Mis papás son millennials: Un hermoso amanecer de luz
Las primeras veces que abracé a
Luciana mientras lloraba por la noche me sentí absorto. No saber
por qué lloraba, o no saber qué hacer
para ayudarla a dejar de hacerlo fue (y sigue siendo) una sensación
radicalmente nueva para mí. Nuestra hija, con tan sólo su presencia, me enseña
a percibir la cotidianidad de forma diferente. “Ay hija –le decía- tú no tienes
la culpa, pero te tocaron padres primerizos y además, millennials”. Por
supuesto, sin conocer todavía nuestro lenguaje, esas palabras no significaron
nada para ella. Sólo escucha un sonido familiar que ha venido aprendiendo desde
meses atrás, cuando estaba en el vientre de mamá. Para Luciana, mi voz o la voz
de Alejandra, no transmiten conceptos sino la seguridad de que está en compañía
de quien la aman. Y Luciana Erandi llega a nuestras vidas recordándonos el inmenso amor
de Dios.
Nueve meses de espera no son suficientes
para asimilar el nacimiento de una nueva persona. La noche que partimos al
hospital lo hicimos convencidos de que a nuestro regreso seríamos tres. El amor
duele, duele en las entrañas, en cada contracción, en la sala de parto, el amor
duele pero alumbra nuevo nacimiento, vida nueva, un mundo de posibilidades. Y Luciana Erandi llega a nuestras vidas recordándonos
el inmenso amor de Dios.
Un tiempo de retiro y descanso
vinimos a buscar a estas latitudes; apartados de los pendientes de la agenda, las
reuniones, las personas y el trabajo. Como la pausa ayuda a que la tierra
recobre sus nutrientes para recibir la semilla y dar fruto, así nuestras vidas
en Vancouver. Caminar en la confianza de que Dios cuida de nosotros en un país
extraño y provee lo necesario para nuestro sustento: el pan y la renovación. Llegar,
descansar y desconectarse no fue sencillo, pero fue importante y necesario para
abrirnos a nuevas personas y dinámicas, mientras el Señor Jesús nos afirmaba en
su llamado. Después de unos meses nuestra temporada en Vancouver ya era fascinante,
llena de la gracia. Y Luciana Erandi
llega a nuestras vidas recordándonos el inmenso amor de Dios.
Cuando veo el rostro de nuestra
hija concluyo sin duda: vida es un milagro. El asombro no es menor aunque la
biología explique cada detalle de la gestación y el parto. Quien haya escrito aquel salmo tiene razón al expresar la maravilla de cargar en tus brazos a
una hija recién nacida: “regalo de Dios son los hijos”. Y Luciana Erandi llega a nuestras vidas recordándonos el inmenso amor
de Dios.
El Señor trajo a nosotros tanta vida
en este sabático que Luciana es un ejemplo de lo desbordante de su gracia. Ale
y yo tenemos la oportunidad de disfrutar
y cerrar este tiempo junto con Luciana, antes de iniciar el regreso a México y
la reincorporación a nuestras actividades. El regreso se ve prometedor,
desafiante, pero lleno de esperanza en medio de un país que atraviesa por un
valle de muerte. Criar una hija en México es indiscutiblemente un acto de
esperanza, la contranarrativa del Reino de Dios a las historias de muerte,
violencia de género, corrupción e impunidad que imperan en nuestro país y el
mundo. Es una posibilidad de mejores días de restauración, reconciliación,
justicia y paz. Todo esto no significa implica que sea sencillo, sino todo lo
contrario. Pero Alejandra y yo no estamos solos, seguimos al Dios de la vida
junto con una hermosa comunidad de personas que nos aman y amamos. Y
Luciana Erandi llega a nuestras vidas recordándonos el inmenso amor de Dios.
Simplemente Hermoso!!!
ResponderEliminarFelicidades por Luciana Erandi
Seguramente Dios le tiene un designio grande❤
Orgullosa de ser su tía 😘