Aprendí el lenguaje de la serpiente, el rostro de piedra indígena, mi abuela, a aplicar mis manos al trabajo como mi padre, que los detalles siempre son importantes, según mi madre. Y del Nazareno amor y compasión, en una palabra: perdón y saber que es necesario también darlo. De mis maestros a leer y escribir el tiempo, de los amigos a escuchar y de todos los libros a valorar las ideas. Feui un niño feliz, un adolescente inquieto y soñador, enamoradizo. Me formé entre amigos, buenos recuerdos, muchos perros, trabajos, sábados en el parque domingos en la iglesia, las mesas de los sobreruedas en las calles los martes y jueves de regreso de la escuela. "No hay nada que no haya quedado fuera del control", me dijo Jesús cuando me abrazó. Por eso ahora vivo y aquí estoy, por él, por conocerle. Me gusta caminar, sigo soñando, escribiendo... ... andando, pues el acto de la escritura es sencillamente eso, dejar huellas de nuestra existencia...