, muebles e inmuebles, equipo electrónico (bocinas, micrófono y consolas), instrumentos musicales, salones para clases, cuneros, en algunos casos cocina. Ahora parece que también debemos incluir: recursos multimedia, página web, recursos y predicaciones online, etc.  El aspecto material es importante pues alrededor de la administración y destino de estos recursos es que se establecen grupos familiares que compiten entre sí o con el pastor en turno para asignar y destinar los recursos materiales de la congregación.

Lo simbólico 

Muchas veces los grupos de poder no sólo tienen el monopolio de la distribución de los recursos materiales. También tienen el monopolio de lo simbólico. Con esto me refiero al control de espacios simbólicos dentro de la congregación: "responsabilidades en la enseñanza", "roles públicos durante el servicio o liturgia" y los "grupos de alabanza."


Grupos familiares de poder

Cada iglesia puede contar con uno o hasta cuatro grupos familiares de poder. Estos son los apellidos de las familias fundacionales de la congregación, cuyos miembros tienden a asumir responsabilidades clave en la vida de la iglesia. Con el paso de los años estos grupos van formando alianzas por matrimonios entre hijos e hijas. Formar alianzas permite también evitar las fracturas estructurales entre los grupos familiares y la continuidad en las responsabilidades clave de la iglesia. Tal vez el lastre constante de la "división" de las iglesias evangélicas se explique por medio de esta fractura en los grupos de poder, en lugar de las "diferencias teológicas" a las que apelan los disidentes. 

Estos grupos familiares actúan como grupos de poder y ejercen su influencia a toda la congregación. La larga historia de la congregación es también la historia de la actividad de los grupos familiares de poder. De ahí que la dinámica eclesial, su identidad y tradición han sido forjadas por estos grupos y se convierte en modelo y regla para el presente de la iglesia. Esto puede ser positivo en muchos términos si se reconoce que existe influencia de estos grupos, y mientras ésta no se exalte a la categoría de verdad absoluta incuestionable.

Grupos familiares de poder y denominación eclesial
Estos grupos familiares existen independiente de la denominación a la que pertenece dicha congregación y funcionan al margen de la misma en adaptaciones superficiales, por donde corre la sangre de la tradición local. Incluso, puede existir caso donde una misma familia sea grupo de poder en dos iglesias distintas, inclusive en ciudades distintas.

Algunos de estos grupos familiares cuentan entre sus miembros con uno o  más pastores, lo que les permite tener mucha más libertad de acción en las congregaciones locales. Más si los pastores ascienden en responsabilidades regionales o nacionales dentro de la organización o denominación. En estos casos, los grupos familiares con miembros dentro de la organización en esos niveles cuentan con cierta inmunidad frente a las disposiciones locales del pastor en turno o la denominación.

Si la denominación a la que pertenece la iglesia elabora planes de carácter nacionales, los grupos familiares, que cuentan con individuos en áreas estratégicas de la congregación, reciben primeramente estos documentos y son los responsables de comunicarlos al resto de la congregación. En este proceso de comunicación sucede una operación de depuración y adaptación de los protocolos nacionales para la vida local de la iglesia sin que la congregación llegue a enterarse de ello, “Obedézcase, pero no se cumpla”, como rezaba la vieja fórmula castellana medieval de derecho.

Grupos familiares de poder y censura
El riesgo más grande que representan estos  grupos familiares de poder se encuentra en la capacidad de actuar como censura. Esta censura se puede ejercer de facto en cambios estructurales que afecte a los intereses de los grupos o en la integración de nuevos individuos o familias a la iglesia y particularmente a las áreas de responsabilidad de la misma. Ya que el deseo de las nuevas familias por incursionar en áreas de responsabilidad de la iglesia representan sospecha y desconfianza, al dudar de su lealtad o capacidad. Los grupos familiares de poder siempre enarbolaran un discurso de continuidad que apela a la tradición eclesiástica local.

Para protección de la iglesia, los grupos familiares han establecido convenciones sociales para evaluar y aceptar a nuevos miembros. La iglesia puede estar abierta a todos los visitantes y quienes deseen congregarse en ella, hasta cierto punto. Cuando una persona “es nueva” se le llama “visita”, su presencia en la iglesia es deseable, pues generalmente se asocia con el éxito de la congregación. No es raro que domingo a domingo se realicen conteos de “las visitas” y sea motivo de alegría por parte de la congregación, aunque las personas “visitantes” hayan llegado por pie propio sin ser creyentes, invitados por una persona de la congregación o venido de otra iglesia local. Sin embargo, cuando “la visita” pretende convertirse en “miembro” de la iglesia, participar de la vida de la misma e influir con sus ideas, experiencias y capacidades en la toma de decisiones  de la nueva congregación, la respuesta es una evaluación.

Todos los aspirantes a miembros con derecho pleno reconocido serán remitidos a un proceso de evaluación, reeducación y homogenización a la cultura eclesiástica local. Esto se da independientemente de si se realiza o no un discipulado bíblico, paralelo a este o, en el peor de los casos, cuando se da éste proceso de asimilación a la cultura bajo el nombre discipulado cristiano. De acuerdo a la denominación, el aspirante puede ser admitido en la congregación después de ciertos ritos como el bautismo, un curso doctrinal, poliglosia, etcétera. Sin embargo, estos ritos no son suficientes para la cultura eclesiástica local, pues ésta tiene sus propios ritos de iniciación y aceptación.

Los nuevos miembros se enfrentan a la cultura eclesiástica, abanderada por los grupos familiares de poder con dos opciones: (1) aceptarla, respetando los cotos de poder y asumiendo los espacios secundarios de la vida de la iglesia o (2) pretendiendo ingresar a espacios exclusivos, ya ocupados, o intentando cambiar parte de la cultura eclesiástica. Cuando esto último sucede se generan un rechazo tajante de parte del grupo o de todos los grupos familiares. Sin embargo, cuando este intento de cambio cuenta con el aval de un grupo familiar o varios se generan tensiones entre los grupos de poder. Si se da este caso una facción luchará para mantener el curso y la estructura de la iglesia por la senda de la tradición, conservando así sus privilegios; mientras que la otra facción promoverá transformaciones en aras de la modernización y ganar de esa forma cierto poder en la nueva organización.  Pero por lo general, cuando los cambios provienen de los nuevos miembros nunca sucederá nada a nivel estructural. Aunque puede ser que encuentren ecos y realidad en individuos o grupos pequeños, que no forman parte de los grupos familiares de poder. Estos pequeños cambios a nivel micro pueden suceder con o sin ayuda de los líderes locales, mientras no llamen la atención, pues del contrario serán cuestionados, supervisados y neutralizados por el pastor en turno o los grupos familiares de poder.

De comunidad a iglesia cerrada
Cuando una iglesia local cuenta con grupos familiares de poder que defienden una tradición local o una identidad de lo que ellos entienden como iglesia, la vida de la congregación se dirige a la formación de un club social. Este club existe para beneficio propio, como lugar seguro para la crianza sana de niños, un lugar apartado de los peligros “del mundo”, una cabeza de playa de moralidad pero estéril en su servicio a los demás y en su vida misionera.  

Cuando una iglesia se convierte en un club social es muy complicado revertir este rol. Es un proceso largo y doloroso que por lo menos puede llevar una generación. Algunas veces los líderes se esfuerzan por volcar a la iglesia hacia afuera, pero no obtienen los resultados deseados. Ya sea por el corto tiempo con que cuentan antes de ser cambiados, o por un cambio precipitado orquestado por los grupos familiares de poder. El problema radica que estos grupos se han empeñado en identificar “iglesia” con su propia “experiencia”. Se necesita una transformación de los imaginarios desde las Escrituras como desencadenador de esas trasformaciones.  

La Palabra y el Espíritu Santo
La iglesia fue establecida por Jesús, no por ella misma. Jesús es la cabeza de la iglesia, que es su cuerpo. A él responde toda la iglesia alrededor del mundo y en cada localidad. Jesús es Señor de la iglesia local por encima de cualquier grupo familiar de poder. Esta es una verdad que debe recordarse en todo momento. Pero esto no quiere decir que la autoridad absoluta en la iglesia recae en la persona que pastorea a la congregación, con lo que estaríamos incurriendo en el extremo contrario: donde el pastor ejerce toda autoridad en todo asunto de la congregación y la vida de las familias. Jesús mismo dijo que aunque los gobernantes ejercen su poder despóticamente, entre ustedes, sus discípulos no debe ser así. Pues quien desee ser considerado importante póngase al servicio de los demás, y hágase servidor de todos. La tentación del poder se encuentra sutilmente dentro de muchas de nuestras congregaciones, y sólo la Palabra y el Espíritu nos pueden librar de ella.

El desafío de tornar comunidades a las iglesias cerradas es sólo obra del Espíritu, pues esto implica la trasformación de los corazones y deseos, así como  el arrepentimiento y la nueva vida. Esto puede iniciar cuando la Palabra se comparte íntegramente y las personas se encuentran con Jesús en el Evangelio. No tenemos delante de nosotros un desafío pequeño sino un problema grave latente que impide que la vida de la nueva creación ilumine a las localidades donde la iglesia local está insertada. Aunque el trabajo primordialmente es obra del Espíritu, también demanda el compromiso profundo de líderes y miembros de la iglesia. Es con el amor de Dios que amamos a nuestros hermanos y hermanas, y en ese mismo amor exhortamos, enseñamos y corregimos. Todos somos miembros de un mismo cuerpo, la responsabilidad de volver a ser comunidades cristianas donde la vida nueva del Reino esté presente es responsabilidad de todos los discípulos y discípulas de Jesús.  Pues la vida, a la luz de la verdad del Evangelio, irradiará nuevos valores y nuevas prácticas eclesiales acordes a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta nueva vida subvertirá los valores de la cultura y primará los valores del Reino de Dios: el amor, el servicio y el sacrificio.

Una iglesia cerrada se transmite, se nota, se puede ver. Por más aparatosas que sean nuestras “bienvenidas” o nuestros intentos por “contactar a las visitas”, la inercia de la cultura eclesial local se impone. Como consecuencia, las personas que llegan a visitar una iglesia en necesidad espiritual, emocional, económica, o en desesperación, salen con un sabor amargo y una confusión mayor que no logra conciliar el mensaje de amor o de buenas noticias que se predica (cuando así sucede), con la realidad del trato superficial e interesado con que se les recibió.

La iglesia cerrada no sólo daña a las personas que la visita, sino también a los miembros de ella. No solamente son los nuevos miembros los que sufren al adaptarse a la cultura existente, sino también las nuevas generaciones. En algunos casos los hijos e hijas asumirán también responsabilidades clave, pero no sucederá con la mayoría, que al no contar con la popularidad o habilidades valoradas por la cultura eclesial, pasarán a conformarse con ser espectadores sin capacidad de agencia.   

El Señor Jesús se encarga de su iglesia. En las cartas del Nuevo Testamento y en el mensaje a las siete iglesias en Apocalipsis vemos una y otra vez al Señor teniendo cuidado de su iglesia. Hoy no tiene porque ser distinto: Jesús es el mismo, ayer, hoy y por los siglos. El sigue teniendo cuidado de su iglesia, este cuidado vendrá de muchas y diversas maneras, algunas de estas no nos gustarán. Pero a pesar de que pueda causar dolor, la poda será buena. Necesitamos dar fruto. 

Que el Señor Jesús, el Señor de la iglesia nos ayude y nos haga iglesias abiertas que muestran la vida nueva ahí donde Dios nos puso.




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