Ser el padre de nuestra hija

Un mundo se abre para mí abrupta pero amorosamente, me invita a pasar o se mete en mi ser por entre todos mis poros. Con mi hija yo también naceré a la paternidad y sus laberintos. Mientras el vientre  de Ale crece, mis dudas y preguntas se acumulan en todos mis huesos, como sedimento enriquecido para nuevos comienzos.

Con cada salto y movimiento de bebé en el útero de su madre, se sacude mi alma y pensamientos. Ahí hay una persona dispuesta a nacer, crecer, a la espera de ser amada, cuidada, conocida, criada, acompañada, escuchada, valorada y con la necesidad de dejar en libertad para hallar y continuar su propio camino.

La paternidad es real, está llegando y a pesar de verla cercana en el horizonte me sorprenderá en los próximos días. ¿De dónde saca el hombre todo el amor, la creatividad, la imaginación, las fuerzas y la paciencia para ser padre? Si la vida no se nos da en instrucciones ni manuales sino en experiencias e historias.

No sé ser padre y está bien, es mi primera vez y después de todo, sólo yo soy yo. Pero quiero aprender, nuestra hija nos ayudará. Sin embargo tengo historias de las cuales echar mano. La historia de mi propio padre, a quien amo. La historia del padre de mi esposa. Las historias de otros hombres-padres a quienes admiro. También hay algunos libros que ayudan en esta jornada.


Espero con suma alegría a nuestra hija, no tengo palabras suficientes para describir la espera ni imaginación suficiente para adelantarme a destellos del bello amanecer que ha de venir. Tal vez esta posición de no-control describa un poco la paternidad. O deba describirla. Donde sólo hay amor sacrificial.




Tener hijos o hijas es regalo de Dios y signo de esperanza de que todavía hay oportunidad de que el mundo sea un mejor lugar para ser vivido, por nosotros o por nuestra hija. Ella, nuestra hija, arroja a su madre y a mí a la realidad con toda su furia y belleza. No nos deja con oportunidad para escapar. O buscamos la transformación de esta sociedad o perseveramos porque siga igual. Mi hija crecerá en una sociedad convulsionada, con desventaja por ser mujer y ni su madre ni yo podremos decirle que eso está bien. No estamos para legitimar desigualdades. Queremos que ella sueñe un mundo mejor, se rebele contra lo que oprime a los seres humanos, ame, acompañe a otras personas y tenga los ojos llenos del Reino de Dios como su madre y yo tratamos de llenárnoslos y caminar en dirección de ese horizonte. 

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