La reforma protestante desde la experiencia de un niño pentecostal


El próximo 31 de octubre se cumplen 500 años desde que el monje agustino Martín  Lutero clavara sus 95 tesis contra la venta de indulgencias en la puerta de la catedral de Wittemberg. Las consecuencias de eso terminarían provocando un sisma en la iglesia católica. Y como ya viene la "fiesta grande" para los evangélicos, no es raro que todo mundo hable de la Reforma, de sus logros y desafíos pendientes, aunque también de los errores y las fallas a enmendar.

Pues bien, yo tampoco voy a dejar pasar la oportunidad de subirme al tren de la celebración y escribiré sobre el tema pero desde otra perspectiva muy  particular que no sé hasta qué punto pudiera ser representativa de algo. En esta publicación trataré de interpretar mi experiencia de niño de familia "pentecostal" de tercera generación a la luz de los 500 años del inicio de la reforma protestante.

No podemos fiarnos de la memoria, no accedemos a nuestros recuerdos objetiva e imparcialmente. De hecho, tampoco recordamos consciente, objetiva e imparcialmente. La memoria es selectiva y nuestra propia historia es un elemento que configura la identidad. El pasado, que ya no existe, no puede cambiar y no podemos conocerlo más que indirectamente a través de fuentes. Sin embargo, si podemos narrarlo diferente a la luz del presenté desde donde lo interpretamos. Hasta por conveniencia podemos contar diferente lo que sucedió.

En fin, todo esto lo digo a manera de advertencia. Porque en mi infancia como pentecostal el tema de la reforma protestante nunca fue un referente en la congregación ni en la denominación a la que mi familia asistía. Los 31 de octubre estábamos más preocupados por Halloween y el demonio que por Martín Lutero y la Sola Gracia.

De hecho, el término protestante no figuraba en nuestra jerga como una categoría que identificara a nuestra denominación religiosa. Es más, ni el término pentecostal usábamos para identificarnos (es mi interpretación). Nosotros usábamos el término "cristiano" en oposición a "católico", o el "apostólico" frente al resto de denominaciones a la que se les llamaba (casi despectivamente) "trinitarios". (1) Yo ahora usó el término pentecostal para hablar de esa denominación más por efectos prácticos. Pues si dijera "apostólico" nadie me entendería y tendría que hacer una explicación más larga y detallada.

Mi impresión es que en la Iglesia Apostólica de la Fe en  Cristo Jesús (IAFCJ), la  denominación a la que perteneció mi familia, no había una tradición histórica o teológica que la relacionara con la reforma de Lutero. La cuestión es que no había tradición o liturgia. Además, el sentido temporal estaba desplazado por un presentismo escatológico, todos los días eran los "últimos tiempos" y Jesús podía regresar en cualquier momento. Hasta la fecha no sé (pues ya no continuo en la misma denominación) si hay un intento de relacionar a la denominación con la reforma. Lo que si había era un intento de conectar con pentecostés, como una continuación de la iglesia primitiva.

En cambio lo único que tal vez si heredamos de la reforma  fue la oposición frente al catolicismo: sus curas, sus templos y claro, sus imágenes de vírgenes y santos. Nosotros éramos, por definición, no-católicos, no-adoradores de la virgen, no-bebedores y no-fumadores. Lutero y sus  5 Solas ni las escuché ni me las presentaron. Desde la vivencia de la fe: la salvación estaba casi que condicionada a la "llenura del Espíritu Santo", que para el caso significaba "hablar en lenguas". Recuerdo la culpa que vivían creyentes genuinos por no hablar en lenguas y la duda de si realmente ellos eran "salvos". En fin basta de malos recuerdos.

La reforma había hecho un sisma religioso y nosotros (o al menos yo)  estábamos del lado de los protestantes sin saber muy bien el cuándo, el dónde ni el por qué. Fue años después cuando me enteré del asunto en una combinación de información en la otra congregación (la película de Lutero), las clases en la universidad y el movimiento estudiantil. En todo caso, en aquellos tiempos no éramos católicos y formábamos parte de la minoría religiosa tijuanense denominada "protestante" y que después con el tiempo comenzó a llamarse "evangélica".

Crecí como una minoría religiosa pero en un contexto donde la hostilidad no era violenta. Aunque mis dos experiencias de lo que es ser minoría y protestante provienen de dos incidentes violentos. Creo que fueron estos dos incidentes los que marcaron más mi experiencia como minoría religiosa en mi infancia. 

El primero fue cuando mi abuela me censuró sin explicación alguna cuando yo comencé a cantar el Ave María. "¡Abdielito! -gritó ella asustada- ¿Qué anda cantando mijo? ¡No ande haciendo eso!". Y fin del asunto. La razón por la que a mí se me ocurrió cantar precisamente esa canción fue porque justo a las 12 del medio día se escuchaba el Ave María en la estación de radio donde  mi abuela escuchaba sus radionovelas.

El segundo episodio fue más violento: un domingo a mediodía, entre la escuela bíblica dominical y el culto surcaron las piedras el cielo. Nos definimos a pedradas de la persecución religiosa mis amigos y yo. Y todo comenzó porque mientras estábamos jugando llego una niña en su bicicleta y desde el otro lado del cerca nos instaba a regresar a la religión verdadera. "Niños, ustedes están mal -dijo ella- porque no rezan a la virgen". Nosotros respondimos haciéndole ver que no, que ella era la que estaba mal por adorar imágenes. El debate teológico subió de tono y ella se alejó, pero sólo a una distancia respetable para alcanzarnos a golpear con las piedras que nos lanzó. Mismas que nosotros respondimos con el mismo mal tino que ella. Pero ese episodio violentó fue el único. Habíamos padecido por el Evangelio y eso era ya había suficiente.

En nuestra denominación ignorábamos la Reforma y pareciera que también sus principios. Desde la vivencia de la congregación, nuestra iglesia, su estructura y funcionamiento parecía más a la iglesia Católica. En el plano teológico, la cosa dejaba mucho que desear porque había una concentración excesiva en la figura del pastor, en contraste al sacerdocio universal de todos (incluidas las mujeres)  los creyentes. Sobre la salvación por gracia, la iglesia modelaba un legalismo rampante opresor. Respecto a la Escritura, aunque valorada, era la llenura del Espíritu y hablar en lenguas lo que más importaba. Sobre Jesús, la teología era unitaria.


Pero bueno, aunque esos detalles todavía estén presentes en muchas congregaciones y en algunos casos todavía sin miras a transformarse. Ojalá los ecos de las reformas sigan sonando en las congregaciones presentes sin ser domesticados. Las conmemoraciones deberían ir más allá de breves comentarios históricos de lo que fue (entre las condenas al Halloween) por prácticas diferentes de ser iglesia hoy. A ver qué pasa con eso de la Ecclesia reformata Semper reformanda est. 

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