Mudar

Interpretando la economía de los bienes raíces, sorteando las olas de la oferta y la demanda. Sin mucha planeación pero con mucha locura o fe (que a veces pueden ser sinónimos), decidimos mudarnos de casa. 


El cambio, aunque abrupto, resultó sorprendentemente favorable. Gracias a Dios conseguimos una casa adecuada y con mejor ubicación en la misma área. 





Lo titánico de la tarea fue empacar nuestras cosas, trasladarlas e instalarlas en el nuevo lugar. El ejercicio, además de físico fue profundamente emocional. La última mudanza fue hace 5 años. Nuestra hija mejor aún no nacía. Éramos otras personas y con menos cosas. 



No soy fan de las mudanzas, llevo más cambios de casa en mi historia personal de los que me gustaría. Siento que tantos cambios no me ayudaron a “echar completamente raíces” en un solo sitio y tal vez yo necesitaba esa seguridad. En cambio, los cambios me otorgaron los superpoderes de la adaptación y la flexibilidad. 


En esta mudanza Ale y yo queríamos cuidar a las hijas. Ayudarles a gestionar la situación lo mejor posible para ellas, tanto como nosotros pudiéramos ser capaces. El cambio trajo emociones cruzadas, por un lado la expectativa de la novedad, las oportunidades; por otra parte, la tristeza de dejar un sitio que nos acogió tan bien en tiempos turbulentos de pandemia, el lugar que  nuestra hija mayor había hecho suyo y el único lugar que nuestra hija menor conocía. 


La última mudanza fue durante la pandemia y nos confortó en sobremanera el nuevo espacio. Ahí lloramos las pérdidas de seres queridos y nos preparamos para recibir a nuestra segunda hija. Vientos nuevos en momentos oscuros. 


Enfrentar la historia 

Pero lo más difícil del reciente cambio fue decirle adiós a una de nuestras mascotas que no pudimos traer con nosotros. Comienzo a creer que una experiencia canónica de la infancia es la despedida de una mascota. Ya sea porque murió, o porque no pudimos quedárnoslo. Lo difícil y traumático supongo es la forma en la que el suceso ocurrió. Tanto para Ale y para mí fueron eventos trágicos de la infancia y en esta ocasión, ahora como papá y mamá, buscamos hacerlo lo más dignamente posible para todos. ¿Lo habremos hecho lo suficientemente bien o no? El tiempo y las hijas lo dirán en un futuro. Como muchas otras cosas de la maternidad y paternidad que serán revisadas y evaluadas en los años por venir. Por ahora nos queda la satisfacción que la cachorra se quedó en el mismo lugar, con los vecinos a quienes ya quería y quienes la adoptaron. Lloramos la despedida y nos quedamos con la confianza de poder visitarle después. 


La mudanza sucedió no en un momento planeado, como mucho en la vida; pero se articuló con los movimientos internos y transiciones por las que pasamos personal, familiar y ministerialmente. Por eso nos sentó tan bien el cambio. Pareciera que fue un buen trasplante, el inicio de una nueva etapa. 


Iniciar algo nuevo nunca es fácil. Generalmente la aventura comienza con despedidas: decirle adiós a un sitio que uno habitó, creció, soñó, planeó, lloró y conversó tanto con uno mismo y con otros. Ver vacío el sitio que llamó casa estremece por reconocerlo tan amplio, con eco y da satisfacción por la tarea completada. Solo cuando uno deja el sitio puedes apreciarlo en la desnudez de sus imperfectos. Las casas no son un ser vivo, pero pareciera que se alimentan de la vida de quienes las habitan, como si las personas le ayudasen a sostenerse, a mantenerse en pie y ser un buen nido. Los crujidos y desperfectos que afloran en su vaciedad parecieran los sollozos de despedida. 


Las mudanzas que faltan 

Estoy convencido que esta no será mi última mudanza. Y está bien. Así como la iglesia no es un edificio; el hogar no es una casa. Como le dije a las niñas cuando nos subimos al carro para irnos por última vez de la antigua casa: “Nuestro hogar es donde sea que nosotros nos encontremos”. Y lo creo. 



Aunque he experimentado muchas mudanzas. Nunca he conocido un sitio que después de algunos días no haya hecho mío y siempre me he confortado con los últimos versos del Salmo 23, los cuales me ayudan a recordar que no importa donde esté ahí también habitó en la presencia de Dios.  


Ciertamente tu bondad y tu amor inagotable me seguirán

    todos los días de mi vida,

y en la casa del Señor viviré


    por siempre. 

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