Parafraseando Hechos

Jesús, después de sufrir la muerte, se presentó dándoles muchas pruebas convincentes de que había resucitado y estaba vivo.


Una ocasión mientras comía con ellos les ordenó:
—No se alejen de la ciudad, esperen la promesa del Padre, de la cual ya les hablé: Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo. 

Entonces sus discípulos, los que estaban ahí reunidos con él, le preguntaron: 
—Señor ¿Es ahora cuando nuestros partidos evangélicos llegarán al poder?


—Ustedes ni se preocupen por eso, ni necesitan saber cusndo o el momento, ni muchos menos el cómo el Padre, quién tiene autoridad sobre los poderes de este mundo, consumará su Reino —les contestó Jesús sonriendo, cómo sorprendido por la pregunta de sus discípulos—. Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder. No el poder para tener autoridad sobre el resto y obligarlos a cumplir sus estándares morales. Tampoco el poder para imponer sus ideas por la fuerza y doblegar a quienes piensan y Vivien distinto a ustedes. Muchos menos el poder para satisfacer sus propias necesidades egoísta. Yo estoy hablando del verdadero poder, que no es diabólico. Es el poder para ser testigos míos en el mundo, desde lo doméstico hasta el fin del mundo. Ese poder es para amar a sus enemigos y también por encima de las barreras raciales, culturales, políticas, económicas e incluso religiosas. Es un poder para cuidar de los vulnerables y oprimidos. Ese poder es para reconciliar y no destruir. Ese poder los llevará a buscar la justicia  y servir a otros. Ese poder es el poder mismo de Dios que lo ejerce entregándose a sí mismo por el mundo. Ese poder los hará a ser testigos de mi vida, enseñanzas, muerte y resurrección. Y también los llevará a dar la vida por otros, enseñar y morir. Pero confíen. Yo he vencido al mundo.
Hechos 1:4-8

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