Dios en el día mundial del refugiado
Conocí a un par de hombres en un
albergue en Tijuana. Ellos son yo. Yo soy ellos. Un albergue es un lugar donde
las personas que llegan son puestas a prueba. En el albergue hay lugar para
quienes necesitan ayuda. Ir un albergue es el reconocimiento de la incapacidad
por resolver determinadas necesidades básicas. Asistir es lo mismo a pedir
ayuda. Es más que eso. Se trata de dejarse ayudar. Todavía más profundo. Las
historias de hombres que acuden ahí por ayuda. Los hombres con quien conversé
son vulnerables y reconocen su vulnerabilidad. No por eso son menos “hombres”
pero sí están en proceso de ser menos “machos”. Tal vez en esa vulnerabilidad
reconocida, asumida y sufrida, están en un mejor camino a algo que bien podría
llamarse masculinidad.
Conversé con Juan y Luis[1].
La historia de Juan es similar a la mía. Padre de un bebé de casi la misma edad
que la mía. Cuando hablan de su esposa e hija su rostro brillaba e imaginé que
así brilla el mío cuando hablo de Ale o Luciana. Esa tarde escuché historias
extraordinarias de personas ordinarias. Sus historias tristemente no son las
más comunes. Ellos me hablaron de buenas oportunidades en medio del caos de la deportación
y migración. Ellos mencionaron cambios favorables en medio de un contexto de
rechazo y muerte. Ellos hablaron de nuevos comienzos, de una nueva vida en esta
ciudad a la que llegaron expulsados de otras ciudades mucho más al norte o
mucho más al sur. Yo comparto con ellos el amor a esta ciudad. Tijuana es un
prado hermoso de oportunidades para rehacer la vida. Ven a la ciudad con ojos
nuevos. A ellos les gusta la ciudad tanto o más que a los locales que no han experimentado
sus dificultades.
Juan y Luis tienen casa donde
dormir. Recibieron ayuda de personas e instituciones concretas. Ellos tienen un
hogar donde dormir hoy, sus historias son las de una familia que logró llegar a
Tijuana en autobús desde Tapachula, Chiapas, con documentos y sin ser
molestados por las autoridades de migración mexicana. Juan y su esposa vieron
nacer a su hija en México y gracias a eso la niña es mexicana y las autoridades
les han brindado todas las facilidades. Él me dijo que cuando las autoridades mexicanas
vieron el acta de nacimiento de la niña les dieron sin titubear los documentos
a él. “Claro que sí, tienes que trabajar, y sacar adelante a esa niña”. Esa
frase fue una alegría para Juan y su esposa. Les cambió la vida. Pero deja ver
la hipocresía de las autoridades mexicanas, pues los niños y niñas hondureñas
deben tener las mismas oportunidades que los mexicanos. Incluso sus padres. Juan
y su pequeña familia viven en Tijuana, en un cuarto que rentan gracias al
sueldo que él gana en la industria manufacturera de la ciudad. Él y su esposa
acuden a los albergues a cenar, es una oportunidad que tienen de ahorrar dinero
y cenar en esos lugares. Ese día los tres cenaron, pero en mesas distintas.
La historia de Luis es otra
historia con luz. Es la historia de un joven deportado, adicto que vive ahora
limpio y con suma gratitud a Dios por las oportunidades que tiene de comenzar
de nuevo. Él vivió en las calles y bajo los puentes de esta ciudad, le tocó
mirar a la muerte a los ojos, sentir el frío en las espaldas y el desaliento de
la desesperanza. Pero en algún momento alguien extendió la mano y logró ayudarle
a recuperar la vida. Ahora acude al albergue a trabajar y ayudar a otros. Luis
es un personaje excepcional, de alegría innata y agilidad mental para las
bromas. Por la calle la gente podrá tenerle miedo pero él le teme a la calle y
la oscuridad.
Juan y Luis hablaron tanto de
Dios como no había escuchado hace tiempo. Porque Dios no está en los libros de
teología o en los templos. Dios está con Juan y Luis, cuando cruzando la
frontera huyendo. Dios fue juzgado por violar la ley y fue deportado. Dios era
uno de ellos cuando llegaron por primera vez al albergue y a solicitar ayuda.
Dios estuvo con ellos brindándoles facilidades para establecerse. Dios extendió
sus manos para preparar comida, limpiar un cuarto, proveerles ropa y una cobija
para pasar la mano. Ahora Dios les ayuda con sus documentos legales, les brinda
asistencia legal.
Dios refugiado que estás con Luis
por las noches cuando tiene pesadillas, gracias porque es tu mano lo que lo
sostiene a través de muchas personas que sirven a los migrante de esta ciudad.
Dios refugiados que cruzas el desierto en brazos de la adolescente María, tú
mejor que yo sabes lo que es habitar en una ciudad como extranjero y encontrar
ahí alivio a la persecución, la muerte y las amenazas del hogar. Que tu luz,
amor y alegría inunde la vida de Juan y su esposa a través de su hija, porque
en cada sonrisa y beso de esa niña tú estás sonriéndoles y tú los besas. Dios
que cenas y sirves la comida en Casa de Migrante a deportados, refugiados y
migrantes, bendito eres. Tu Reino, buen Dios, es de los Juanes y Luises del
mundo, a ellos consolarás, a ellos que fueron expulsados o rechazados les darás
la tierra y colmarás de una mesa repleta de manjares, paz y justicia.
Por siempre.
Ven Señor Jesús.
Amén.
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