La paternidad en las rodillas

 Los últimos castigos a mis rodillas habían sido los kilos de peso extra acumulados hasta que llegaron ellas. Las carreras y bicicleta con Erandi y los minutos arrodillado en la cuna, ayudando a Ayari a retomar el sueño, han dejado sobre mis articulaciones raspones y moretones que no veían desde la infancia, mi infancia. 


Recuerdo una vez, cuando corría de regreso a casa, mi Shasta (mi perra) cruzó frente a mí y me puso a dar vueltas hasta terminar empolvado en el suelo. Aquellas heridas se infectaron al tiempo y producieron pus. Hasta el día de hoy puedo reconocer sus cicatrices. 


Los últimos dos meses han sido de caídas consecutivas en la cotidianidad del juego con mis hijas. Y mis rodillas lo saben. Todo comenzó con una agujetas atorada en el pedal de la bicicleta y una épica caída. El resultado: tibia y rodilla izquierda afectados. Semanas después, corriendo en la calle, nuestra Shasta (nuestra mascota) se cansó del trote y de alguna manera se atravesó en mis pasos. Caí, no, rodé sobre el pavimento de imprevisto. Reporte de daños: raspón épico y sangre en la rodilla derecha. 



Hay una belleza escondida en estás heridas al lado de mis hijas. La paternidad te brindará una oportunidad de acompañar, sin red de protección, la infancia de otra persona. En estos años no solo he visto caer a mis hijas, ellas también me han visto aterrizar improvisadamente en el suelo. "Aterrizar" es una interpretación poética del desastre y la sorpresa de encontrarte en el suelo al siguiente segundo. 


Juego y suelo. Sangre y costra. Medallas y heridas. Al final del día historias al rededor de la mesa. 


Aprender a ser papá y mamá conlleva el riesgo de caer, dar vueltas y presumir moretones, o en su efecto: rodillas lastimadas. Las hijas nos llevan a los límites de la destreza para comenzar a caminar ahí donde abundan las limitaciones y los páramos sin respuestas. 


Camen, mi abuela, curó mi herida infantil colocando una hoja cocida de cierta hierba del jardín. Le aprendí bien a ella. Ahora arranco hojas de fe y esperanza de mi espíritu para cocerlas a fuego alto, después las machaco en un mortero hecho de estrellas hasta convertirla en una pasta brillante, la pongo un instante sobre mis rodillas y vendo alrededor para dejarla secar. En esta etapa de vida, cuando las hijas avanzan encontrando su paso, no hay tiempo de mayores curaciones.

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