¿Y si nosotros somos los fariseos en esta historia?
Escribo este artículo como
cristiano y para cristianos, aunque eso no excluye a nadie incluso si no se
asume como tal. Es más, pienso que hasta resultará interesante y divertido este
texto. Venga querido lector y conozca un poco más del complejo y vasto espectro
del cristianismo evangélico. Al menos al terminar la lectura pensará que no
somos un grupo homogéneo en nuestras posiciones y que también entre nosotros algunas
veces hay discusiones.
Leemos las historias de la Biblia buscando
al personaje “bueno”, exaltamos sus buenos actos y procuramos vivir imitándolos.
Pero se ha puesto a pensar que los escritores de la Biblia contaron sus relatos
y la fuerza narrativa, como una fuerza gravitacional nos atrae a ellos, colocándonos
en el lugar de otros personajes que nos descubren, describen y señalan. El
relato nos atrapa y nos obliga a responder y una lectura honesta no permite que
nosotros elijamos. Leer la Biblia no es como ir al cine, comprar un boleto y
elegir asiento. De repente ya estamos en la historia y nosotros no somos
siempre los “buenos”.
Escribo desde América Latina, como
un evangélico mexicano viviendo en la frontera con California. No sé si el
resto de mis hermanas y hermanas en el resto de Latinoamérica lo vean o lo
sientan, pero aquí, en la frontera, se siente con vigor la imposición de la
interpretación de la Biblia según los evangélicos estadounidenses. Y no es
tiempo de entrar en detalles, basta decir de forma general que la mayoría de las
lecturas hechas por ellos se hacen desde el poder. Y los evangélicos en EUA
tienen poder, tal vez más del que debería. Justamente ejerciendo su poder nos
exportan sus materiales e interpretaciones bíblicas. Piensen en lo gracioso de
esto. De repente, un hermano en una comunidad periférica de Tijuana interpreta
ciertas historias bíblicas como las interpretó un hermano blanco, estudioso en
Texas. ¿Coincidencia? ¿Obra del Espíritu? ¿O neocolonialismo? ¿Qué hay de malo
con seguir los métodos y materiales que nos llegan del Norte? Bueno, si estos
no se descolonializan o contextualizan vuelven rancio el Evangelio en nuestro
continente. Nos imponen una agenda, una más peligrosa que la mal llamada “ideología
de género”.
Estas lecturas de la Biblia se
hacen desde una posición de poder para conseguir o mantener poder. No sé si
logran relacionar, pero estas lecturas de la Biblia están acompañadas de una
mayor exposición pública de sectores evangélicos en la arena política bajo la
etiqueta pro vida. Muchos problemas graves experimentó México antes de 2016
cuando Peña intentó reformar la Constitución para que el matrimonio igualitario
fuera un hecho. Pero pocos de esos problemas: violencia, narcotráfico,
corrupción, etc., parece que fueron suficientemente poderosos para movilizar a
las congregaciones a salir a protestar contra el gobierno.
Los evangélicos en EUA tienen esta
misma agenda moral en su país pero claro, desde una posición de poder. En
México, resultó que fue el tema por medio del cual inició un largo y lamentable
actuar público en la política mexicana. Bastaron tres años para que evangélico
llegara a ser sinónimo de homofóbico y pro vida. ¿A dónde quedó la justicia
social? Mi hipótesis es que en ciertas ciudades los grupos neo pentecostales lograron,
a partir del modelo estadounidense: formar un buen músculo social, entablar las
amistades concretas y la oportunidad ideal para lanzarse al cabildeo político.
Con preocupación percibo una
actitud pedante e interpretaciones bíblicas cuestionables por parte de ciertos
personajes representantes de ciertas organizaciones religiosas. Me preocupan
sus dichos y también el lugar que eligen para decirlo. Me concentro en lo
segundo.
Sucede que el panorama evangélico
es diverso y heterogéneo, difícilmente todas las denominaciones logran reunirse
en fraternidades, ligas o confederaciones. Las obra nacionales por denominación.
O algunas que agrupen una vasta cantidad de iglesias, pero ninguna (gracias a Dios)
pueden lograr la representatividad de todos los evangélicos. Siempre se
quedaran fuera muchas. Muchas congregaciones: las que no invitaron, las que no se
enteraron y las que no quisieron ir. ¿Por qué es una preocupación los
personajes y sus declaraciones nombre de organizaciones? Pues primero porque
reciben atención mediática. Son las voces a quienes los medios dejan oír y
francamente perjudican más de lo que ayudan. El uso de redes sociales completa
el cuadro.
Una parte del problema son las
declaraciones buenas o malas de diversos representantes de iglesias. Pero otra
más cruel son los comentarios del creyente promedio. Si las declaraciones de
los primeros son soberbias, las de los internautas a veces pecan de lo mismo.
Con suma ligereza se juzgan opiniones diferentes y se mofa de situaciones
adversas. Si alguien opina diferente hay cerrazón y juicio. En mi experiencia,
mis hermanas y hermanos me rebaten con autoridad, como tratándome de enseñar
algo que debí haber aprendido antes u olvidé. No hay flexibilidad ni diálogo.
Se es blanco o negro. No hay espacio para el misterio, el error y las
contradicciones inherentes a la complejidad de la vida.
Por eso pienso que deberíamos irnos
a leer las Biblias con una pregunta en mente: ¿Y si yo soy el fariseo en esta
historia? Creo que el Dios hablará muchísimo si cambiamos el lugar desde donde
leemos. Si de repente leemos una historia y nosotros somos los “malos”, los que
juzgan a otros, los que son hipócritas, a quienes Jesús les dice: “camada de
víboras” y quienes después de no lograr meter a Jesús en sus marcos teológicos,
nos vamos molestos a juntarnos con la policía para planear matar a ese carpintero
iletrado con aires de maestro y Mesías.
Pensemos, querida hermana y
hermano.
Jesús está con sus discípulos en la
casa del jefe de la plaza de la ciudad. Y el Maestro no está predicando, está
sentado ahí, comiendo con ellos, bebiendo mientras conversa con ellos.
Evidentemente en esa mesa hay algunos funcionarios locales coludidos con el
jefe de la plaza, guardaespaldas, una banda con música en vivo y mujeres
obligadas a decorar con su cuerpo y falsa sonrisa la fiesta. Nosotros observamos
la escena desde la calle desaprobando pesadamente con la cabeza esa acción.
¿Qué le pasa a este Jesús? Ahí, afuera, comenzamos a dudar de que sea alguien
venido de Dios. Tal vez incluso sentimos envidia porque nos gustaría ocupar el
lugar con esa gente que a pesar de su maldad florece sin marchitarse. De
repente, llegan unos matones con Jesús y se postran ante él llorando
amargamente y él les perdona sus pecados. Nosotros estamos afuera ardiendo de
coraje, ¿Pero cómo? ¿Nosotros tenemos diez años en esta colonia y nunca
vinieron a la iglesia? ¿Pero si ni siquiera hizo su oración de fe? ¿Cómo se
atreve Jesús a hacer eso? ¿Con qué autoridad hace eso si ni pastor es? Y el
Señor nos voltea a ver desde la mesa, su mirada se estampa en la nuestra y nos
dice: No he venido a buscar a los que como ustedes se sienten perfectos y
piensan que no necesitan nada de Dios porque no hacen las cosas que ellos
hicieron. Vine justamente a buscar a los que son como ellos. A los que se
sienten como si estuvieran enfermos. Ustedes, si están sanos está bien, ya
tienen lo que desean. Pero si no, vengan.
O pensemos en otro ejemplo.
Jesús está en un grupo de casa, lo
invitamos para que ese día comparta algo. Tenemos todo listo. Nos preparamos
todo el día para acomodar el lugar, invitamos a nuestros amigos a escuchar a
Jesús en nuestra casa. De repente, quien sabe cómo, pero los inmigrantes que
recién llegaron a la ciudad se enteraron de la noticia y vinieron. Entre cuatro
saltaron la barda de la casa (después de todo están acostumbrados) y metieron a
hombre enfermo para que Jesús la viera. Nuestros amigos reunidos ahí nos
voltean a ver esperando nuestra reacción. Jesús los vio y cuando todos lograron
saltar la barda acudieron a él cargando a su amigo enfermo. Él, Jesús, le dijo:
“Tus pecados son perdonados”. De nuevo ahí estamos nosotros, indignaos porque
Jesús no regañó a los inmigrantes por entrar al país a la mala. Sino que los
recompensó perdonándole los pecados al enfermo. ¿Por qué hace eso Jesús? ¿Por
qué se esfuerza en molestarnos y hacernos quedar mal con los vecinos? Está
haciendo todo lo incorrecto al atender a esa gente que rompe la ley. Jesús nos ve y nos dice: ¿Qué es más fácil?
Sanarlo o perdonarle los pecados. Para que vean que el Hijo tiene autoridad
para perdonar pecados. Le digo a ese hombre: Amigo, levántate, estás sanado. Todos
los asistentes se asombran. Jesús
interrumpe el estudio, se pone a conversar con esos cinco extraños y nos
pregunta si habrá comida en la reunión. Desconcertados, vamos por los
aperitivos preparados previamente para no quedar mal ante nuestros amigos. Pero
por dentro estamos molestos por tener a esos cinco en nuestra casa, con sus
pies sucios arruinando la alfombra y comiendo los aperitivos costosos en
nuestro sillón. Nos vamos a la cocina retirando algunos objetos de valor y
llamando a nuestros hijos a un lugar más seguro.
Estos dos ejemplos los conté
asumiendo el rol fariseo. Elegí no enfocarme en “la bondad” de Jesús, aislándolo
del resto de los personajes. En mis ejemplos Jesús como personaje tiene
teniendo la misma fuerza aterradora para voltear el mundo religioso de cabeza y
mostrarnos una imagen mucho mejor de quien es Dios. Un Dios bueno. Un Dios que
no está molesto. Un Dios que está reconciliando todas las cosas mediante Jesús.
Ese Jesús que sacó de sus casillas a los fariseos de su tiempo y que tiene el
poder para sacarnos a nosotros de las nuestras. Hoy más que nunca necesitamos que
lo haga. Lo hará. Y tal vez el Espíritu nos redarguya cuando leamos las Escrituras
desde un horizonte nuevo. Entonces se nos caerá la venda de los ojos y podremos
ver más como Dios ve a su mundo. En ese momento podremos amar como Dios ama al
mundo y las personas.
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