UN CAFÉ
¿Qué tienen estos cafés que nos convocan semana a semana y recrean una atmósfera pacífica que nos embelesan al punto de habitarlos con tanta familiaridad y soltura como para dejarles escuchar nuestros más íntimos secretos cuando los pensamos, escribimos y hablamos por medio de palabras, silencios o gestos? Todos ellos producen un discurso acogedor, cotidiano, familiar, es una catedral hedonista, un antro para refugiarse del devenir que es fuera de sus paredes. Esos cristales protectores que nos ponen a salvo de la rapiña, de la frustración del trabajo, del miedo al otro, del temor a no ser nadie, del hogar con sus problemas, del otro que espera por nosotros. Son una especie de sala continua que nos exenta de la responsabilidad de sostenerla, de limpiarla. Tal vez por eso su éxito. No en vano su multiplicación en épocas violentas. Su seguridad es simbólica, sus productos generadores de identidad, su servicio de Internet gratuito nos permite conectarnos con “los otros” y que están en...